Tabla de contenido ocultarAunque pudiera ser una distinción evidente y de puro sentido común, lo cierto es que en demasiadas ocasiones tendemos a confundir la teoría con la realidad, el modelo de funcionamiento ideal del mundo y la forma en la que funciona una vez que el ser humano le mete mano.
Creemos en la redistribución de la riqueza, confiamos en ceder parte de nuestros ingresos a unos representantes para que éstos ejerzan su control y lo repartan de la manera más equitativa posible entre inversión, ahorro y servicios sociales.
Nos imaginamos un gobierno que ayude a cubrir las evidentes ineficiencias del mercado y evite la exclusión social de los ciudadanos a los que no les llegan buenas manos o que no las saben jugar de la manera adecuada.
Creemos, todos, en el estado del bienestar, porque tenemos la certeza de que es la mejor forma de convivencia teórica, donde cada uno aporta a la sociedad en función de sus posibilidades y recibe dependiendo de sus necesidades, una utopía que nos hemos construido a base de parches excesivamente caros.
Queremos vivir, pues, en un mundo teórico, en un modelo económico que funciona de maravilla en los libros de texto, en los complejos modelos macroeconómicos y en los programas políticos de todos los partidos de este país.
Sin embargo, siempre dejamos de lado un aspecto fundamental
El ser humano es corrupto por naturaleza, y el que diga lo contrario o nunca ha tenido la oportunidad real de demostrárselo a sí mismo o el momento no le ha llegado aún.
Es cierto que hay individuos, la excepción, que no sucumben a su naturaleza y aplican la racionalidad por encima de sus instintos, salvaguardándose de su propia propensión a la corrupción, pero no deja de tratarse más que de un volumen de población tan residual que apenas influye en el conjunto.
Por ello, todo gobierno es corrupto por definición y ello nos condena a sobrevivir bajo el yugo de la burocracia, la corrupción y lo políticamente correcto, mientras en el bar de la esquina todos hablamos abiertamente de que el mejor gobierno es la ausencia de éste.
La anarquía o el liberalismo económico nos llevarían a un concepto similar
La ausencia de gobierno, donde la libertad de los individuos fuera el motor de las sociedades, los acuerdos sin la coerción de por medio, entre ciudadanos libres en búsqueda y defensa de sus propios intereses, y por tanto, sin atisbo de corrupción ya que no manejarían nada más que sus propios bienes.
Ello nos llevaría indefectiblemente a una sociedad perfecta, donde cada uno viviría acorde a sus posibilidades y ajeno a sus necesidades, porque serían propias y no creadas por injerencias externas de un ser superior, en este caso el Estado.
Una sociedad perfecta, al menos en teoría, pero, claro, ya sabemos que nada tendría que ver con la realidad.