Me acuso de haber contribuido, modestamente, a la ruina de España y de su industria más puntera en todos estos años. Pero la verdad es que, como muchos de mis amigos, no veo jamás las películas españolas y sus protagonistas me importan un pimiento.
Ya me gustaría a mí que fuera por snobismo, por afectación. He de confesar, sin embargo, que desde mediados de los años cuarenta dejé de acudir a las salas cinematográficas. No podía haber sido de otra manera. Un aciago día tuve que acudir de urgencias al otorrinolaringólogo después de que un actor español, de los de la época de Fernando Rey, me agrediera desde la pantalla grande y me rompiera los tímpanos con sus bramidos. Todo lo cual sembró, además, uno de los grandes interrogantes de mi vida: ¿Por qué los actores españoles, que suelen hacer un excelente trabajo cuando doblan las películas de Hollywood, son pésimos interpretando sus propios papeles y tienen que estar gritando todo el tiempo?
Recientemente, sin embargo, una película española me congracio y me reconcilió con el cine español: Torrente 5. Confieso que no la he visto y que no tengo intenciones de verla. Pero me han bastado los centenares de comentarios que he oído y leído, los cortes que se han puesto por todas las televisiones españolas para anunciarla, para tener una ligera idea acerca de lo que trata: lo ordinario, lo soez, lo grosero, lo cutre, lo vulgar, es decir, gran parte de las virtudes que definen de un tiempo hacia acá a la sociedad actual, destilado hasta la quinta esencia y embotellado en discos de DVD.
Así que si yo fuera el jurado del Nobel de Suecia, le daría el premio Nobel de economía doméstica a su director y principal actor, Santiago Segura. Es un consumado empresario. Porque Torrente 5 supera, con creces, a toda la filmografía cinematográfica del Neorrealismo italiano de nuestra juventud, desde Roma ciudad abierta de Roberto Rossellini a con La tierra tiembla de Luchino Visconti en 1947 e incluso al genial
Vittorio De Sica en El ladrón de bicicletas, film de 1948 si mal no recuerdo.
Basta coger uno a uno todos los fotogramas de la película en los que aparece la figura de Santiago Segura y sustituirlos por la cara de Mariano Rajoy, para darnos cuenta que es una imagen fiel de los gobernantes de la España actual.
Lo cual hace bueno el viejo refrán de que la realidad siempre supera a la ficción.
Y si no quieren tomarse la molestia de sustituir los fotogramas uno a uno, o comprarse uno de esos ordenadores que ahora lo hacen maravillosamente, pueden ir al cine taparse los ojos e imaginarse que el protagonista es nuestro amado y nunca bien ponderado presidente del Gobierno metido a actor.
Les aseguro que nadie ha hecho el ridículo mejor que nuestro mejor representante. Nadie representa la España cutre mejor que su señoría. Nadie puede quitarle a su señoría, de aquí en adelante, el titulo a la mediocridad, a la ordinariez ni a la indecencia política.