Karma

La humanidad orgánica y el tejido espiritual universal

ENTRE DOS MUNDOS

Según nos enseña el cristianismo originario (ojo, no confundir con sus variantes adulteradas) existe el macrocosmos de materia gruesa, el macrocosmos intermedio o de los planetas de purificación, y el Reino de los Cielos. El macrocosmos material, al que pertenece nuestro Planeta Tierra y el macrocosmos de sustancia más sutil o mundo astral, son los lugares a donde vamos y venimos los rebeldes seres de la Caída, o sea, nosotros los humanos. Cuando hayamos superado nuestro yo humano, nuestro ego, podremos regresar a Casa, al lugar celestial del que procedemos. Entre tanto somos almas encarnadas o desencarnadas. ¿Les parece que hablemos de esto?

Para comenzar, ¿podemos imaginarnos formando un cuerpo llamado Humanidad donde cada uno de nosotros constituye una célula que vive, respira, piensa, siente, y a la vez interactúa con quien está a su alcance hasta formar un enorme tejido vivo? ¿Podemos imaginarnos formando parte de un enorme órgano colectivo donde cada uno da y recibe del conjunto?

¿Y qué es en realidad lo que se da y recibe? Energía, sólo energía. Y ¿qué calidad y cantidad de energía recibimos? La que corresponde exactamente a la calidad y cantidad de nuestras emisiones. Somos, pues, individualmente, una estación emisora y receptora de energía.

A través de las sensaciones, de los pensamientos y de las emociones, a través de los actos de cada uno instante a instante, sin cesar recibimos y emitimos. Y la calidad y cantidad de este dar y recibir, que es la ley universal, determina algo tan esencial como nuestro destino personal, y a nivel colectivo, determina el tipo de mundo en que vivimos.

Profundicemos en esto si les parece.

Demos ahora un paso más. Este gigantesco órgano colectivo llamado humanidad, formado por individualidades, ¿es algo que existe aislado del universo y sus leyes, o, por el contrario, está sometido a las mismas leyes físicas y espirituales y recibe colectivamente y también individuo por individuo, la energía procedente del Cosmos de acuerdo con la que emitió? Fácil es pensar que es así, pues en los Cosmos no existe nada separado de nada: todo está en comunicación.

¿Y no es el sistema nervioso el que canaliza esa energía que cada uno da y recibe? Siendo así, debemos admitir que el estado correcto de nuestro sistema nervioso va a jugar un papel esencial en la recepción y transmisión correcta de las diversas energías, y por ello nos conviene tenerlo a punto, tanto individualmente como humanidad. De ahí la bondad de las prácticas espirituales como la meditación o la oración del corazón, así como el trabajo consciente.

Ahora bien: ¿Cuál es la fuente primaria de la energía universal, la que mantiene el Cosmos en pie y que se vierte a cada uno a través de su sistema nervioso? La corriente del Ser eternamente existente que algunos llamamos Dios, Energía Universal, o simplemente el SER, la corriente de energía Una inteligente que crea y mantiene en pie cuanto ES.

Nuestra energía primaria es la vida, y esta procede del Ser que da vida, y es Espíritu, ya que no materia; y por tanto nuestra energía vida es espiritual. Así que cuando respiramos, respiramos la energía espiritual que es vida que procede de la fuente de la vida, Dios, y que nos permite pensar, sentir, comunicarnos e interactuar con ella. La vida, Dios, respira en nosotros y a través de nosotros cada vez que inhalamos y exhalamos. Y es a partir de esta realidad como podemos tomar conciencia de que somos en Dios – pero no somos Dios. Es así como tomamos conciencia de formar parte a la vez de la vida y de todas sus manifestaciones, como del gran órgano llamado humanidad con todas sus razas. Con todo estamos en contacto, aunque no seamos conscientes de ello, a través de nuestras emisiones de pensamientos, sentimientos, sensaciones, palabras y actos que son los componentes energéticos con que actuamos tanto hacia nuestro interior, hacia nuestra alma, como hacia nuestro mundo exterior.

Sin embargo, nuestra energía vida, o alma, por su naturaleza espiritual, está en contacto permanente con aquellos planetas de energía del cosmos y con aquellas almas afines y semejantes en frecuencia vibratoria. Expresado en términos espirituales, esto supone que nuestras emisiones de pensamientos, sentimientos, sensaciones, palabras y actos entra en comunicación no solo con nuestros semejantes encarnados, sino con lugares y con almas en el Más Allá, las cuales pueden influir -vía telepática- sobre los humanos, y hasta tomar posesión de su personalidad si son débiles y fácilmente influenciables.

Si consideramos todo lo dicho como algo que nos concierne directamente segundo a segundo, en nuestra actual sociedad mercantilista y tecnológica el sistema nervioso de muchos, es fácilmente manipulable si no está en armonía con las leyes espirituales- como la ley del amor. Despreciar esta ley es uno de nuestros talones de Aquiles como humanos. Ya podemos entender mejor el cómo y por qué enferma y sana cada uno, según lo que emite a sus células corporales y el por qué -vista en conjunto- estamos actualmente en una humanidad enferma con millones de enfermos que no cesan de aumentar.

A través de nuestros modos de pensar, sentir y obrar nos situamos a favor o en contra de las leyes de la vida, que rigen la naturaleza y el universo, y son las leyes de Dios. El “en contra” tensa el sistema nervioso, y produce alteraciones negativas en la salud de alma y cuerpo; El “a favor”, relaja, produce lucidez, bienestar, salud y armonía que inevitablemente se transmiten a nuestro inmediato entorno social, y a su vez, facilita que cada persona de nuestro entorno pueda emitir positividad a otras de su propio campo de relaciones. Así se forma lo que podríamos llamar el tejido espiritual del mundo donde finalmente cada uno de nosotros es esa célula que actúa en su construcción o en su destrucción según sean nuestras emisiones.

De todo lo dicho podemos hacer un resumen y añadir algo importante:

Dios, el Ser, se manifiesta como energía vida en nuestra respiración.

A través de nuestro sistema nervioso, nuestros cuerpos físicos reciben esa energía en todos los órganos, células, sangre, linfa, etc. dependiendo de nuestro nivel de consciencia.

De la calidad de nuestro sistema nervioso va a depender no sólo la fidelidad de la recepción de energía, sino la cualidad con la que alimentamos nuestras células corporales. Y esta misma cualidad impregna nuestra alma toda, en cuyo núcleo late la chispa individual de la vida Dios que nos comunica con la vida universal.

En uso de nuestro libre albedrío, podemos actuar a favor o contra las leyes universales de la energía, de la que los Diez mandamientos y el Sermón de la Montaña son un extracto. Una actuación positiva (pensamientos y emociones nobles, desinteresadas, a favor del prójimo y de la vida animal) emite energía positiva al gran cuerpo orgánico humanidad y al Planeta Tierra, así como a los planetas semimateriales del Más Allá. Por el contrario, una emisión de energía negativa (odio, rencor, indiferencia, violencia, envidia y semejantes) bloquea, interfiere y daña en primer lugar a propio emisor y a continuación entra en contacto con energías afines en este Planeta y en el Más Allá, aunque el emisor no sea consciente de este efecto que sin embargo él mismo sentirá en uno u otro momento.

Cuando, por tanto, favorecemos o bloqueamos en nosotros la correcta recepción y emisión de los impulsos positivos, favorecemos o bloqueamos nuestra relación con el resto de la humanidad y a la vez conectamos con los planetas de registro de energía correspondiente a la nuestra. Planetas que, por cierto, nos aguardan cuando finalizamos nuestra existencia en este mundo, pues a lo largo de nuestra vida hemos estado enviando allí nuestra energía personal. Y allí estaremos antes de volver a nacer de nuevo, si es que decidimos hacerlo o las circunstancias lo permiten.

Sobre el Autor

Jordi Sierra Marquez

Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.