¿Podemos imaginarnos formando un cuerpo llamado humanidad donde cada uno de nosotros constituye una célula que vive, respira, piensa, siente, y a la vez interactúa con quien está a su alcance hasta formar un enorme tejido vivo?
A través de las sensaciones, de los pensamientos y de las emociones, a través de los actos de cada uno instante a instante, ¿podemos imaginarnos formando parte de un enorme órgano colectivo donde cada uno da y recibe del conjunto exactamente como cada célula da y recibe del conjunto?
¿Y qué es en realidad lo que se da y recibe? Energía, sólo energía.
¿Podemos entonces imaginarnos formando parte de un gigantesco órgano productor, receptor y transmisor de energía en el que cada uno vierte la propia y recibe del conjunto la que le corresponde por su semejanza?
Demos ahora un paso más. Este gigantesco órgano colectivo llamado humanidad, ¿es algo aislado del universo, o, por el contrario, recibe colectivamente y también individuo por individuo, la energía procedente del Cosmos?
¿Y no es el sistema nervioso el que canaliza esa energía que cada uno da y recibe de la humanidad y del Cosmos?
Al hilo de esta reflexión, debemos admitir que el estado correcto de nuestro sistema nervioso va a jugar un papel esencial en la recepción y transmisión correctas de las diversas energías, que serán de más alta calidad si lo tenemos a punto, tanto individualmente como humanidad.
Ahora bien: ¿Cuál es la fuente de la energía universal, la que mantiene el Cosmos en pie y que se vierte a cada uno a través de su sistema nervioso? La corriente del Ser que algunos llamamos Dios, Energía Universal, o simplemente el SER, la corriente de energía inteligente que mantiene en pie cuanto ES.
En cualquier caso, nuestra energía primera es ser, la vida, y esta procede del Ser que da vida, y es Espíritu, ya que no materia; y por tanto nuestra energía es espiritual. Así que cuando respiramos, respiramos la energía espiritual que es vida que procede de la fuente de la vida, Dios, y que nos permite pensar, sentir, comunicarnos e interactuar con ella. La vida, Dios, respira en nosotros y a través de nosotros cada vez que inhalamos y exhalamos. Y es a partir de esta realidad como podemos tomar conciencia de que somos en Dios – pero no somos Dios- y como entramos a formar parte del gran órgano llamado humanidad con la que estamos en contacto aunque no seamos conscientes de ello a través de nuestras emisiones de pensamientos, sentimientos, sensaciones, palabras y actos que son los componentes energéticos con que actuamos tanto hacia nuestro interior, como hacia nuestro mundo exterior.
Si consideramos todo lo dicho como algo que nos concierne directamente segundo a segundo, en nuestra actual sociedad mercantilista y tecnológica, el sistema nervioso de muchos es uno de sus telones de Aquiles. El pescador puede decir eso de “por la boca muere el pez”, pero ¿cómo y por qué enferma cada uno, y la humanidad finalmente como ese cuerpo orgánico del que estamos hablando? A través de nuestros modos de pensar, sentir y obrar en contra de las leyes que rigen la naturaleza y el universo, que son las leyes de la vida, o si son creyentes, de Dios. El “ en contra” tensa el sistema nervioso, y produce alteraciones en el organismo. El “ a favor”, relaja, produce lucidez, bienestar, salud y armonía que INEVITABLEMENTE se transmiten a nuestro entorno social, y cada persona de ese entorno a otras de su propio campo de relaciones, y así se forma lo que podríamos llamar el tejido espiritual del mundo donde finalmente cada uno de nosotros es esa célula que actúa en su construcción o en su destrucción según sean las energías que emitimos.
De todo lo dicho podemos hacer un resumen y añadir algo importante:
- Dios, el Ser, está presente en nosotros como energía vida que se manifiesta en nuestra respiración.
- A través de nuestro sistema nervioso, nuestros cuerpos físicos reciben esa energía en todos los órganos, células, sangre, linfa, etc.
- De la calidad de nuestro sistema nervioso va a depender no sólo la fidelidad de la recepción de energía, sino la cualidad con la que alimentamos nuestras células corporales. Y esta misma cualidad impregna nuestra alma toda, en cuyo núcleo late la chispa individual de la vida Dios que nos comunica con la vida universal.
- En uso de nuestro libre albedrío, podemos actuar a favor o contra las leyes de la energía de la que los Diez mandamientos y el Sermón de la Montaña son un extracto. Así favorecemos o bloqueamos en nosotros la correcta recepción y emisión de los impulsos positivos, y a la vez favorecemos o bloqueamos nuestra relación con el resto de la humanidad. Una actuación positiva emite energía positiva al gran cuerpo orgánico humanidad , mientras que una emisión de energía negativa bloquea, interfiere y daña al emisor y a los demás, aunque el emisor no sea consciente de este efecto que sin embargo él mismo sentirá en uno u otro momento.
- Todas nuestras emisiones se dirigen siempre al lugar del Cosmos donde se encuentran otras energías semejantes en vibración, por lo que quedan grabadas en ciertos planetas nuestras emisiones individuales. Y es allí hacia donde nos dirigiremos tras nuestra muerte física antes de volver a nacer de nuevo, si es que decidimos hacerlo.