Todavía son muchos los que repiten, como si de realidades absolutas se tratara, tonterías como éstas, extraídas de un reciente artículo de la escritora cubana Zoé Valdés titulado De la componenda: “Cuando España nos dejó en la miseria total y más aberrante (campos de concentración incluidos) tras una larga Guerra de Independencia…”.
Creo que es hora de reevaluar la percepción que sobre la “Guerra de Cuba” tenemos tanto cubanos como españoles, y lo primero que deberíamos hacer es llamar los sucesos históricos por su nombre. La guerra de Cuba fue una Guerra Civil, nada diferente a lo que se produjo en la península durante el siglo XIX. La razón es bastante sencilla y comprensible por cualquiera: Cuba y Puerto Rico eran provincias españolas, igual que Cataluña o Andalucía. De hecho, basta echar una hojeada a los diarios de la época para comprobar que se hablaba de Cuba como “unidad del territorio”, el mismo argumento que se utiliza ahora para negar el reciente discurso separatista de Cataluña.
La guerra cubana ha sido considerada como una guerra independentista por los historiadores que en América y España dan por sentado que las guerras de independencia fueron una entelequia construida por élites criollas (ayudadas principalmente) por Inglaterra para justificar sus propios intereses, construyendo así una mitología liberadora que justificase la creación de naciones inexistentes cortadas de su base natural, la Hispanidad, para llenarse los bolsillos hasta hoy.
No creo que los países latinoamericanos actuales estuviesen constituidos de pueblos oprimidos deseosos de “liberarse” del yugo español; basta darse una vuelta por el blog mitófago.com para comprobarlo de manera ligera y sintética. En Cuba no había indios sojuzgados que habrían podido justificar ese discurso, sino españoles, (de segunda categoría es cierto, al menos entre 1838 y el Pacto del Zanjón en 1878), pero españoles al fin y al cabo, con representación en las Cortes del Reino y todo lo demás que por su nacionalidad les correspondía…
Si los cubanos eran españoles por aquel entonces y nadie lo reconoce, también hay que hablar de la miseria en que nos dejó esta tiránica Madrastra al abandonarnos a nuestra suerte a finales del siglo XIX. Hay quien culpa a España de su suerte. La destrucción de Cuba no se debió a España sino a la política de la “Tea incendiaria” declarada por Máximo Gómez y ejecutada concienzudamente por los separatistas cubanos que destruyeron puentes, carreteras, centrales azucareros, campos de caña y telégrafos a la dinamita. A mediados de siglo las arcas de Cuba eran ricas, tanto que con ellas se pagaron las expediciones de Prim a México y a la República Dominicana; sin olvidar los llamados “sobrantes de Ultramar” que sirvieron durante al menos un lustro para pagar el funcionamiento del Estado y de la Corona en ruinas. Pero cuando hablamos de finales el siglo XIX, también debemos mencionar que Cuba, contrariamente a lo que sucedía en la Península, poseía una reciente y nutrida red de correos y telégrafos, incluyendo un cable submarino conectado con Cayo Hueso. Tampoco podemos dejar de lado la moderna red de ferrocarriles que funcionaban puntualmente. Así es que la pregunta es ¿dónde estaba la pobreza de Cuba?
Cuando estalla la segunda Guerra Civil los cubanos destruyeron en menos de tres años todas las riquezas acumuladas durante todo el siglo, dirigidos (principalmente) por un extranjero Máximo Gómez, que además, terminó destituido por traición durante la Asamblea Constituyente y ayudando al general Woods a arriar la bandera norteamericana en 1902, algo que cuando se cuenta hoy no se lo puede creer nadie en su sano juicio.
A finales del siglo, según lo reconocían los propios diputados, con su millón y medio de habitantes Cuba producía tanto o más que la propia Península. Ignacio González Olivares afirmaba: “la exportación de la isla de Cuba, sólo en azúcar y tabaco con su millón de habitantes libres, se aproxima bastante a la exportación total de la península con sus 16 millones de almas”, así que de pobreza, nada. Cuba se autodestruyó y entregó, exhausta, a los norteamericanos, permitiéndoles desembarcar en Santiago de Cuba.
Y por continuar discrepando, lo hago con la lectura que hace la señora Valdés cuando se refiere a los “campos de concentración” creados por el malvado Weyler en Cuba, como uno de los episodios que a su juicio, muestran con claridad la infamia y la estupidez española. Es cierto que el general español organizó la reconcentración de los pobladores en las ciudades, con el objetivo de privar a los rebeldes de sus fuentes de sustento. Actuando de esa manera, no estaba más que haciendo lo que tenía que hacer para pacificar a la isla. Así lo hizo Lincoln entre otras peores barbaridades, durante la cruel y salvaje Guerra de Secesión y ahora hasta una película le han hecho un homenaje.
A la guerra no se va a bailar salsa, ni a tirar trompetillas, de hecho, esa política pacifista que practicó el general Martínez Campos en 1895 no dio los resultados esperados, puesto que los mambises, con Gómez y Maceo a la cabeza siguieron poniendo barras de dinamita y quemando las centrales azucareras. Weyler para salvar a Cuba paró el relajo en que se había convertido aquella contienda poniendo mano dura. Castro hizo lo mismo en 1967 durante la limpia del Escambray y todo el mundo se calló la boca.
Quedan los números de fallecidos cifrada por los estadounidenses en más de medio millón, pero que recientes estudios reducen a menos de doscientos mil. Muertos de hambre y de enfermedades pero ojo, no provocadas por la maldad de Weyler, sino por el asedio a las poblaciones de los separatistas, que perseguían y asesinaban a los pobladores que pretendían cultivar la tierra alrededor de las ciudades para sustentarse. Sin olvidar que la quema de campos y la desarticulación de las redes comerciales, cuyos principales responsables eran en primer lugar los insurrectos, impedían el abastecimiento normal de las ciudades. Así es que se equivoca la señora Valdés cuando arremete contra España de la manera en que lo hace hablando del pasado, pero se equivoca igualmente cuando lo hace refiriéndose al presente, publicitando el análisis sobre la situación que hace del país Antonio Muñoz Molina, titulado Todo lo que era sólido. Un respetable intelectual de izquierdas, que como todos los de su tribu, ignora los principios más elementales de la economía, desconociendo de donde sale la riqueza de las naciones y como esta puede sustentarse sin tener que endeudarse en los mercados. Otros intelectuales españoles, como Jesús Huerta de Soto y Juan Ramón Rallo, defienden puntos de vista completamente contrarios y dejan notas optimistas sobre las que podría sustentarse un análisis más equilibrado.
En conclusión, para rehacer la nación española (con Cuba dentro) hace falta revisar la historia, es un deber de todos los intelectuales que hacen política como es el caso de la señora Valdés. Vale alzarse enérgica y dignamente para criticar las componendas con el Castrismo, pero esto ya tampoco es suficiente. Que no se descalifique a España con hechos inciertos y cuestionables, no sea porque tal vez la solución a los problemas de Cuba -que tan justamente condena la escritora- venga justamente de la Madre de la que nunca debieron separarse.