La marcada carencia social que sufre América Latina puede hacer que la región estalle, víctima de las fuertes embestidas de la crisis. Si no se toman las políticas adecuadas sus vulnerabilidades pueden convertirse en el talón de Aquiles de todo el continente.
América Latina es la región más desigual del mundo. De acuerdo con el Banco Mundial, un cuarto de la población sobrevive con menos de dos dólares al día. Cantidad que en los países del Norte alcanza para poco más que una taza de café. Los efectos derivados de la irrupción de la crisis económica, que no generó, han vuelto a rasgar las venas de un continente empobrecido que jamás ha dejado de sangrar.
En los últimos años el crecimiento medio de los países de la zona ha sido lento pero tangible. En torno al 5% anual. Ahora en 2009, según datos de la CEPAL, se producirá una caída que rondará el 0,3% y quebrará las alas que sustentaban el tímido despegue de sus mayores economías. De nuevo en tierra firme, los lastres que impiden el vuelo se hacen cada vez más pesados y difíciles de soltar. El descenso de las exportaciones, el retroceso de los flujos de inversión, la bajada de las remesas migratorias o el declive del turismo son las consecuencias que sufren millones de latinoamericanos en sus propias carnes.
Los marcados déficits sociales que sufre la región alejan todavía más la luz al final del túnel. Sus fehacientes vulnerabilidades son auténticos regueros de pólvora caliente a expensas de ser detonados por la mínima chispa. En este sentido, Bernardo Kliksberg, economista y asesor internacional, exponía en un artículo reciente algunos de los efectos sociales negativos que podrían producirse si no se adoptan las políticas adecuadas. Entre ellos, el aumento de la desocupación, la falta de oportunidades para la juventud, el repunte de la discriminación de la mujer en el mercado laboral, el deterioro de la cobertura sanitaria y la protección social, la amenaza de la deserción escolar en los primeros niveles de enseñanza o el alargamiento, cada vez mayor, de la sombra de la pobreza sobre una población que según las estimaciones del BM contará con seis millones de nuevos pobres antes de que finalice el año.
Las circunstancias no invitan a la esperanza pero existen caminos para evitar que el destino de las economías emergentes de América Latina se convierta en un fracaso. Esos caminos pasan por reducir las agudas desigualdades que desfiguran sus entrañas. Para ello, es fundamental hacer hincapié en la mejora de la educación. Una parcela en la que los expertos coinciden en señalar que será una de las más afectadas, sobre todo en los países pobres, por las embestidas de la crisis. Pero, también subrayan que serán los países que refuercen sus inversiones en educación los primeros en subirse al tren de la recuperación económica, cuando vuelva la bonanza.
Los esfuerzos en esta materia tienen cifras y plazos. 55.000 millones de euros en 10 años, de 2011 a 2021. Así lo ha presentado hace algunas semanas, mediante un estudio de costes, la Organización de Estados Iberoamericanos (OEI) ante los Gobiernos implicados. Habrá que esperar varios meses para conocer el acuerdo definitivo que fije unas metas educativas que, de ser logradas, supondrían un gran avance. La erradicación, en una década, del analfabetismo que aún afecta a 32 millones de personas.
La atención en lo social es la esperanza común en la que confían argentinos, peruanos, brasileños, ecuatorianos, bolivianos, chilenos, uruguayos, venezolanos, mexicanos y todas las nacionalidades que juntas le gritan al Norte con las rimas de Benedetti y la melodía de Serrat que «el Sur también existe».
Sin duda, hará falta invertir en obra pública, potenciar el mercado interno, proteger a la pequeña y mediana empresa, extender el crédito, apostar sin dobleces por la salud y la educación, apelar a la responsabilidad social, luchar contra la discriminación de género y dar alternativas de futuro a los jóvenes. Analistas de prestigio así lo vaticinan una y otra vez en los diarios y ante cualquier foro. Pero lo que realmente será necesario, lo que es imprescindible, es que todos creamos que un mundo más justo puede dejar de ser una utopía. Utopía es lo que no existe en ningún lugar…todavía. Es una verdad prematura. Por eso, valga recordar las palabras de un mariscal a Carlos V: «Si es posible, está hecho; si es imposible tardará un poco más». Pero se hará.
David Rodríguez Seoane
Periodista