Las consecuencias del hecho del cambio de perspectiva hace legítima el economista que «haciendo números» bajo unos criterios revela unos resultados y obtiene unas conclusiones. Más pragmático es el caso del empresario que le dice a su economista que calcule como obtener más rendimiento en la empresa. El economista no va a «filosofar» sobre la empresa, sino va a coger factores cuantificables útiles y a realizar cálculos sobre la premisa básica dada por su jefe, respondiendo a la pregunta antes formulada. Siendo así ¿el trabajo del economista es malo o es bueno? Ni uno ni lo otro, será buen economista si ha conseguido dar unos cálculos correctos y no lo será en caso contrario pero no está sujeto a la ética. Igual sucede con los banqueros cuando calculan sus beneficios y sus rendimientos y cómo obtener éstos.
Visto ese problema, el segundo proviene de los propios cálculos y herramientas de los economistas. Las matemáticas son fiables pero sobre los factores incluidos en los cálculos y según el planteamiento de los problemas. Si los problemas se plantean de forma errónea y los factores con que realizar los cálculos son incorrectos o escuetos, los resultados serán correctos según el planteamiento pero ilegítimamente inaplicables a la realidad porque los factores y el problema planteado no se ajustan a la misma. El ejemplo más claro de esto es igualar progreso con crecimiento económico. Se supone -porque es una mera suposición- que conseguir unas cifras altas de crecimiento de PIB es progreso. Tanto es así que las instituciones mundiales como el FMI y el BM buscan en sus recomendaciones a los países en apuros las fórmulas con las que ese PIB aumente porque ellos lo consideran progreso. Sin duda, estamos cayendo en valernos de un indicador incorrecto porque el crecimiento del PIB no indica bienestar en la población por ejemplo o no necesariamente. Entonces, los cálculos de los economistas de estos organismos internacionales pueden ser certeros pero bajo los criterios erróneos escogidos.
El tercer problema es la elección, como hemos visto, de los criterios materializados en los índices e indicadores o marcadores económicos útiles para nuestros propósitos -planteados en problemas- y metas. La economía al desligarse de la política, como disciplina independiente de las demás ciencias sociales, obvia la búsqueda y el debate por ver si los indicadores son los correctos o si los objetivos de los cálculos y modelos son los indicados o reflejan lo requerible. Ha pasado a un segundo lugar ocupado por la filosofía de la economía, disciplina a la que no se le presta atención y, sin duda, es trascendental porque es el génesis del debate de cómo usar los innumerables modelos económicos, cálculos y conocimiento de las relaciones económicas con fin útil, práctico y distinto del actual, que no pasa de instrumento para defender intereses: los cálculos de como ahorrar más con la compra, los cálculos de como vender más en la empresa, los cálculos de cómo sobrellevar los presupuestos públicos… a todos los niveles.
Desde luego hay más distorsiones en las ciencias económicas sobre la realidad social, lo ético y lo políticamente correcto pero esas son las básicas. Las ciencias económicas han evolucionado para estar más allá de la ética y de la sociedad a la que estudian y basan su objeto, transformándose en inertes herramientas y conocimientos al servicio de quién los use con las ideas que los use, al igual que las ciencias naturales: ni son buenas ni son malas, explican la naturaleza como la física y la biología; la economía explica las relaciones económicas y la gestión de los recursos por los agentes económicos pero pienso que la verdadera esencia de las ciencias económicas, por extensión de las ciencias sociales en general no es mantenerse al margen de la propia sociedad, de la ética y de la política sino colaborar, además de explicar y servir de herramienta para otros fines, para mejorar la sociedad y lograr el progreso de verdad.