Dirigir cambios significa liderar procesos de
aprendizaje colectivo en todos los niveles
Joop Swieringa
El movimiento cooperativista surge en Alemania[1], ahí nacieron las primeras cooperativas de crédito enfocadas al rubro agrario. Se da una rápida difusión en Alemania, Austria, Francia, Bélgica e Italia; en América Latina las acciones cooperativistas inician gracias a las acciones de inmigrantes europeos al final del S.XIX en Suramérica. Posteriormente nacieron las cooperativas de producción y de consumo, más todas las modalidades conocidas en la actualidad.
Las cooperativas de consumo colocan al consumidor como la base de la actividad económica y no al capital; las cooperativas de vivienda por ayuda mutua trabajan concibiendo la vivienda como un derecho y no como una mercancía o las cooperativas de crédito que suprimen el intermediario –llámese el banco- para maximizar los beneficios para la comunidad de asociados a favor de la actividad productiva y no la especulativa. Guillermo Viviani es contundente cuando expresa: “Así, formando cada nación una República Cooperativa, se superaría el régimen capitalista existente y se constituirían las células iniciales y básicas de una perfecta y bien ordenada organización económica del mundo”[2]
Un cambio de estructuras sociales para ser exitoso debe acompañarse de la mutabilidad de las estructuras mentales, por supuesto, las estructuras sociales también influyen en los esquemas de pensamiento de los individuos que conviven en ellas. Es en este punto donde la educación cooperativista se vuelve fundamental. El proceso educativo en valores cooperativistas y la libre adicción a ellos es indispensable para la consolidación de una cooperativa y, sobre todo, para la construcción o fortalecimiento del tejido social que se convertirá en el principal sostén de la dinámica cooperativista.
Estos procesos educativos no se limitan a la comunicación y acumulación de conocimiento, van más allá y se centran en el desarrollo de nuevas capacidades, en revolucionar estructuras mentales que no potencian la transformación buscada en las estructuras sociales. Para la formación en los principios y valores cooperativistas las metodologías empleadas son diversas pues responden a la realidad propia de los futuros asociados, es más, al tratarse de una educación no formal y dirigida a adultos[3] los métodos y programas educativos no pueden ser bancarios, una mala construcción de ellos conlleva al fracaso de la cooperativa o a un deficiente funcionamiento. Sin embargo, una metodología englobante puede definirse con los siguientes ejes: esparcimiento colectivo, pensamiento colectivo y actividad colectiva. [4]
El esparcimiento colectivo se ve potencialmente recorrido al existir previamente una convivencia en comunidad –como en las cooperativas de vivienda por ayuda mutua donde se asocian los habitantes de un mesón-. Se pretende evidenciar la ineficacia de la competencia[5] a través de diferentes actividades como bailes, comidas y cine foros; es de suma importancia el desarrollo de capacidades que se emplearan en la acción colectiva.
La formación del pensamiento colectivo se nutre paralelamente con la teoría –leyes, reglamentos, historia, valores y principios- y la experiencia vivida en el esparcimiento colectivo. Los métodos más utilizados para enseñar los principios y la práctica cooperativa son los círculos de debate y los consejos consultivos[6], además de la implantación de talleres y ponencias.
Finalmente la acción colectiva es la puesta en marcha del proyecto cooperativista, “la verdadera cooperación es el mejor método para aprender los principios y reglas de la misma”[7], por ejemplo, en nuestro país, la Asociación Cooperativa de Vivienda por Ayuda Mutua San Esteban de R.L (ACOVIVAMSE DE R.L)[8] se rige por los principios de autogestión, propiedad colectiva y ayuda mutua. La acción colectiva llevada a cabo en el aprendizaje de dichos principios consistió en ejercitar la autogestión a través de una constante participación en el diseño y desarrollo del complejo habitacional.
La propiedad colectiva implica la inexistencia de escrituras con el objetivo de no vender ni comerciar con la vivienda, protegiendo el tejido social y organizacional de la cooperativa y la ayuda mutua mediante la asignación de tareas de construcción hasta en el manejo administrativo de la obra estimulando la responsabilidad de cada cooperativista. Esta acción colectiva hubiera sido imposible sin la alimentación teórica y vivencial previa – ¿Qué es la autogestión? ¿En qué nos benefician estos principios? ¿Qué experiencias exitosas existen?- y sin el antecedente comunitario de los cooperativistas. Cada eje nutre a los otros dos.
Es interesante imaginar las posibilidades que la educación cooperativista ofrece a los demás escenarios educativos. Su diversidad metodológica enriquece los esfuerzos llevados a cabo en la educación no formal y en la educación para adultos; además del protagonismo otorgado al colectivo evidenciando los beneficios obtenidos al promover y alimentar el tejido social existente en los educandos. Para aquellos que no estamos involucrados en el movimiento cooperativista, esta propuesta educativa nos recuerda que la educación no es un maestro y una pizarra; más la acumulación de papeletas con bajas, mediocres o altas calificaciones. La educación va más allá, es “la reproducción de los valores espirituales”.[9]
[1] Se habla de tres grandes movimientos en 1860: el de Schultz-Delitsch, el de Raiffeinsen y el de Haas
[2] Guillermo Viviani, “Doctrinas sociales: II Teocentrismo social” (Miami, Florida: Ediciones Paulinas, 1961), 181.
[3] En su mayoría adultos, sin embargo, existen jóvenes cooperativistas.
[4] Emory Bogardus S, “Principios y problemas del cooperativismo” (México: Editorial Limusa-Wiley, S.A, 1964), 90
[5] Cuando la competencia no se produce en el campo de la cooperación, donde las fuerzas sociales convergen, se convierte en un conflicto social que destruye toda cooperación. La cooperación es básica para la competencia.
[6] Bogardus , “Principios y problemas del cooperativismo”, 93.
[7] Bogardus, “Principios y problemas del cooperativismo”,101
[8] Inspirado en el modelo cooperativista uruguayo. Antiguos habitantes del mesón La Décima, ubicado en el centro histórico de El Salvador, formaron una cooperativa junto con la instrucción de FUNDASAL (Fundación Salvadoreña de Desarrollo y Vivienda) con el fin de acceder a su derecho a la vivienda.
[9] Rudolf Pannwitz, “Die Erziehung”, Frankfurt a.M., 1909,p.7, citado por Walter Benjamin, “La reforma escolar, un movimiento cultural”, en Walter Benjamin: Obras, ed. R. Tieddemnn & H. SchweppenhÁ¤user [ed. Española J. Barja, F. Duque & F. Guerrero] (Madrid: Abada Editores, 2007), 14.