La flamante Unión Europea se desmorona. Las penurias y avatares de Italia superan todo lo conocido hasta ahora en Irlanda, Grecia, Portugal o España. No podemos soportar la prepotencia alemana porque el seísmo alcanzará al resto de la UE. Será terrible tener que elegir entre los “inversores” chinos o seguir bajo la férula de los “mercados”.
La sensación es de angustia y desconcierto. Si a los seres humanos se les arranca la estabilidad de unas raíces en tierra conocida, si no hay modelo ni ordenamiento jurídico que se respete. Si nos arrancan la noción del bien y del mal bajo eufemismos cuyos frutos son la corrupción y el engaño. Si lo que impera es el dinero, aún a sabiendas de que su origen está en las sentinas de los poderes económicos y financieros. Si el fraude fiscal está considerado como ingeniería financiera, y los paraísos fiscales se consideran “instrumentos” para la movilidad de los activos. Si los bancos han abandonado su función y se han convertido en financiadores de especulaciones urbanísticas, venta de fondos basura, imposición de cláusulas aberrantes en las hipotecas a las que animaron a honestas personas que entonces tenían puestos de trabajo fijo. Si ahora imponen una Ley Hipotecaria promulgada en otro contexto que ha desaparecido y practican desahucios inhumanos. Si después de haberlas expoliado a saco, han forzado a convertirse en “bancos” a Cajas de Ahorro y Montes de Piedad cuyo origen y finalidad era proteger a las personas más indefensas contra usureros y gentes sin escrúpulos mediante una radical dimensión social en su gestión y destino de los beneficios… es que nos han convertido en pueblos sin ley, sin libertad, sin justicia y sin sentido de la ética que deben presidir toda convivencia social.
No es posible callar, pues nos convertiríamos en cómplices de una injusticia y de una opresión que arranca el compromiso social suscrito entre los gobiernos y la ciudadanía. Si el soberano incumple el pacto social se convierte en tirano y pierde su legitimidad de ejercicio aunque la tuviera de origen en sistemas democráticos.
Y la doctrina sociopolítica más respetable y constante en la historia es que, si fallan los poderes en los que los ciudadanos han delegado la soberanía que en ellos reside, están liberados de sus obligaciones: obediencia debida, pago de impuestos y respeto de un ordenamiento legal que los oligarcas han conculcado con su codicia, prepotencia y desprecio. Salvo que el Jefe del Estado ejerza sus facultades en este caso de peligro de la soberanía y de la seguridad de los ciudadanos.
Que nadie se extrañe si la alarma se extiende entre nosotros, ciudadanos de una comunidad de personas libres y responsables. Que todos recuerden que, según los principios universales del derecho, al estar liberados de obediencia alguna a los tiránicos poderes establecidos, se ejerce no sólo el derecho de resistencia sino que se activa el deber y hasta la obligación de alzarse contra los detentadores de ese poder que ha puesto los beneficios económicos para una plutocracia oligárquica. Por encima del bien común, la Justicia, la Libertad y al derecho a la búsqueda de la felicidad que nos compete por el mero hecho de ser ciudadanos y no súbditos.
Ante el vacío de los poderes justos que habíamos otorgado democrática y constitucionalmente, ante la amenaza de un caos que ya padecen millones de personas en Islandia, Irlanda, Portugal, Grecia, Italia y España, por referirnos sólo a los más próximos, es lícita y obligatoria la reacción de los ciudadanos contra unos tiranos que se escudan en “mercados”, “agencias” y un “supuesto orden económico”.
Y la razón fundamental para defendernos de estos psicópatas es que el derecho a una vida digna, a la libertad, a participar en una sociedad justa y equilibrada, está por encima de cualquier ideología, de cualquier poder económico, militar y financiero. Pues cuando se conculca el sagrado poder del pacto y de los derechos humanos fundamentales, los ciudadanos tienen la obligación y el derecho de ejercitar la acción pública de liberarse del tirano. Ese ha sido el origen de todas las sociedades desde las revoluciones inglesa, norteamericana, francesa, europea en el s. XIX, rusa y de los pueblos emancipados.
Ante el caos que se expande como magma implacable, es justa y urgente la movilización por todos los medios a nuestro alcance. Porque el Jefe del Estado tiene poderes constitucionales para promover un Gobierno de Concertación Nacional que haga frente a este auténtico tsunami.
José Carlos García Fajardo
Profesor Emérito de la Universidad Complutense de Madrid (UCM). Director del CCS