La deuda de la Iglesia Católica argentina con la Democracia y la Cultura en Argentina.*
- En el diagnóstico de la aguda decadencia y de la crisis general que desde hace medio siglo padece Argentina, es esencial comprender la pesada hipoteca contraída por la Iglesia Católica con la democracia, la cultura y la ciencia.
- En efecto, en el origen de la decadencia argentina contemporánea jugaron un rol determinante tanto los factores económicos como los políticos, culturales y sociales.
La crónica y senil vinculación de los golpes militares con el aparato burocrático de la Iglesia Católica argentina
Dicha vinculación fue un elemento decisivo en 1930,y en 1943 para volver a incursionar en el control de la inteligencia y agravar así dicha decadencia. A diferencia del Golpe ocurrido en Brasil en 1964, el golpe producido en Argentina un par de años más tarde, en junio de 1966, hace hoy medio siglo, se destacó por su ataque al pensamiento libre y por enrolarse en lo más oscurantista de la Guerra Fría, que lo diferencian entre otros del mal llamado Golpe del 55, que fue en realidad una cruenta insurrección cívico-militar-religiosa que también contó con una guerra intestina de baja intensidad (fusilamientos de 1956 y salidas electorales proscriptivas).
Ciertamente, la particularidad del incruento golpe palaciego de 1966 fue su íntima asociación con los más altos elencos de una burocracia eclesiástica afín a dicha Guerra Fría –que se había agravado en 1956 con la invasión soviética de Hungría– y que había logrado a fines de la década del 50 dividir al estudiantado argentino en el conflicto entre la educación laica y reformista (restaurada en 1955) y la mal llamada enseñanza libre y sus nuevos reductos pertenecientes a la Iglesia (que cobijaron a los docentes universitarios expulsados en 1955).
En ese preciso sentido, la indiferencia de la Iglesia con La Noche de los Bastones Largos (29-VII-1966) –catástrofe cultural que originó un éxodo profesoral y científico de ribetes bíblicos– y el apoyo explícito a la Declaración del Consejo Superior de la Universidad Católica a favor de la intervención producida en las universidades estatales (La Nación, 6-VIII-1966), por parte de la Asamblea Plenaria del Episcopado Argentino, reunida en la localidad cordobesa de Embalse Río Tercero (La Nación, 20-XII-1966), vinieron a convalidar la conculcación de la autonomía universitaria y la violación de las libertades académicas. Este funesto aval institucional comprometió históricamente a la Iglesia Católica, y desde entonces ese aciago contubernio nunca fue revisado, reprochado ni repudiado.
Esa complicidad con la represión por parte del Episcopado argentino fue gestando una contradicción interna que no solo derivó en la persecución de los que resistieron, sino que dividió las filas de su feligresía al extremo de generar un muy juvenil foco insurreccional, que sin haber transitado por la anatematizada “democracia burguesa” pasó primero a la clandestinidad y luego del Cordobazo (1969) –cuando ya la dictadura se encontraba políticamente derrotada– apeló a una tardía lucha armada.
Nunca las posteriores asambleas y conferencias episcopales hicieron precisa autocrítica ni abjuraron de su pasado oscurantista. El trauma y la psicosis generadas distorsionaron el imaginario colectivo así como las conductas individuales y corporativas, agraviando los valores que hacen a la evangelizadora y secularizadora separación de la iglesia y el estado, al ejercicio de las libertades de pensamiento, investigación y prensa, a la división republicana de poderes, a la independencia de los jueces y de los periodistas, a la educación laica y reformista, al monopolio estatal de la violencia legítima, y a la producción y difusión de saberes independientes del estado, de la iglesia y del gran capital.
Posteriormente, tras un interregno populista de democracia plebiscitaria (1974-76), estos traumas desataron complicidades aún más graves, que incluso incurrieron en el terrorismo de estado, en delitos de lesa humanidad y en aventuras irredentistas alimentadas de un hipertrofiado mesianismo nacionalista (Malvinas), que aunque luego condenadas por las autoridades eclesiásticas, nunca remontaron la responsabilidad histórica de los mismos a la trágica Noche de los Bastones Largos.
Con la democracia recuperada en la década del 80, el trauma gestado en las élites y en el inconsciente colectivo por los crímenes del Proceso y la derrota militar en Malvinas dejó una marca indeleble cuyo origen histórico tampoco fue indagado. Y una vez desplomado el Muro de Berlín e instaurado el Consenso de Washington se impuso una forzada anemia y una privatización generalizada que burocratizó el mérito académico, cuantificó la evaluación de la producción científica, y consolidó un mandarinato universitario preñado de una endogamia incestuosa y de una sumisión corporativa. Con los fondos provenientes de préstamos externos, la intelectualidad argentina del más alto nivel, la de los científicos, se hundió en el fango de una descomposición tornada luego en metástasis.
Finalmente, estamos hoy frente a la increíble paradoja que tras una corrupción sin límites, la nueva dirigencia del país ha confirmado las autoridades que orquestaron el organigrama de la ciencia y de la educación superior así como la metodología de su vasallaje moral, ideológico y político, que aún hoy carece de fecha de vencimiento.
Entendemos entonces que para lograr la recuperación de la conciencia moral e intelectual perdida hace ya medio siglo es imprescindible que las autoridades locales de la Iglesia Católica recapaciten públicamente, y luego profesen un inaugural acto de arrepentimiento histórico, pues de lo contrario y como asevera un sabio refrán popular: “el que calla otorga”.
La juventud universitaria argentina y su intelectualidad –en vísperas de cumplirse el centenario de la Reforma Universitaria de Córdoba de 1918– sin duda se lo reconocerán.