Sí, tengo una lata y no me importa confesarlo de manera pública. Total, la intimidad no existe. Que estamos todos, absolutamente todos –incluyendo a los que viven en las calles- perfectamente clasificados en sus correspondientes compartimentos estancos. A mí, particularmente, el hecho y el provecho del caso me importan ¡un pepino! Ya, en la cuesta abajo irremediable en la que me encuentro el que se sepa si nado en la carencia o hago todos los estilos de piscina en la abundancia es algo que cayó, para un servidor, en la insignificancia, casi mejor en la ignorancia. ¡Quien se mueva no sale en la foto! Y yo hago gestos más propios del mono y me salgo de la foto porque me da la gana, y no tengo inconveniente alguno en dormitar bajo el techo infinito de las estrellas.
Decía que tengo una lata. Sí, de esas redondas con una hendidura, pintada de muñequitos, y a la que se conoce con el nombre de hucha (en “los chinos” su venta se disparó hace tiempo y no parece que decaiga) Y ahí, en la hucha, voy echando lo que puedo todos los días. ¿Así andamos, Jesulito? ¿Cómo que si así andamos? Soy un prejubilado en su estertor, oiga. Y no precisamente de esos que andan hasta el cuello por su adherencia a los eres fraudulentos. Soy un prejubilado puro: de los que fichaban en la fábrica a las 6,45 y no salían hasta las 19,15 horas; de los que hacían su presentación en los andenes en el horario que tocara y no regresaban al origen, a veces, hasta la jornada siguiente, o la siguiente. No trates de averiguar, entonces, el porqué de la lata. Que tenía todas mis esperanzas puestas en la declaración de este año, y ya ves: me devuelven 154 euros, chaval.
Uno que guardaba la ilusión, porque de eso se trata, de poder pasar en agosto quince diítas en Torremolinos, aunque apenas me moviera del apartamento. Si acaso, un remojón de vez en cuando por la mañana temprano, un espeto de sardinas y una copita de nueces con nata en San Miguel Street, dos noches sí y cinco noches no… Pero me pregunto si llegaré a reunir lo que me piden por los quince días. Y es que observando el Congreso de los Diputados y, sobre todo, ese Senado, el Espartaco que el pobrecito trabajador (antes obrero) lleva dentro no puede sino sujetarse o que los demás lo aguanten; que no responde de sí en un momento dado, por el descarado mercadeo que ante sus ojos la mayoría de este enjambre de diseño y de billeteras repletas hace del ciudadano. ¡Unos pocos con tantísimo y tantísimos con tan poco! ¿Ley de vida?… Es que me entran ganas de romper la hucha, sacar la miseria que tenga, quedarme sin la lata y okupar directamente el apartamento de Torremolinos.
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