En estos momentos de la noche, alejado de todo lo que su puede considerar sociedad, reflexiono acerca de la situación actual.
Son momentos extraños los que vivimos, momentos de cambio, de darse cuenta de lo que hemos sido para encaminarnos a lo que seremos.
Se discuten cuáles son las mejores formas de gobierno, cuáles se han quedado obsoletas. Cuáles son los dirigentes que lo han hecho medianamente bien y los que lo han hecho rematadamente mal.
Y yo me pregunto: ¿Qué carajo podemos hacer más, que intentar sobrevivir?
Bastante difícil es enfrentarse a todas las contradicciones que el ser humano tiene grabadas en su ADN, como para preocuparse por si este roba y si el otro también. ¡Que les den a todos por el culo!
Ahora lo que me apetece es liberarme de todo dogma y toda idea política, y simplemente disfrutar de la esencia de la vida.
Levantarme por la mañana y contemplar ese primer rayo de sol acariciando mi Melchor Rodríguez, dejando así escapar ese olor inconfundible de la madera bien trabajada.
Bajarme a ver a mis colegas después, y reírnos de todo. Especialmente de nosotros mismos.
Disfrutar de un buen guiso de mi madre, preparado con toda ternura.
Echarme una buena siesta, mientras en la tele ponen una de esas películas absurdas.
Levantarme, coger el coche y largarme a la sierra, con mi hermano Alonso, a tomarnos un pacharán mientras comienza a nevar.
A la vuelta, escuchar Vodoo Child a todo trapo.
Después, ir a ver a la tía esa con la que estado jugando a ver quién es más tonto y quién hace más daño a quién y decirle que juegue con su prima.
Acto seguido, llamar a mi hermano Daniel y disfrutar de una buena soleá.
Y a La Fídula a continuación. A perderme entre los compases extravagantes del místico.
Cuando vuelva a casa, detenerme en esa colina en frente del Palacio Real y recordar tantos buenos momentos vividos en mi ciudad.
Allí, tirado, comienzo a percibir la sensación que tanto he buscado por aquí y por allá.
Me doy cuenta de que siempre ha estado dentro de mí.
Me doy cuenta de que la vida no consiste en otra cosa que perderse por las influencias, para volverse a encontrar.
Me doy cuenta de que el único Dios somos nosotros mismos, y que el único Demonio también; de que el cielo es disfrutar de la esencia de la vida y que el infierno es el dolor.
Me doy cuenta de todo el daño que han hecho las estúpidas ideas del ser humano.
De que la religión no existe.
Ni la política.
Me doy cuenta de que todo es un jodido invento de nosotros mismos.
De nuestra propia mente.
Del miedo que intenta acabar con nosotros poco a poco, inmiscuyéndonos en la espiral de sufrimiento.
Sonrío, pensando en aquella frase dicha por algún sabio fumando la pipa de la paz, que de vez en cuando aparece ente mis ideas:
“La mente es un caballo salvaje que cada uno tiene que domesticar”.
Acto seguido, reflexiono acerca de todos esos procesos que tenemos que atravesar para darnos cuenta de que todo es una farsa producida por nosotros mismos y a la que somos adictos.
De repente, esa rabia que se extendía por mis terminaciones nerviosas desaparece, dejando paso a una inmensa carcajada.
Recuerdo a todos esos hippies de American Express, subyugados a un placer ficticio.
Recuerdo a ese poeta del Pan Ben consumido por la verdad.
Se merece un homenaje.
Así que abrazo a la encina que ríe conmigo.
Después me doy un largo paseo por el parque, reflexionando sobre el tiempo que he empleado, de nuevo, en el abismo de la mente por intentar encontrar algo que estaba en frente.
Extremadamente feliz, me tumbo sobre la hierba húmeda y me doy cuenta de que, después de todo, tenía su propósito.
PAZ