Debemos partir de la perspectiva polÃtica internacional y nacional de que el régimen de Franco, como el de Salazar en Portugal o como la dictadura griega, primero, y la turca, después, estaban polÃtica y socialmente agotadas. PodrÃamos hablar de Perón, Pinochet y otras, que también podrán servirnos de ejemplo. Todas carecÃan de toda posibilidad de renovarse a sà mismas. Las dictaduras militares son regÃmenes de excepción y una vez agotadas y superado el estado de excepción, no sólo eran objetivamente innecesarias sino un obstáculo para la estabilidad de los intereses de la clase dominante, no sólo, sino fundamentalmente, de los intereses de los paÃses que las habÃan apoyado. Sin cuyo apoyo hubieran sido incapaces de sobrevivirse a sà mismas. Los regÃmenes fascistas y nazis se soportaban sobre su propia estructura de poder, en sà mismos. Y desaparecen, si son destruidos desde fuera.
Foto: Jornadas Republicanismo EspañolUn ejemplo de permanencia de los regÃmenes totalitarios, que no tienen vocación de excepción sino de permanencia, son las actuales teocracias musulmanas y los totalitarismos comunistas. Pero este no es el caso de las dictaduras militares que caen cuando pierden los apoyos internacionales. Las revoluciones internas se han desencadenado contra regÃmenes monárquicos en condiciones de descomposición y debilidad de éstos. Pero las dictaduras militares difÃcilmente caen por revoluciones internas, caen cuando se agotan en sà mismas y manifiestan ese agotamiento cuando las fuerzas internas que las apoyaban se desintegran, empezando por el Ejército, fundamental pilar de las dictaduras y, continuando por el otro soporte de la dictadura en el caso de los paÃses católicos, cuando la Iglesia juega la doble estrategia de mantenerse dentro de la Dictadura al mismo tiempo que organiza la alternativa a la misma con otros personajes, como fue el caso de España en el que Gil Robles, un hombre del Vaticano, jugó la baza de la transición desde 1948.
Ambos apoyados en fuerzas internacionales. En los comienzos de la transición española ese agotamiento se manifestó en la división interna del Ejército y en la división interna de la Iglesia, ambos apoyados por los Estados Unidos. Todos los cuales habÃan llegado a la conclusión que la renovación de la Dictadura en otro militar no garantizaba la estabilidad polÃtica en un paÃs de tanta importancia estratégica internacional como España.
Y por esa razón, porque no garantizaban la estabilidad de los intereses internacionales ni de ciertos sectores nacionales,  no se renovaron, fueron sustituidas por regÃmenes democráticos controlados por las mismas potencias, las mismas fuerzas polÃticas y el mismo clero que las habÃan apoyado. Agotadas, que no derrotadas, fueron sustituidas. Porque ninguna dictadura fue derrotada por un movimiento popular sino por las propias fuerzas polÃticas desde dentro de las mismas y con el apoyo necesario de los Estados Unidos. Por tanto, en condiciones de necesaria sustitución de las dictaduras agotadas por nuevas formar de dominación, la instauración de la República española hubiera sido posible. Si no lo fue, la explicación debemos encontrarla en los errores polÃticos que cometieron las izquierdas. Y en por qué cometieron esos errores.
Si estas transiciones fueron inevitables, es porque eran necesarias. Pero para entenderlo debemos desmitificar las democracias formales capitalistas en las que vivimos todos los occidentales que, siendo una forma legal y formal más deseable que cualquier dictadura, sus constituciones y el desarrollo de sus sistema legal sigue, por encima de todo, protegiendo los intereses privados por encima de los derechos individuales y sociales.
Pero si la inevitabilidad objetiva de las transiciones las hizo necesarias para que esa transición tuviera éxito tenÃa que concordarse con las fuerzas polÃticas, no sólo las que apoyaron las dictaduras, la Dictadura española en este caso, porque en ese caso la Dictadura se habrÃa perpetuado con otras apariencias formales bajo control polÃtico de las mismas fuerzas. Y de hecho algunos siguieron esa vÃa, que porque estaba condenada al fracaso, fracasó. Era garantÃa objetivamente necesaria para estabilizar los intereses económicos del capital y los estratégicos del imperialismo contar con la participación en el proceso de sustitución de la dictadura por una forma de dominación democrática con las fuerzas polÃticas que habÃan estado contra la Dictadura. Especialmente con los socialistas, aliados objetivos del imperialismo norteamericano y de su modelo de democracia polÃtica y social, y con los comunistas, cuyo único objetivo, en el momento de agotamiento total del Régimen franquista, no fue otro que romper las murallas de Troya para pasar a formar parte institucional del nuevo Estado sobre una forma de gobierno monárquica parlamentaria.
El problema fundamental es que no entendieron, ni socialistas ni comunistas, que la dictadura estaba agotada, el Ejército dividido y la Iglesia insegura y dividida. El problema es que la generación de socialistas nacidos en la posguerra perdieron la perspectiva republicana y ni si quiera plantearon un referéndum sobre la forma de gobierno. Y que los comunistas sólo querÃan sentarse en los escaños del Parlamento, renunciando a la República. Renunciando al objetivo de todos los republicanos del exilio: la restauración o instauración de la República, como propuso Prieto, posibilidad aceptada, con condiciones, por el mismo Gil Robles, previa instauración provisional de un gobierno monárquicos, que convocarÃa un Referéndum.
Si las dictaduras portuguesa, griega y turca fueron sustituidas por repúblicas, en Argentina y Chile ocurrió lo mismo, es que en España, también hubiera sido posible. Es cierto que a las fuerzas internas del Régimen, Ejército e Iglesia, la monarquÃa les daba, y da, la garantÃa de proteger sus privilegios. Y asà ocurrió. Una vez eliminados, por ellos mismos, los sectores más integristas carente de comprensión de cuál era la situación real de descomposición interna.
Si las fuerzas que necesitaban el cambio, el Departamento de Estado norteamericano, del que dependÃa la seguridad de las fuerzas internas, hubieran sido presionadas por las izquierdas para, al menos, celebrar un referéndum sobre monarquÃa o república, y esto fue lo mÃnimo que se podÃa haber conseguido, porque estuvo a punto de conseguirse en 1949, por las mismas fuerzas polÃticas con otros personajes, ese referéndum se habrÃa celebrado. Su resultado hubiera dependido de las fuerzas republicanas, todas. Pero nadie lo exigió. Porque la izquierda lo concedió todo cuando estaba en condiciones de poner condiciones porque quienes necesitaban estabilizar la situación española eran los propios norteamericanos de los que, como digo, dependÃa la seguridad de sus aliados internos. Lo grave es que la izquierda ni si quiera lo intentó. Renunció a restaurar o instaurar la República.
Hoy nos encontramos ante el problema que podrÃa haber sido resuelto entonces. Pero con una diferencia cualitativamente fundamental: la derecha internacional y nacional están, después de la desaparición del bloque soviético, a la ofensiva. Tienen todo el mango de la sartén en sus manos. Y sin embargo siguen siendo incapaces de dar solución a una situación internacional que se irá radicalizando. Y en España es evidente.
Plantear la instauración de una república, como alternativa a una monarquÃa agotada, apoyada por la Iglesia pero no por las fuerzas sociales, es lo mÃnimo que deberÃan plantearse las fuerzas polÃticas en bloque. Con un programa económico de defensa tanto de los derechos individuales como sociales. Sin romper el marco de la democracia formal capitalista pero con capacidad para proteger, consolidar y extender los derechos sociales. Y con una ofensiva de defensa de las libertades morales que se está cargando el Gobierno nacional-clerical de Rajoy, con toda impunidad y ante los escandalosos silencios de una izquierda institucional y puritana, que no abre la boca sino es cuando la presión de los movimientos sociales periféricos al Poder, feministas, pacifistas, ecologistas, lesbianas, abortistas, homosexuales, jóvenes, estudiantes…, únicos motores de toda posibilidad de cambio, manifiestan en las calles su poder.
Ahora, el ejemplo catalán deberÃa servirnos para recuperar la ideologÃa republicana como única alternativa a una España atrofiada y en acelerado proceso de recuperación del nacionalcatolicismo. La transición ha sido traicionada por la derecha clerical, soporte de la monarquÃa. Los republicanos no podemos ver en los republicanos catalanes unos enemigos de una España agostada y descompuesta. Pero tampoco podemos identificarnos con esta España, hecha a imagen y semejanza del clero y del capitalismo financiero.
La independencia de Cataluña, si la desean los catalanes, no sólo es el ejercicio de un derecho a la autodeterminación de una comunidad polÃtica de ciudadanos que quieren ser otra cosa porque quieren decidir sobre su propio destino, es el momento que nos abre la puerta para reivindicar la república como única solución para los españoles. Porque convenceros, la única solución que nos proponen es la salvación y fortalecimiento del capital y no la de la Sociedad de bienestar. Que la han puesto en saldo en todos los mercadillos del mundo. Estos son Rajoy y sus acólitos. La alianza con los republicanos catalanes es una alianza estratégica para debilitar lo que fue incapaz de debilitarse durante la transición: la monarquÃa, el franquismo presente en el Partido Popular y el clericalismo aliado del Partido Popular y enemigo de todo tipo de libertad individual.
El enemigo de los catalanes republicanos y el de los republicanos españoles es el mismo. No caigamos en el error, tÃpicamente fascista, de enfrentarnos a los republicanos catalanes defendiendo la unidad de una España hecha por el clero en beneficio de la monarquÃa y del capital.