Está terminando el curso escolar. Miles de profesionales de la educación lo han cursado desde el paro. Es posible que se hayan empeñado en perfeccionar los idiomas, que conocen, o en iniciarse en otros. Nunca se sabe dónde ha de parar el docente con su docencia. A quienes buscaron su profesión en las escuelas no les gusta estar en paro y al Ministro de Educación, José Ignacio Wert, le «incomoda» y le «irrita», no el paro de la masa docente, sino que se diga que la reforma de “su” Ley de Educación «va en contra de la enseñanza pública».
En todo caso, señor Wert, la indignación es general en la comunidad educativa, que algún portavoz de la política gubernamental califica de inapreciable. Hay razones para decir que la escuela Wert contradice los fines de una Educación para la Ciudadanía. En primer lugar, eliminar la disciplina, que llevaba ese nombre. Renovaba la nostalgia de la Revolución Francesa (¿Qué es eso?, dirá el mismo que ignora el indicativo “Comunidad Escolar”). Es contradicción al “deber” del Estado democrático el refuerzo de la red privada concertada en detrimento de la red pública: Se consolidan de este modo las diferencias sociales y se acentúa la desigualdad con recursos del Estado.
La programación sucesiva de reválidas al final de los ciclos, en lugar de la evaluación continua del alumnado, pretende conseguir el adiestramiento para la conquista individual del poder. Presupone más competitividad singular frente a la pericia para formar equipos. La Ley Wert no tanto con la inclusión de la religión como materia evaluable, que también, sino principalmente por la devaluación del valor de la igualdad frente a la pretendida excelencia es una Ley inspirada en los principios del nacionalcatolicismo, de tan deleznables recuerdos.
El Ministro quiere instaurar en las escuelas el modelo que a él lo hizo conocedor de idiomas, números e intérprete de las estadísticas. Es decir, excelentemente preparado para la competencia entre desiguales. Es usted quien incomoda e irrita, señor Ministro.