«A las barricadas, a las barricadas, por el triunfo de la Confederación…», tiempos pretéritos de lucha social repleta de autoridad moral que quedan tan lejanos en la memoria que ya nadie hace ni el esfuerzo por intentar regresar al grito de «cualquier tiempo fue mejor».
Hoy la realidad es bien distinta, la lucha social es otra, aunque todavía siga habiendo dinosaurios que se aferran a su discurso obsoleto en busca de un reconocimiento que nunca encontrarán, porque nadie más que sus iguales les reconocerá el esfuerzo.
Se aproxima la fecha elegida para la descafeinada Huelga General (así, en mayúsculas, para que suene más) y todos los sondeos apuntan a que será un Fracaso General (también en mayúsculas), porque las preocupaciones de los ciudadanos son otras muy diferentes a las que deambulan por los pasillos de CCOO y UGT.
España es un país de funcionarios y de liberados sindicales, que desde su posición de ocio presuntamente activo pretenden defender los derechos de sus antiguos compañeros, sin comprender sus idiosincrasias porque ya llevan demasiado tiempo sin trabajar.
Los sindicalistas españoles son incapaces de comprender que los trabajadores a los que dicen defender sólo quieren trabajar, sólo quieren puestos de trabajo u oportunidades de créditos laxos para poder darse de alta como autónomos.
Los trabajadores españoles quieren que sus sindicatos les representen, que sean capaces de consensuar con la patronal y con el Gobierno un ambiente económico propicio, un marco jurídico y legal apropiado y unas expectativas laborales adecuadas, en lugar de afanarse por defender derechos adquiridos, que tuvieron su razón de ser, pero que tal vez deben de comenzar a cambiar, en función del cambio de la propia sociedad.
La Huelga General del 29 de septiembre será un fracaso absoluto porque los dirigentes sindicales se han limitado a hacer lo que ellos creen que se espera que hagan, en lugar de aquello que más interesa a los trabajadores que dicen defender.