Hace dos semanas, tres veinteañeras universitarias hablaban animadamente entre ellas en el interior del tranvÃa, mientras se desplazaban hacia el campus poco antes de las nueve de la mañana. Yo viajaba en el mismo convoy, muy cerca de ellas, y todos Ãbamos casualmente al mismo sitio: a la universidad. De pronto, una dijo a sus amigas que su profe de Contemporánea —de Historia Contemporánea, quiso decir— le habÃa encargado hacer una reseña sobre un libro de contenido masónico. ¿Ma… qué? —Interrogó otra, como preguntando qué diantre era eso de la MasonerÃa—. Y entonces, la tercera aclaró a las demás que la MasonerÃa era « una organización secreta que, durante la República española, hacÃa misas negras y perseguÃa a los curas y las monjas ». Textual.
Debemos explicar que las chicas eran cultivadas y bien educadas, pero en absoluto se las veÃa finolis ni meapilas; eran chicas normales y corrientes, ubicadas probablemente en familias de extracción media.
Inmediatamente, la primera matizó la definición dada por su compañera puntualizando que la MasonerÃa no era exactamente eso, sino más bien « una secta de anticlericales y gente de extrema izquierda ». También textual.
Apenas les dio más tiempo para recrear nuevas definiciones del término; el tranvÃa llegó a la parada de la plaza de San Francisco y allà nos apeamos los cuatro. Ellas, unos metros por delante de mÃ. Y el caso es que, a pesar de mi discreción habitual, no pude por menos que acelerar el paso para alcanzarlas y decirles que la información que tenÃan de la MasonerÃa no era fiable; incluso les aconsejé que leyesen un libro genérico acerca de la historia de la Orden, escrito por un reconocido historiador del tema.
Me miraron extrañadas al principio, con cierta prevención, como quien no se fÃa del tipo extraño que inopinadamente las aborda y se mete donde no le llaman. Comprensible. Luego, cuando percibieron mi buena intención, cambió la actitud de las jóvenes, y hasta me dieron las gracias al final por mi repentina intervención. Fuimos los cuatro juntos hasta el pórtico del campus y allà nos despedimos con simpatÃa y cordialidad.
Contamos esta reciente anécdota porque resulta sorprendente que todavÃa hoy, con medio siglo casi de sistema democrático a las espaldas, un gran porcentaje de universitarios de este paÃs tengan, de la FrancmasonerÃa, la misma o parecida imagen que se podÃa tener de ella, en los cÃrculos conservadores, en 1935. Entonces, la media España tradicional y católica sà tenÃa determinados motivos para contemplarla negativamente desde el subjetivismo, pero parece sorprendente que a fecha de hoy se siga opinando igual de esta institución con tanta raigambre en buena parte del planeta.
No vamos a negar que cada vez son más los españoles informados y leÃdos, pero no nos engañemos: la mayor parte de nuestros conciudadanos sigue creyendo que la MasonerÃa es una cosa bien antigua, rara y secreta, cuando no siniestra y complotista, contraria en cualquier caso al poso cultural judeocristiano que conforma las raÃces históricas de las sociedades europeas occidentales.
Se reconozca o no, desde la calle aún se identifican las logias con las épocas de republicanismo, sobre todo con la II República y los umbrales de la guerra civil, y se asocia siempre a los masones con movimientos antimonárquicos o insurreccionales proclives al anticlericalismo iconoclasta.
Es verdad que algunas logias y obediencias de antaño mantuvieron furibundas posturas anticlericales; y que algunos iniciados, afiliados en aquel entonces a partidos republicanos o a sindicatos de signo radical, pudieron coprotagonizar a tÃtulo individual ciertos episodios lamentables que hoy son mera historia, como la quema de conventos en la Barcelona de la Semana Trágica (entre el 25 de julio y el 1 de agosto del año 1909), o las sacrÃlegas exhumaciones de cementerios cenobiales en los conventos saqueados en la ciudad condal, en Madrid y en otras capitales de provincia. Está claro que la MasonerÃa, como institución, nada tuvo que ver con estos desmanes u otros episodios similares, aunque la leyenda negra señaló a la Orden del compás y la escuadra como la instigadora en la sombra de algunas de esas atrocidades históricas.
Aquella MasonerÃa que antaño apoyó decidida y públicamente los movimientos republicanos y anticlericales, y que acogió en su seno a miembros radicales del sindicalismo anarquista, fue una MasonerÃa teñida por la nefasta influencia polÃtica y el partidismo insolente, convirtiéndose por dichas razones en ágil correa de transmisión de una determinada ideologÃa que acabó por dañar sensiblemente a las logias en el centro neurálgico de su esencialidad. La MasonerÃa se politizó de tal forma que al final hubo de tomar partido. Y lo tomó, ya lo creo que lo tomó. Es posible que la coyuntura polÃtica del momento no diese opciones distintas, no lo sabemos con certeza, pero los hechos están ahÃ. Y de aquellos barros vienen estos lodos. Han pasado tres décadas largas desde que la MasonerÃa regresó a sus aposentos españoles tras el fallecimiento del general Francisco Franco. Y este tiempo deberÃa haber bastado para aclarar las cosas y enviar a los ciudadanos un mensaje sereno, claro y unitario: la FrancmasonerÃa no es en realidad lo que se dijo que era, incluso a pesar de las innegables y muy dañinas inclusiones polÃticas que horadaron sus esencias y su sentido último. Parece inexplicable que una persona culta y joven pueda definir esta Orden a dÃa de hoy como una secta oscura y perversa al servicio de quién sabe qué terribles y extraños intereses. Definiciones peores y más erróneas hemos oÃdo, no obstante, en estos últimos tiempos.
En treinta años, la MasonerÃa ha tenido tiempo de limpiar su emborronada imagen social, de paliar su mala prensa, de romper con el pesado lastre de su leyenda tenebrosa. Pero las ocasiones de hacerlo se han malgastando neciamente por diversas razones. Entre ellas, por la pugna interna desatada, desde antes incluso de 1983, entre las distintas potencias masónicas, al objeto de dominar los horizontes interiores.
Nos parece lÃcito preguntarnos por qué motivo se piensa todavÃa que las obediencias masónicas tienen carácter anticlerical, secreto o conspirativo. Es verdad que en democracia se han convertido en asociaciones reconocidas y legales; es cierto que algunos masones, a tÃtulo individual, han procurado hacerse visibles para explicar las cosas como es debido, pero es obvio que el mensaje adecuado no ha llegado a las calles ni ha calado en el ambiente. El esfuerzo de unos pocos ha sido insuficiente para poner los puntos sobre las Ães. Y por otro lado, el hecho de que las logias mal llamadas liberales estén abanderando, desde hace cuatro o cinco lustros, el combate en pro del laicismo, tampoco ayuda demasiado a que la sociedad se desenganche por fin de los viejos clichés. El ciudadano de a pie no asocia a los masones con ideales de presente, y menos aún con retos o proyectos de futuro, sino que los contempla como miembros de una asociación trasnochada sumida en la hojarasca otoñal de nuestro pasado patrio; una institución anacrónica, en cualquier caso.
Nos reunimos con tres iniciados en las logias, uno integrado en la denominada MasonerÃa regular y los otros dos en la liberal. Y los tres, curiosamente, nos expresan su convencimiento de que la institución debe adaptarse al presente buscando la renovación de cuadros y un cambio sustancial en el fondo y la forma del mensaje. «El tiempo de los dinosaurios ya pasó, y lo que toca es replantearse las cosas con ojos de modernidad y de sentido común y trabajar de lo lindo. Y no precisamente —señalan con énfasis— en pro del laicismo o del aborto libre (asuntos extramuros de los talleres que afectan a muchas sensibilidades y fomentan filias y sobre todo fobias, nos explican), sino en la senda de mejora del ser humano, en la construcción del yo Ãntimo de los iniciados, en la concienciación de que el ser humano es un templo digno de cultivo, de atención y perfeccionamiento».
Cuando ellos mismos se expresan de esta forma y no parecen tener desacuerdos de hondura en lo que dicen, nos parece que convendrÃa reparar esos rotos, o de lo contrario esta organización no hallará el camino franco para volver a ser tomada en serio en este paÃs a medio o largo plazo. La fraternidad deberÃa instruir con ganas a sus nuevos aprendices, tanto cultural como espiritualmente, y enseñarles lo que de verdad significa ser hombres libres y de buenas costumbres. Nada como volver a las raÃces para renovarse en condiciones.
Joya masónica de Pasado Venerable
Los principios elementales del pensamiento masónico siguen sin conocerse. A veces, lo que es peor, ni tan siquiera dentro de las logias. No estarÃa mal —me consta que a muchos masones les encantarÃa— que los responsables últimos de las numerosas obediencias y tendencias masónicas que cohabitan en España, que son más de veinte, se sentasen alrededor de una mesa para dialogar, zanjar pleitos intestinos y formar luego un frente común que, reconociendo y respetando las diferencias entre unos y otros, ofreciesen sin embargo una imagen única y sólida a los ojos de lo que se viene llamando «mundo profano», cantera única y frágil de la que se alimenta la institución. No desconocemos que se están dando los primeros pasos en este sentido en el seno de las obediencias liberales, pero son avances lentos y poco aireados, de los que no se percata casi nadie en la sociedad civil.
«Los masones —nos dicen ellos mismos desde su deseo de anonimato— deberÃamos mostrarnos, tanto hacia dentro como hacia fuera, como lo que decimos ser: hermanos. Y como tales, enseñar a nuestros conciudadanos los valores intrÃnsecos de esta fraternidad, que no debe buscar otra cosa distinta al mejoramiento de los individuos. Después, la extensión social de esos valores dependerá de los iniciados en particular, de su quehacer y buen ejemplo como ciudadanos responsables». No podemos estar más de acuerdo. Es preciso que la MasonerÃa se modernice, que abandone por fin los antiguos traspiés y las viejas infecciones nocivas, que deje de agitar banderas que no le son propias y trabaje resueltamente en ese cambio de imagen tan necesario para sus propios intereses.
Que se sepa que los masones no hacen polÃtica partidaria ni ideológica, y que no andan por ahà —creemos— persiguiendo curas ni conspirando en el interior sombrÃo de sus templos, sino laborando por la consecución de fines más constructivos, en especial en pro de las personas y su idiosincrasia moral.
Los tiempos han cambiado, y algunos estudiosos del tema damos por sentado que la FrancmasonerÃa también ha mudado sus ideas impropias y ha dejado atrás sus metas inapropiadas y caducas; y si no lo ha hecho del todo aún, estarÃa bien que concluyese cuanto antes el proceso inevitable de actualización.
SerÃa deseable, y con esto acabamos, que esas tres simpáticas jovencitas del tranvÃa consiguieran en breve respuestas claras a su laguna de ignorancia sobre qué es la MasonerÃa, y que no fuera yo precisamente quien tuviera que dárselas.
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