La crisis económica ha sumido a Europa en una crisis de identidad. Los países ricos de la Unión Europea (UE) no están dispuestos a financiar eurobonos, ni a contribuir más a los fondos de rescate para ayudar a las economías de los países “irresponsables”. Lo que después de la Segunda Guerra Mundial comenzó como un proyecto de convivencia y bienestar, hoy se tambalea. Los euroescépticos se frotan las manos.
En esta Europa de dos velocidades, los que más corren tienen miedo a contagiarse del paso de tortuga al que se han incorporado las economías de países como Grecia, Irlanda, Portugal, Italia o España. Alemania y Francia ya diseñan una Unión a su medida. Durao Barroso, Presidente de la Comisión Europea advierte:”Una Unión dividida no funcionará”.
Pero Europa no es sólo un acuerdo de moneda única –en el participan 17 países de los 27 que integran la UE. Son 500 millones de ciudadanos que pueden moverse con libertad por el espacio Schengen, con unos valores de convivencia y una defensa de sus derechos amparada por el Convenio Europeo de Derechos Humanos. Esto no es la panacea, pero sólo hay que echar la vista atrás.
También hay que tener en cuenta sus complejidades administrativas y sus competencias, muy mejorables, pero también necesarias para gestionarla.
A pesar de que más del 50% de las exportaciones de Reino Unido acaban en el mercado del viejo continente, e impulsa gran parte de la inversión del país isleño, el pasado mes de Octubre, 80 diputados conservadores de la Cámara de los Comunes votaron a favor de un referéndum, no vinculante, sobre la permanencia del Reino Unido en la UE.
“El euro es la causa de la crisis. Las causas tienen su origen en políticas erróneas, presupuestarias y macroeconómicas. Adoptadas por los estados miembros, y en una supervisón económica de las instituciones europeas”, esta aseveración, podría ser de alguno de los representantes parlamentarios más conocidos de Europa por su antieuropeísmo, como el liberal holandés, Geer Wilders, o el checo Vaclav Klaus, pero es del actual Presidente de Portugal, Aníbal Cavaco Silva. Si a todo esto se suma la última discusión del premier británico y el Primer Ministro francés en la última cumbre. Hay más de una razón para constatar que la gran familia europea no pasa por sus mejores momentos.
Existe la creencia entre los euroescépticos de que los estados tienen más libertad, prosperidad y seguridad cuanta más soberanía tienen. También que con su independencia defenderán mejor los intereses de su país, a pesar de que la globalización ha llevado al mundo a una interdependencia nunca vista.
El analista británico, Timothy Garton Ash, indica, para desmentir las afirmaciones anteriores, que “los europeos pueden recaer en la barbarie, tanto dentro como fuera de las fronteras nacionales, con tanta rapidez como cualquier otro”, y resalta que “es beneficioso que haya unas estructuras de regulación permanente de los conflictos que se dediquen a hablar mejor que a pelear”, en palabras de Churchill.
Además, la posibilidad de que un país afronte ajustes económicos en solitario con buenos resultados está por ver. Ante las superpotencias, los europeos están más seguros unidos. Y no se puede olvidar a China, que mira con atención “para sacar partido a la situación”, advierte Garton.
Los nacionalismos forman parte del pasado. Después de la Segunda Guerra Mundial sólo algunos nostálgicos soñaban con una gran nación. Pero el miedo y la incertidumbre se han instalado en la sociedad. La falta de líderes que impulsen con determinación el proyecto europeo, y un laberinto burocrático exasperante, han puesto de nuevo, sobre la mesa, esa idea antimoderna de la tribu.
En la actualidad, los jóvenes viajan por el mundo. Estudian en universidades europeas a través de las becas Erasmus. Aprenden idiomas. Se relacionan abiertamente y sin complejos. Se empapan de las nuevas culturas a las que se acercan. Son personas abiertas a los cambios y a las nuevas realidades. Buscar las soluciones dentro, en un mundo cada vez más interdependiente, es un error. Europa pasa malos momentos, pero las soluciones y oportunidades no están en el terruño, sino en una Europa abierta y solidaria.
David García Martín
Periodista