Que los ministerios de Cultura suelen dedicarse bien a la propaganda, bien al sectarismo, bien al “perifollo” del Gobierno de turno, que finge estar interesado en “eso” que, en esta época utilitarista y de crisis, está abocado a la desaparición por su inutilidad mercantil, cual es la cultura en su más amplia concepción, es cosa sabida y asumida. De hecho, la cartera menos apetecida por cualquier político es, precisamente, la de Cultura, pues obliga a tratar asuntos y gente con los que apenas se comparte ninguna afinidad y que sólo aguardan del ministerio ayudas y subvenciones.
No es ninguna novedad la utilización de este departamento, generalmente agregado a otros en una especie de cajón de sastre donde se amontona lo inservible –como deportes, educación, etc.- para simplemente premiar a “amigos” incómodos y afianzar valores dominantes en sociedad o ideológicos de la política en el Poder. Claro ejemplo de todo ello es José Ignacio Wert Ortega, ínclito ministro del ramo, con seguridad el peor considerado de los que ha habido en democracia en España y el más abiertamente entregado a la causa de la manipulación y el adoctrinamiento de cuántos se han sentado en el edificio de la calle de Alcalá. Ni siquiera los premiados por su departamento le quieren. Prefieren rechazar las dádivas a tener que agradecérselas a quien hasta los estudiantes niegan el saludo de manera notoria. Y no es para menos, pues se ha ganado el repudio a pulso de los que no se venden por un plato de lentejas.
Este ministro, abogado experto en estudios sociológicos y demoscópicos, es un político del Partido Popular al que Mariano Rajoy encomendó la cartera de Educación, Cultura y Deporte en 2011. Desde entonces ha destacado por desmontar todo el sistema educativo “heredado” de los Gobiernos progresistas anteriores para retomar las reválidas, reintroducir la asignatura de religión, reducir ayudas y becas y aplicar un recorte presupuestario y de personal como jamás se había realizado en España. Esta actuación de Wert no sólo propició la huelga más amplia conocida en el sector de la enseñanza -desde infantil, primaria y secundaria, hasta la universitaria-, sino que motivó, además, que todos los rectores de Universidad le dieran plantón al ministro, en un Consejo de Universidad, por el incremento de las tasas universitarias y una política de recortes económicos que limitan sobremanera la educación pública y la ponen en serio peligro, frente a una privada que sigue gozando de conciertos y beneficios.
Nunca se había producido en nuestro país un enfrentamiento de tal calibre, en el que toda la comunidad educativa muestra su rechazo, como describió el profesor Díez Gutiérrez de la Universidad de León, a “una ley mercantilista, segregadora, privatizadora, clasista, sexista, antidemocrática y profundamente regresiva” como la LOMCE impulsada por Wert. No es de extrañar, por tanto, que los estudiantes galardonados por el ministerio a los mejores expedientes académicos afearan al ministro su actuación negándoles el saludo tras recibir el diploma en un acto público.
Pero es que en Cultura su legado no es mejor. Aparte de subir los impuestos a los bienes culturales -al libro, los museos, los espectáculos, etc.-, a José Ignacio Wert no le tiembla el pulso para, no sólo asfixiar económicamente al sector, sino incluso ahondar el “desprestigio en el que se ha sumido la cultura en los últimos años”, según denuncia Colita, artista que rechazó el Premio Nacional de Fotografía de 2014. Esta fotógrafa se sumaba a la actitud seguida anteriormente por Jordi Savall (Nacional de Música), Javier Marías (Narrativa, en 2012) y Josep Soler (Medalla al Mérito en las Bellas Artes en 2013), todos los cuales expresaron con su rechazo a los premios su inconformidad con la gestión desarrollada por el ministro, al que acusan de aplicar “una política deliberada de intento de hundimiento de la cultura”. Y es que, para algunos, todo el planeamiento cultural, diseñado por el ministerio en el Nuevo Plan Estratégico General 2012-2015, no hace sino reproducir el modelo reaccionario desarrollado durante el franquismo, tendente a usar la cultura como instrumento de propaganda y control ideológico.
Según el dramaturgo Guillen Clua, “al PP jamás le ha interesado una cultura que ponga en cuestión su base ideológica y todavía menos su política cultural”. Así, con excusa de una supuesta racionalización en el “gasto”, José Ignacio Wert ha acometido una política de recortes y privatizaciones de las principales instituciones del ámbito cultural que ha deparado el despido de miles de trabajadores, la pérdida de innumerables empresas circunscritas al sector y un “adelgazamiento” de la inversión en industrias que suponen, en su conjunto, el 3,5 por ciento del PIB. La subida del IVA al 21 % y los fuertes recortes están llevando la Cultura casi a su desaparición, salvo la que el Gobierno tacha como Marca España: aquella determinada producción cultural destinada a sostener de cara al exterior una estrategia diplomática y política. El resto se abandona sin recursos o se deja en manos de la iniciativa privada. El tejido cultural del país, desde la óptica neoliberal del ministro, debe estar regido por el mercado, interesado sólo en el espectáculo de masas que garantice la inmediata rentabilidad, aunque ocasione una sociedad compuesta por aborregados y sumisos espectadores.
Es este tipo de política cultural, que se aproxima a la desarrollada durante el franquismo de desdén y hostilidad hacia la propia cultura y los intelectuales”, lo que causa sorpresa al escritor Javier Marías por no provocar más rechazo y renuncias, sobre todo entre quienes “presumen de tener conciencia social y ser de izquierdas”. Una política que por un lado asfixia a sectores culturales tan vulnerables como el teatro, la industria editorial, la música o entidades de la talla de la Real Academia Española de la Lengua, mientras que, por otro, dispone de recursos para iniciativas tan cuestionadas como el Diccionario Bibliográfico Español de la Real Academia de Historia, que incluía una entrada hagiográfica sobre Francisco Franco que generó una enorme controversia. Sin embargo, a pesar de lo recomendado por el Congreso, el ministro Wert sigue incluyendo financiación para esta obra, que suma ya más de seis millones de euros invertidos en unos tomos que deberán ser revisados en aras de la exactitud y objetividad históricas.
Este uso de la cultura como instrumento de manipulación y propaganda no es nuevo, ni privativo del actual Gobierno ni exclusivo de nuestro país. De manera subliminal o burda, todos los países han intentado enmascararse tras su oferta cultural para irradiar la imagen que estimaban conveniente en cada momento. Pero la que está desarrollando el Partido Popular de la mano de José Ignacio Wert es franca, sin disimulo y decididamente reaccionaria, encaminada a destetar la acción cultural de las ubres del Estado y acoger sólo los elementos culturales significativos con determinada concepción “nacional” o “patriota” para usarlos de reclamo en una campaña de imagen de cara al exterior. De esta manera, se promociona El Quijote como hito de la literatura española al mismo tiempo que se impide su lectura en los colegios por los recortes que hacen disminuir el número de profesores y maestros, los impedimentos a la edición de libros y el deterioro que se perpetra a la educación pública. Así es la Cultura de Wert, un recurso publicitario y no un medio para la transformación de la realidad y emancipación del ser humano.