Finales de julio. Tres y pico de la tarde. ¡Riiin, riiin! Siesta rota. Agarro el teléfono entre brumas. Es Manu, de la UVE, que no parará hasta que yo termine en la UVI. Cualquier día de éstos lo llevo a los tribunales. Me acosa con proposiciones indecentes.
-¡Oye, tío! Tengo una idea genial. A Pedro le ha encantado. Quiero que tomes priligy y nos lo cuentes…
-¿Priliqué?
-Sí, hombre… El remedio para la eyaculación precoz que acaba de ponerse a la venta en las farmacias.
-¡Pero si yo nunca he tenido ese problema! Tendría, en todo caso, el contrario, y ahora, con la edad y lo del tantra, más aún. ¿Quieres matarme por agotamiento? ¿Quieres que hinque el pico sobre una chavala después de tirarme ocho horas dale que te pego?
-Pues ahora que lo dices… ¡Menudo notición! Seríamos los primeros en darlo. Bueno, déjate de historias. ¿Aceptas o no?
-Si me pagáis una puta de lujo…
-¡Ja, ja! ¡Siempre tan gracioso! Estamos en crisis.
Tan gracioso y tan gilipollas, porque digo que sí.
Cuelgo. ¡Si seré idiota! Voy a cumplir setenta y tres años y hace cinco me pusieron tres bypasses en el corazón. Lo dicho: de ésta, a la UVI.
Tanto más cuanto que a estas alturas de mi ancianidad, para levantar el ánimo y otra cosa una vez a la semana, porque de ahí no paso, me enjareto una galleta maría (sí, sí, maría… Ya saben), una petaca de whisky, media dormidina y diez miligramos de cialis.
¡Menudo mejunje! Eso sí: mano de santo. Resisto dos o tres horas con la bandera izada.
¿Qué diría mi cardiólogo si lo supiese? Bueno, lo del cialis sí que lo sabe. Hakuna matata. Lo otro, no.
Le llamo, por si las moscas cojoneras (nunca mejor dicho). ¿Podré atizarme un priliqué, amén de todo lo demás, sin que mi vida peligre?
-¡Qué prisa tienes! Ese producto acaba de salir. Dame un par de días.
Se los doy. ¡Vaya! Semáforo verde. Mi esperanza en un pozo. No hay escapatoria. Manu va a salirse con la suya. ¿Y si lo engañase con un placebo?
No. La ética de la profesión lo impide, pero me siento exactamente igual -igual de imbécil- que el día en que Nieves Herrero me propuso, para inmortalizar la hazaña en Antena Tres, que me lanzase en paracaídas desde la torre Picasso, y también le dije que sí. ¡Yo, que tengo pánico a tirarme de cabeza al agua desde el borde la piscina! Menos mal que la cosa no cuajó por problemas técnicos. Si no, hubiera acabado arrojándome al vacío vestido de Superman, untado de kriptonita, gritando ¡shazam!, y adiós Dragó.
Por cierto, y a propósito del cialis (que es un remedio para la disfunción eréctil similar al viagra y al levitra)… También me tomo, aparte de los diez miligramos en situaciones de emergencia, una dosis de mantenimiento de cinco miligramos al día. Eso sirve para estar en permanente situación de ataque. ¿Pasa una gacela? Pues el tigre se abalanza y la adentella. ¿No pasa? Pues tan tranquilo.
¿Disfunción eréctil? ¡No te fastidia! ¡Si seré cursi! Antes se llamaba impotencia.
Y a lo que iba… Lo primero, la farmacia. Voy a la de mi barrio y me entero de que exigen receta. Estas cosas, con Franco, no pasaban.
-¡Pero mujer! ¡Si me conoces de toda la vida!
-Precisamente por eso. ¡A saber lo que estarás tramando! No quiero líos con el ministerio. Nos controlan hasta el bicarbonato.
Junto a la farmacéutica, que ya no es una chiquilla, veo, mirándome con guasa y de soslayo, a una dependienta que sí lo es. ¿Por quién me toma?
-Ojo, chata… Que yo no lo necesito. No pienses mal. Cuando quieras, si tu jefa lo permite, te lo demuestro.
Se ríe, pero ni flores. Las jovencitas son así.
La jefa interviene:
-¿Ves como tengo razón? Ya me lo decía tu madre. ¡Anda, hijo, sal por dónde has venido y vuelve con una receta!
Así lo hago. Me la extiende el cardiólogo, que es un buenazo y todito me lo consiente.
Llego a casa con la pócima. Cada polvo sale por doce euros. Carito, ¿no? En Bangkok, por ese precio, te vas a la cama con dos preciosidades. Abro el envase, saco el prospecto y… La sangre se me hiela en la zona que el cialis debe y suele irrigar.
Telefoneo al periódico…
-Oye, Manu… Que aquí dice que el priliqué tiene ochocientas mil contraindicaciones y otros tantos efectos adversos, entre los muy frecuentes, los frecuentes, los pocos frecuentes y los raros. Prácticamente todos los que figuran en el Diccionario de Síntomas y Síndromes de don Gregorio Marañón, menos la tortícolis y los golondrinos. Me va a dar un patatús.
-¿Eso me lo dice el hombre que estuvo en la guerra de Vietnam después de la ofensiva del Tet? ¿Eso me lo dice el hombre que corrió el encierro de san Fermín codo a codo de Antonio Ordóñez? ¿Eso me lo dice el hombre enviado por Pedro Jota a la semana de protesta contra Pinochet? Vamos a menos, amigo… ¿Es la edad?
¿La edad? ¡Vas a enterarte!
Pongo manos a la obra. Sólo me falta la chica. O las chicas, en plural, que eso devuelve el vigor. Paso revista a las posibilidades. Hago la cuenta del viejo. A ver, a ver…
¿Mi santa? ¡De ningún modo! ¡Eso ni se contempla! No está bien enredar en semejantes cochinadas a quien quizá sea algún día madre de nuestros hijos. Y, además, necesito estímulos, y la novedad lo es, que aceleren la eyaculación, no rutinas que la retrasen.
Abro la libreta de teléfonos. La repaso ex por ex, novia por novia, ligue por ligue y aventurilla por aventurilla. Poca cosa.
Las ex ya son, por lo general, mayorcitas y, además, no me aceptarían en sus lechos. ¡Así de raras son las mujeres! Que se lo pregunten a Racionero. Su libro (Cómo sobrevivir a seis historias de amor. Yo voy por la séptima, sin contar las de paso) es una joya literaria y un manual de utilísimas instrucciones conyugales… El perfecto casado, de este segundo Fray Luis.
Las novias lo son ahora de otros o, incluso, ¡qué desconsideración!, se han casado con maromos celosísimos. Tampoco es cosa de terminar en calzoncillos y con los zapatos en la mano haciendo equilibrios sobre una cornisa.
Los ligues y las aventurillas… ¡A saber por dónde andarán! Sic transit. Seguro que han cambiado de teléfono.
Mi libreta es ya un álbum de viejas glorias.
¿Viejas? Sí, como yo, que lo soy verde, y por eso me gustan las jovencitas. Bueno, por eso, no, porque también me gustaban cuando era un mocito barbero. ¡Qué le vamos a hacer! Lo que es, es, aunque la corrección política, el feminismo, el IMSERSO, Bibiana y la ideología imperante se empeñen en lo contrario.
Hay un momento, fatal para mi libido, en el que las chicas pasan a ser señoras y ya no se vienen al Sáhara a lomos de un dos caballos. Suele producirse esa catástrofe al filo de los treinta, como mucho. Con las veinteañeras, en cambio, se va sobre seguro. Y si aún no lo son, mejor. Que se lo pregunten a Berlusconi.
La búsqueda pinta mal. Y, para colmo, acaba de empezar agosto y andan casi todas en biquini por las playas. Yo las detesto… Las playas, digo, no a los bombones que por ellas se contonean.
Tampoco me voy a ir de putas, porque me meterían prisa, y se trata justamente de lo contrario. Hacer eso, además, es ahora deporte de mucho riesgo. Lo mismo aparece una lechera (no es alusión) y acabas en el trullo. Con Franco tampoco ocurría eso.
Vuelvo a telefonear al periódico…
-Oye, Manu… ¿Y si me hago una manuela?
-¡Ja, ja! ¡Qué gracioso!
¿Lo habrá aprendido en jueves? Pero es hombre astuto y sabe de qué pie cojeo…
-¡No racanees más! -aúlla-. Paco Umbral hizo en su día con el viagra lo que tú vas a hacer ahora con el priligy y no se anduvo con remilgos. ¿Lo recuerdas? Cumplió como un jabato.
Sí, claro que lo recuerdo. ¡Con banderillas a mí! ¡Al toro!
Al toro, sí, pero ¿dónde está, que no lo veo?
Dios no ahoga. Lanzo un S.O.S. desde el gabinete de Julia Otero, en el que oficio de contertulio, y una chica de Cantabria se me ofrece. No voy a decir su nombre. Soy un caballero.
La llamo y… Todo en orden. Está dispuesta. Le pido foto. Me la envía. Nota alta.
Ya, pero si le pago el viaje desde Santander se me van a ir en el billete los magros emolumentos que Manu -él sí que racanea. Estamos en crisis- me ofrece. Desisto. Gilipollas, sí, pero no tanto como para jugarme las coronarias sin recibir unos duros o, por lo menos, un par de trajes de Milano y una cestita de anchoas.
Salgo del estudio de Onda Cero y, a portagayola (¿gayola?), se me acerca un angelito, un querube, una monada… Dice que estaba deseando conocerme. ¡Pues ya lo ha conseguido! Es cantante, se llama Virginia Maestro y vela las armas de su primer disco: diez canciones llenas de soul, funk y jazz. Lo sé porque me da un tarjetón donde lo dice. Le pido el teléfono. Me lo da. Me pellizco. No la pellizco (aunque me gustaría hacerlo). Dios, en efecto, no ahoga. ¿Será ella la candidata al priliqué que la providencia me envía? Quedo en llamarla. Se va. Me voy. Miro el tarjetón y descubro que el compositor es Risto Mejide. ¡Glup! Más vale poner pies en polvorosa.
Sigo, pues, deshojando la margarita, y en eso aparece el suplemento de Salud de EL MUNDO. Su portada y dos páginas interiores son para el priliqué. Las devoro y así vengo a enterarme de que entre el 20 y el 30% de los españoles eyaculan demasiado pronto (algunos en menos de dos minutos. ¡Ya es correr para correrse!) y los que no lo hacen tardan, por término medio, seis minutos y treinta segundos, frente a los nueve de los alemanes y los ingleses o los doce de los norteamericanos.
¡Atiza!
-Oye, Manu… Que yo, con veinte abriles, aguantaba otros tantos minutos y siempre he ido, en eso, al paso de la edad. Ahora puedo resistir setenta y dos, tirando a más, y tan fresco.
-Bueno, ¿y qué? Mejor para ti, fanfarrón.
-No, mejor para ellas, pero no es fanfarria, sino ancianidad y control. Tengo mis trucos. Te lo decía porque el comprimido en cuestión retrasa el orgasmo tan sólo siete minutos. Acabo de leerlo. ¡Y para eso, Manu, tanta bulla! En mi caso es inútil. Voy a quedarme tal cual. ¿Qué importancia tienen siete minutos sobre un total de setenta y dos, calculando por lo bajo? Ahora bien: si te empeñas…
Se empeña.
Cada minuto ganado, doscientas ochenta y seis pelas gastadas. ¡Bonito negocio!
En fin… ¡Allá que voy! ¿Dónde? ¡Pues a un club de intercambio de parejas! Más estímulo no cabe. Es un plus. Es un extra. Es llegar y besar el santo (y otras cosas), aunque no abunde allí la santurronería. ¿Digo a cuál? ¿Y por qué no? Al mejor de Madrid, por supuesto, que tiene además dos ventajas: no me cobra, por ser parroquiano relativamente asiduo, y no me exige que vaya acompañado.
Es el Encuentros, que está muy cerquita del Pirulí… ¿Pirulí? ¡Caramba! ¡Qué casualidad! Hasta hoy no había reparado en ella.
Veni, vidi, vinci. Siempre cumplo en las orgías. El gatillazo, en tal circunstancia, es imposible. ¡Hasta en el túnel de Raymond Moody se me empinaría!
Ya sé, ya sé que soy un desvergonzado, un depravado, un libertino, un pervertido, un promiscuo, un todo a cien, y que si la lujuria es culpa, me condenaré por ella.
Pero no lo es.
¡Ah! El priliqué, ná de ná, como yo me temía. No puso ni quitó, no tuve ni tan siquiera un sofoco, unas palpitaciones, un no sé qué… Lo de los efectos adversos era un camelo. Todo fue como siempre: igual de bien.
Lo siento, Manu. Ya te lo dije. Si quieres, te regalo lo que queda. ¿Cuándo puedo pasar por ventanilla?