Arreglar alcorques
Un discípulo preguntó al Maestro chan:
– Venerable Maestro, ¿cuál es la mayor diferencia que podrías señalar entre antes y después de haber alcanzado la iluminación?
– Mira, joven amigo, nunca he buscado lo que tú llamas “iluminación”. Para eso utilizo la luz del sol o, cuando se pone, la de mi humilde candil.
– Pero, Maestro, yo me refiero a…
– Ya sé a lo que te refieres, – le interrumpió sonriendo el anciano -, pero no conviene caer en la trampa de las palabras. Dentro de unos siglos nacerá en Europa, sí, en el lejano Oeste de nuestro continente, un hombre sabio y atormentado que se llamará Wittgenstein.
– ¿Cómo?
– Ludwig. Pero qué importará cómo se llame, lo que cuenta es que escribirá “los límites de mi lenguaje son los límites de mi propio mundo”.
– ¡Pero eso ya está en el Tao te King y en el libro de Chuang Tzú!
– Y en el Maestro Confucio que estableció bien claro que “si queremos abordar cualquier problema lo primero será recuperar el sentido prístino de las palabras.
– ¿Prístino?
– Sí, llamar a las cosas por su nombre, y deja ya de interrumpirme o conseguirás que me desvíe de tu pregunta.
– Es que eso es lo que me gusta cuando te desvías.
– Ya. Pues bien, el término “iluminación” induce a pensar que es algo maravilloso que viene de afuera, como sucederá para algunos intérpretes del Cristianismo.
– ¿Qué es eso?
– Otra vía de sabiduría que nacerá dentro de unos quinientos años y cuyo origen será un tal Jesús…
– Dime.
– … del que te hablaré otro día, pero déjame terminar. Los ancianos prefieren hablar del “despertar”, es decir de quitar obstáculos, en la medida de lo posible, para que aflore el ser auténtico que somos y que se revela uno con todo lo creado, y lo increado.
– ¿Cómo es posible eso de lo increado?
– Antes de que te vayas a arreglar los alcorques de una vez, escucha qué señalaría yo entre el antes y después.
– …
– Pues en que, antes, a veces, me dejaba abatir por los acontecimientos, como todo el mundo, tenía neurosis y hasta me deprimía… y, claro, sufría.
– ¿Y ahora?
– Pues me sucede como a todo el mundo… pero ya no sufro porque ya no me importa. No creerás que mi cuerpo y mi mente son especiales. Pero trato de no sentirme encadenado por ellos y vivo cada instante como si fuera único.
– Es que lo es, como tú dices, Venerable Maestro.
– Por supuesto, al igual que tú te vas en este “instante único” a segar el césped y a arreglar los alcorques del jardín.