Sociopolítica

La ética del ciudadano de la democracia

Me sorprende algo dentro de los regímenes democráticos, un fenómeno que está sucediendo en la madurez de este sistema político y, sobre todo, en los países con finanzas solventes (aunque también sucede en los otros) y en los países donde el sector público, o lo público, es más aclamado. Es una parábola insalvable que habla poco sobre el real aprecio al sistema:

1. La democracia es el mejor sistema (o el menos malo para los pesismistas) y ojalá todos los países del mundo tuvieran la suerte y la razón de estar regentados por este sistema.

2. Es anti-democrático que el partido X, ahora en el gobierno, haga esto y lo otro.

3. La política es un asco. No merece la pena. No me metería ni interesaría por ella.

4. El Estado es la institución que marca el mundo civilizado y que ha encauzado la humanidad por la senda de la prosperidad

La contradicción es inherente a este sentir muy típico de los ciudadanos en los regímenes democráticos. Reconocen que el gobierno de las mayorías es lo óptimo y más justo pero claman contra los que, a su entender, realizan acciones, aun apoyados y legitimados por la mayoría, no consideran propias de la democracia. Por ejemplo, si el PP privatiza un servicio se levantan voces diciendo que no es democrático. Esto es falaz pues aun en propiedad privada el servicio, primero que son pocos, luego que no se desprecia el derecho a la sanidad universal, ya que sigue siendo costeada por el mismo sistema, público y universal. Uno puede, y está en su derecho, argÁ¼ir que no es una acción beneficiosa, que es malo para el «bien común», pero no puede tacharlo justamente de anti-democrático. De este efecto de proclamarse como «yo soy más demócrata que tú» y el otro «No, soy lo soy más», surge una pelea infantil sobre quién es más demócrata cuando no se puede ser ni más ni menos, o se es demócrata o no se es.

La segunda es más personal y es, si reconocemos el papel importante del Estado en la sociedad donde vivimos, entonces por qué, aun considerando que los políticos de la actualidad no son buenos, rechazamos a intervenir en política y aportar, según nuestras posibilidades, a la administración del Estado. Sinceramente, percibo esto como un tanto hipócrita pues es fácil, sencillo y recurrido el esconderse bajo el velo de «ninguno de los partidos me gusta» ya que ningún partido, ni miembro de los partidos está de acuerdo con el 100% de las propuestas del partido. Los partidos se configuran según las ideas más preponderantes y mayoritarias dentro de ellos, por ende, el romántico pensamiento de que podría haber un partido que reuniera al pie de la letra mis ideas es ilusorio e imposible. De hecho, ser reacio hasta tal punto con la política dice poco de lo demócrata que es uno ya que este sistema se ideó no precisamente para proceder de modo dictatorial sino para concebir acuerdos intermedios entre las partes, por medio del debate tolerante y por la negociación buscando los mejores términos para todos. Buscar en contra de estos valores el imponer mi moral, mi modo de pensar y solo unirme a aquellos que pienses exactamente como yo es, precisamente, el pensamiento que no corresponde a los valores de la democracia.

La siguiente excusa se basa en la existencia de medios alternativos a la política para influenciar la gestión del Estado. O sea, por medio de lugares de difusión de ideas como este sitio web se tiende a convencer a la gente de unas ideas con la pretensión última de introducirse en los idearios políticos y que ellos cambien su manera de pensar y actuar al leer al pueblo. Bien, es un error de arrogancia. Pues de los 47 millones de personas españolas, pocos son los que, por mucho éxito que tenga este sitio u otro sitio web, leen esto. Dos, aunque lean los contenidos no significa que los suscriban, los apoyen o los vean como lo más oportuno en las circunstancias actuales. Tres, la diversidad de medios e ideas es tal que, pensar que se van a centrar y hacer caso a fulanico y no menganico ahonda en este sentir narcisista. Ya, dentro de los partidos caben muchas ideas e idearios diferentes, también en ellos concluye la realidad pues, podemos tener ideas pero ser tristemente irrealizables en determinadas circunstancias. Así, pues como los votos han ido dirigidos a partidos con sus idearios y personas integrantes, lo lógico que está legitimado no es otra cosa que los contenidos del partido votado, no de lo que anduviera fuera de ellos.

Me sorprende después que, si denostamos tanto a los políticos apreciemos la acción del Estado tanto. El gobierno es el que dirige la acciones del Estado, es su órgano ejecutivo, ¿por qué pensamos que es más solidario (pensamos que pagar impuestos se traduce en ayudar a los más necesitados) sin embargo odiamos y tachamos de impresentables a los gestores del mismo dinero? Es incongruente. Si los políticos son tan malos como se les llama y usan todo el dinero en sus chiringuitos, cuentas personales e intereses corporativos, entonces dar dinero al Estado por los impuestos no es útil a la sociedad, sería el mal peor de todos. Mejor sería menos impuestos y que nos ayudáramos directamente entre nosotros si es preciso. No obstante, incluso cuando se demuestran las pésimas gestiones y la opinión pública ataca a la política por inmensa mayoría, seguimos pensando que el que nos extraigan dinero por obligación es bueno para la sociedad por ser solidario. No lo puedo entender ¿Pese a atribuirles el rango de savandijas a los políticos les premiamos con el título que mejores gestores de nuestro dinero que los ciudadanos que han ganado el dinero por sus esfuerzos?

Este fenómeno de la democracia que se eleva como el sistema más justo pero toda decisión de alguien en contra de mi pensamiento es anti-democrática: los conservadores piensan que es anti-democrático legalizar/facilitar el aborto o el matrimonio homosexual y los progresistas consideran anti-democrático auspiciar un modelo social basado en la iniciativa privada. Ni lo uno ni lo otro son anti-democráticos siempre que se lleven a cabo sin transgredir la Constitución vigente y bajo los cauces legales aceptados. El otro fenómeno ha sido explicado: la política es odiosa, y no pienso nunca dedicarme ni vertir mi interés en ella.

Debo puntualizar unas cosas:

1. La política es la anarquía: los políticos no tienen normas que los encorseten como al resto de los ciudadanos. No tienen autoridad por encima de ellos. No tienen nada que les impida hacer nada. La Constitución no es elemento para inducir prudencia, pues puede ser cambiaba o interpretada de la forma más conveniente. Nosotros nos preocupamos de limitar las acciones privadas porque si todo el mundo hiciera lo que le da la gana sería el mundo un caos, y no obstante, consideramos que los miles de personas tan nobles como despiadadas de la política no están sujetas a esas limitaciones. Son superfluas. Carecen de obstáculos ¿Por qué no son peligrosos, o no se les considera tanto como a trabajadores o empresarios y familias sin obstáculos?

2. La democracia es la anarquía colectiva. La democracia total donde toda decisión es tomada en referendo o en consulta es la anarquía colectiva o el autoritarismo de las mayorías eclécticas.

3. Hemos olvidado que la democracia descansa en los derechos individuales que son el freno, el límite y el tope de las decisiones colectivas. La separación de los poderes es otra de las muestras de limitación de la democracia en órganos para que no se produzca con tanto morbo la dictadura de las mayorías. No es justo que el 51% esclavice al 49%. Más cuando una persona no siempre está en un bando, ni en el ganador ni en el perdedor ya que a más votaciones es probable que se sitúe en los dos bandos. Así que se pierde en unas cosas, se gana en otras. Pero la vida de uno está al vaivén de las decisiones de sus vecinos, no de las suyas propias.

Finalmente, decir que la democracia, para que subsista sin ser la temida anarquía colectiva o la dictadura de las mayorías y ser tan mala como un fascismo, debe de tener ciudadanos con inquietudes políticas y proactivos y debe sostenerse en unos límites de libertades individuales insuprimibles que deben ser conocidos por los ciudadanos, y queridos también.

Sobre el Autor

Jordi Sierra Marquez

Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.