La deflación subyace en nuestras vidas y no nos hemos parado a reflexionar sobre ello, porque estamos demasiado ocupados tirándonos los trastos a la cabeza, discutiendo sobre quién espía a quién y sobre que juzgado está más mediatizado.
Hoy hemos conocido los datos del IPC del mes de julio y no podemos por menos que asustarnos ante la perspectiva, ante la caída de casi un punto porcentual con respecto al mes anterior y la cifra de -1.4% en tasa interanual.
Los peligros de la deflación son de sobra conocidos, y no los voy a repetir ni aquí, ni ahora, (para ello te recomiendo mi artículo específico sobre ello), pero sí que debemos comenzar a preocuparnos por su cercanía, por su proximidad.
Es cierto que los datos del IPC deben de ser relativizados, y para ello existe la inflación subyacente, un concepto estadístico que elimina de la cesta con la que se evalúa el IPC la energía y los productos frescos, ya que su precio es demasiado oscilante, con lo que ofrece una fotografía más realista de la economía.
El problema es que si analizamos la inflación subyacente detectamos que también se encuentra en caída libre, y aunque todavía está en el 0.6%, positivo, en tasa interanual ya lleva varios meses en descenso.
La previsión de los expertos en la materia es que la inflación debería recuperarse en los últimos meses del año y recuperar la senda alcista que toda economía necesita, pero visto lo visto es mejor no fiarse demasiado de la opinión de los expertos.
Lo que sí es evidente es que los dirigentes del país deberían centrarse en solucionar el problema de la deflación antes de que se produzca, porque una vez que llegue ya no habrá salida.