“Cuando se invierte en un banco, se ganan intereses. El inversor gana; cuando se invierte en educación, gana el individuo, la familia, el país. Todos salen ganando”
Hace años, George Psacharopoulos, «Returns to education: a further international update and implications», Journal of Human Resources, núm. 20, 1985 decía: “Para América Latina, sobre un análisis de 10 países, se ha estimado que la rentabilidad social media de la educación primaria es del 26%, de la secundaria del 18% y de la superior del 16%. Paralelamente, la rentabilidad privada es del 32%, del 23% y del 23%, respectivamente”. 25 años después, podemos afirmar que Invertir en educación rentabiliza a los países, lo que sugiere que al ampliar la cobertura, mejorar la calidad de la educación, necesariamente se retribuirá a nivel individual y social. A partir de los análisis de escolaridad y condiciones socioeconómicas de la población se deduce que con cada año de estudios adicional, las personas pueden obtener mayores ingresos, puede observarse el informe de USAID de abril de 2006 (El Periódico, Guatemala) donde se establece que los mejores rendimientos de inversión se dan en educación, pues hay rendimientos promedio del 15 % de la inversión.
Pero hay valores que debemos remarcar, si la inversión en educación es rentable en términos económicos, sociales y culturales; la inversión en educación en las niñas genera aún mayores beneficios. Cuando las madres, poseen instrucción, sus hijos e hijas gozan de mejor salud, están mejor alimentados y tienen más posibilidades de ir a la escuela y conseguir mejores resultados en ella. Invertir en la educación de las niñas es uno de los medios más idóneos de garantizar que las generaciones futuras sean instruidas y saludables.
Agreguemos a lo anterior, un indicador importante: a medida que aumenta el nivel de educación de la mujer, desciende el índice de fertilidad y el número de hijos.
Podemos afirmar que la inversión en la mujer, es un indicador extraordinario, tiene un efecto multiplicador fenomenal porque redunda en lo personal, en la familia, en la economía del hogar, en la economía del país; en la nutrición familiar –multiplicado por el número de miembros de su familia- , en la capacidad de convivencia democrática que genera en sus entornos. Hay quienes sostienen que el gasto inversión en la mujer genera márgenes de rentabilidad del 150 %, es decir, por cada unidad monetaria que se invierte en la educación de la mujer, se obtienen rentas de 1.5. Es asombroso. Podría ser mayor dado la amplitud de efecto multiplicador.
Los expertos en educación y economía comprenden ese fenómeno reproductivo, pero debemos aclarar que la inversión en educación no necesariamente significa mayor gasto, y lo ilustramos con un ejemplo: Estados Unidos gasta más en educación por persona que Finlandia, pero los indicadores de este último país son más altos que los Estados Unidos.
Las tendencias económicas mundiales y la participación de la mujer en el mercado de trabajo son determinantes en el contexto en el que se desarrollan las políticas educativas, puesto que si la mano de obra mundial se ha feminizado, pasando del 36% en 1960 al 40% en 1997, porcentaje que sigue aumentando en la actualidad – equiparándose a la participación del hombre. Por ello, es previsible que adentro de los hogares los roles del hombre y la mujer tienden a ser más equitativos al distribuir las tareas -que hace años corresponden primordialmente al cónyuge que permanecía en el hogar, la mujer-.
Sin embargo, la participación de la mujer y del hombre en la economía y la distribución de responsabilidad del hogar entre la pareja, reduce sensiblemente el tiempo que se dedica a los hijos. Esa desatención puede generar en las próximas generaciones conflictos previsibles desde ahora: muchachos y muchachas con problemas de incorporación social; un incremento en el porcentaje de delincuencia y probablemente problemas individuales de orden emocional. Las familias, la Sociedad, el Estado –en razón de un simple interpretación económica-, pueden ir previendo ese tipo de complicaciones futuras y orientar como familia y sociedad una distribución de roles de atención a sus hijos. En muchos países esa desatención en la formación de los niños ya ha empezado a tener consecuencias sociales y dentro de la familia, probablemente hay indicadores tomados al azar: consumo de drogas, embarazos no deseados, aumento en la delincuencia juvenil, etc. Y esto es totalmente lógico, si tomamos en cuenta el principio educativo indiscutible: “Los niños, los jóvenes y todo ser humano tiene un proceso de aprendizaje del entorno en que convive”. Los sustitutos de los padres los tenemos en los teléfonos celulares, la televisión, internet y los chicos de la esquina que son la nueva familia de tu hijo.
Total, siguiendo el hilo conductor de esta relación, concluiremos con una ecuación de ventajas y desventajas, y coincidimos en que la inversión en educación en general, pero particularmente en las mujeres, tiene una amplia ventajas que pudieran ser las principales defensas de una vida mejor para el futuro de la familia y la sociedad en general: más democracia, mas tolerancia, mejor convivencia, mejor calidad de vida, menos gasto social en prevención del delito, menos gasto en la represión del delincuente, etc.
Quisiéramos agregar otro aspecto adicional, que resulta un elemento quizá de una dimensión especial. Cuando debemos hablar de inversión en educación, una de las tres variables del Ándice de desarrollo humano es el logro educacional –los otros dos son la esperanza de vida al nacer y el PIB real per cápita-, y esta dimensión especial es que la educación se auto mejora en sí mismo, el IDE de todos los países democráticos y semidemocráticos tienen niveles altos o medios, contrario a los países con menos indicadores de democracia, donde el IDE es más bajo. Como esta afirmación deja la posibilidad de botarla con un dato entresacado de contexto, debemos considerar –consecuencia del mismo IDE- el logro de una vida con niveles aceptables de realización personal, logro de mejor calidad de vida –implica, necesariamente- la vida con plena libertad individual y social, es decir, el logro de más democracia.