Sociopolítica

La libertad religiosa, una amenaza para las libertades y derechos individuales

Siendo la libertad un poder solamente individual:  el poder que cada individuo tiene para gobernarse, darse derechos y defenderlos, buscar su propia felicidad y sus placeres, pensar por sí mismo y tomar sus propias decisiones, la idea de dios, en consecuencia, y la misión de las religiones y sus castas dirigentes, es la negación de la libertad. Resulta paradójico, desde la perspectiva de la libertad individual que se ha ido formando ideológicamente, dotando de contenidos humanos e individuales y conquistando en diferentes tiempos históricos y en diferentes países en lucha contra la opresión de los poderes autoritarios y monoteístas, que se presentaban en formas de gobiernos totalitarios, teocráticos, monárquicos y dictatoriales, que ahora, los mismos que gobernaron durante siglos y siguen gobernando en los países teocráticos o dictatoriales, e imponiendo en sus centros educativos en sociedades democráticas una ideología fundamentada en valores antidemocráticos e inconstitucionales, reivindiquen como un derecho para sí, para su institución clerical-corporativa y por tanto enemiga del individuo: la libertad religiosa.

Es la expresión de una nueva ofensiva contrarrevolucionaria, que podemos calificar de fundamentalista, porque amenaza los valores de las constituciones democráticas, contenidos, también, en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, que fue rechazada y por eso no fue firmada por la Iglesia Católica como no lo ha sido todavía por los países musulmanes.

Que un derecho que sólo es y sólo puede ser individual, la libertad religiosa, derecho recogido en las constituciones y en la Declaración Universal de los Derechos Humanos como una libre opción de cada individuo por la que puede o no optar cuando sea mayor de edad, sea reivindicado para sí por una organización supra-individual, la corporación clerical católica, no sólo puede ser interpretado como una burla, otra más, de los derechos individuales, sino que es una contradicción tan grave porque es incompatible con los derechos individuales. Incompatible con la libertad individual.

Aún así, el derecho individual a la libertad religiosa está de más entre los demás derechos porque existiendo los derechos a la libertad de opinión y el de la libertad de expresión el ejercicio de éstos ya contiene el de libertad religiosa que no debería estar explicitado. Primero porque es una reminiscencia de la moral monoteísta y de la derecha y en segundo lugar porque la libertad religiosa sólo puede ejercerse a partir de la mayoría de edad y no como un poder religioso, conservador y familiar para imponer a los menores una determinada creencia.

De manera que, en nombre de este derecho no sólo se incumplen todos los demás, sino que en aplicación del mismo se va creando un caparazón ideológico y moral en los niños que les acaba obstruyendo el desarrollo de su potencial capacidad para ejercer los demás derechos. Porque sometidos a la influencia religiosa van desarrollando un carácter autoritario, patriarcal, antifeminista y homófobo que afecta por igual a los chicos que a las chicas. De ahí la paradoja de que miles de mujeres justifiquen su explotación y dominio por el macho.

Si la Iglesia Católica acatara los valores individuales, lo podría hacer de dos sencillas maneras, claro que entonces tendría que autodisolverse porque carecería de razón de ser. En primer lugar, lo primero que tendría que aceptar es que la libertad religiosa es un derecho de cada individuo y que éste es el único que puede decidir si quiere o no quiere creer en algún dios; en segundo lugar tendría que rechazar sus valores porque son la negación de los derechos individuales, de la libertad y de las formas democráticas y populares de gobierno.

Desde sus orígenes la Iglesia católica, y por extensión todas las religiones monoteístas, incluidas las demás iglesias cristianas, han gobernado junto con los poderes dominantes. Los mismos que sometían a los explotados. Han legitimado la explotación del poderoso y la han racionalizado con un sistema de valores que, en nombre de la libertad religiosa, no en nombre de la libertad individual, justifica la explotación como un hecho natural y sin especial importancia porque lo importante no es lo que vivimos sino lo que nos ocurrirá cuando muramos. Porque lo que da sentido último a nuestras vidas no es vivir la vida, nuestra propia vida como única realidad civil y personal, sino vivir la vida preparándonos durante toda ella para la muerte.

No existe mayor fantasía, mayor farsa y mayor desprecio por el ser humano que transformar su vida en un calvario gracias al cual encontrará sentido último a su vida: la muerte. Vivir para morir. El éxtasis del sadomasoquismo. Que se desarrolla en unos valores conocidos como votos: de castidad, de obediencia y de pobreza y que se alcanzan en su más alto grado en la santificación después de ser vírgenes y mártires. Toda una vida de sufrimiento, toda una vida sin conocer el placer sexual, toda una vida de obediencia al superior, toda una vida de exaltación de la pobreza o estado de explotación por la clase dominante hasta alcanzar el éxtasis de la felicidad: la muerte.

Y todo esto, y algo más que ahora desarrollaré, es lo que reivindican cuando en nombre de una concepción de la libertad contra los individuos, la libertad contra la felicidad, la libertad contra la independencia y autonomía personal, la libertad contra los derechos fundamentales del individuo, «su libertad», reclaman para sí, sin sentido de la vergÁ¼enza histórica ni del ridículo, los antiguos amos de la humanidad, las religiones monoteístas: la libertad religiosa. Una libertad que es incompatible con los derechos individuales: con la libertad humana.

Pero esto no sólo resulta indignante por ofensivo a nuestro sistema de valores democráticos sino irritante cuando no reaccionamos frente a la brutalidad de un sistema de valores religiosos que no tienen más finalidad que destruir al individuo como sujeto de derechos privándole de su voluntad, de su capacidad para pensar y decidir por sí mismo mediante el adoctrinamiento al que hemos sido, la especie humana lo ha padecido durante siglos, sometidos. Es irritante que nos parezca «normal» que unas personas con unos valores como la castidad, la obediencia y la pobreza eduquen a las generaciones desde niños hasta la muerte.

Pero cómo puede dejarse la educación de los niños y jóvenes en manos de unas personas que renuncian al placer sexual para perfeccionar su alma, viviendo eternamente reprimidos y amargados/as. Pero cómo puede dejarse la educación de niños y jóvenes en manos de personas que hacen de la obediencia, la renuncia a tener opinión y voluntad propia, de la renuncia a la formación en el espíritu crítico, de la renuncia a fortalecer la formación y personalidad individual, un valor de sumisión irracional al superior. Pero cómo puede dejarse la educación de niños y jóvenes en manos de unas personas que ensalzan la pobreza como estado de perfección porque purifican su alma, que es lo mismo que bendecir la situación de explotación del hombre por los poderosos porque cada cual debe aceptar y someterse a la realidad en la que le ha tocado vivir para que haya paz. La paz de los opresores, claro. Esta es la libertad religiosa: la libertad que se concede a una corporación para acabar con las libertades individuales. La libertad de la ideología totalitaria.

La religión monoteísta es una ideología totalitaria que tiene como finalidad el control de masas al servicio del poder de clase mediante una moral cuyos valores se fundamentan en la negación de la libertad de cada individuo. Que es una ideología totalitaria es fácil de demostrar porque lo dicen sus propios documentos y su concepción teórica del origen del poder. Todo poder viene de dios por lo tanto se rechaza el sufragio universal y las formas democráticas de gobierno. Esto fue así antes de las democracias asamblearias en Grecia y Roma, durante toda la Edad Media y Antiguo Régimen y tras el sobresalto de la Revolución francesa se reencontró y reafirmó en los regímenes totalitarios y las dictaduras militares del siglo XX. Con la orientación ideológica que dieron todos los papas a esta concepción totalitaria de la sociedad y del poder.

Y que siguen dando hasta hoy día por dos sencillas razones: porque no han elaborado ni aprobado, y por lo tanto no han hecho público, ningún documento en el que reconozcan su ideología totalitaria, renuncien a ella y acepten las libertades democráticas y los derechos individuales y al individuo como sujeto de derechos y como fundamento básico y de origen de la sociedad; y porque aún conservan los «diez mandamientos» como fuente de ley de origen divino.

«Mandamientos» que no reconocen ningún derecho a los individuos, sino deberes, dos tipos de deberes; los deberes para con dios y los deberes para con la Iglesia. Lo mismo ocurre con todos los libros sagrados y con los documentos religiosos, incluidas todas las encíclicas, en los que nunca jamás encontraremos una proclamación de derechos individuales. Esto sería tan absurdo para cualquier dios monoteísta como que Franco o Hitler hubieran reconocido derechos a los individuos, porque hubieran reconocido la negación de sus propios valores. La religión monoteísta, la Iglesia Católica, es coherentemente totalitaria, por eso no puede admitir en sus textos ni en sus libros sagrados que existen individuos y que, encima, tengan derechos. Y este sistema de valores totalitarios: castidad, obediencia y pobreza hasta alcanzar la virginidad en el martirio es el que imponen a los niños y jóvenes en los centros educativos que caen bajo sus garras y nos  vienen imponiendo en nombre de «su libertad religiosa». Porque la imposición es el mecanismo de difusión de su dogma y nunca la convicción en libertad. Y para eso quieren la «libertad religiosa» para imponernos su sistema de valores. Un sistema que nos priva de derechos individuales y nos arranca nuestra voluntad porque gracias a él pretenden seguir imponiendo «su voluntad» que no otra cosa es «su libertad religiosa».

¿No resulta paradójico, irritante e idiotizante que nos parezca la cosa más «normal» del mundo que para alcanzar «el sentido último de la vida», un sentido que sólo tiene sentido hablando en términos religiosos y por tanto inhumanos, tengamos que compartir unos valores religiosos que son autoritarios, patriarcales, antifeministas y homófobos? ¿Nos parece normal que a los niños y jóvenes se les eduque en estos valores por personas que practican valores tan inhumanos como los votos de castidad, obediencia y pobreza? Y entonces la Constitución y los Derechos Humanos qué pintan aquí.

¿Podemos compartir unos valores que reducen a la mujer a la función de  madre-asexuada para que no deje de parir hijos a fin de difundir el poder del clero por la vía del crecimiento demográfico? Niños deliciosos que luego ellos y ellas se encargarán de idiotizar privándoles de voluntad propia gracias a «su libertad» religiosa. ¿Podemos compartir unos valores que presentan el placer sexual como una condena divina y encima sentir sentimiento de culpa por disfrutar con nuestro propio cuerpo y de vergÁ¼enza por tener cuerpo y encima disfrutar con él? ¿Podemos compartir unos valores que utilizan la represión sexual para privarnos de nuestra propia voluntad imponiéndonos una voluntad religiosa-clerical que decida por nosotros qué podemos o no podemos hacer con nuestra propia felicidad y nuestro propio placer? Pues para todo esto y mucho más quieren ellos: una aristocracia rancia y clerical tener el privilegio en exclusiva detener «una libertad religiosa», «su libertad»: una libertad corporativa enemiga desde hace siglos de los derechos individuales. Y entonces la Constitución y los Derechos Humanos qué pintan aquí.

Unos valores que están en contra del matrimonio civil, en contra del divorcio, en contra del aborto, en contra de las relaciones sexuales a cualquier edad, en contra de la homosexualidad, en contra de los anticonceptivos, en contra de la píldora del día después, en contra de la libertad de opinión, en contra de la mujer que no sea madre-asexuada-objeto; en contra de la felicidad; en contra de la separación de la Iglesia y el Estado; en contra de una enseñanza laica, científica, racionalista, humanista e ilustrada… ¡En fin! En contra de que sea cada individuo el que tome sus propias decisiones en un marco de legalidad civil. Y con estos contra-valores antidemocráticos se dedican a la enseñanza, adoctrinando a niños y jóvenes hasta conseguir neurotizarlos. Pero ¿no tenemos ya valores democráticos?

Existen dos sistemas, dos ideologías, dos morales fundamentados en sistemas de valores y de conductas diferentes, antagónicos: la ideología totalitaria de origen monoteísta y la ideología ilustrada de origen humano. La primera ha negado siempre la existencia del individuo como sujeto de derechos y fundamento de la sociedad; en su lugar el fundamento de la sociedad es la familia, la corporación y el municipio; ha negado que el poder tenga un origen humano afirmando que no hay más poder que el que tiene un origen divino; ha reducido a la mujer a la función de madre-asexuada y ha prohibido el placer; la otra moral es la que desde la Ilustración y la Revolución francesa ha afirmado la existencia de individuos y de sus derechos; ha proclamado que el placer es un derecho que debe ser perseguido sin vergÁ¼enza ni sentimiento de culpa y que los seres humanos tenemos derecho a la felicidad sin tener que esperar a la muerte, una fantasía brutalmente inhumana, en cuyo nombre pretenden los monoteísmos, y la Iglesia Católica dominarnos para mayor gloria de dios y de ellos. Que son una y la misma cosa. Para acabar con esta moral ilustrada porque si no ésta terminará poniendo fin a la brutalidad monoteísta, estas religiones, la católica en concreto, piden tener libertad. Una institución que es antidemocrática porque es teocrática en su funcionamiento y organización interna y cuyos valores y código de conducta son antidemocráticos, ¿para qué quiere la libertad?

Una iglesia, la Católica, que ha negado toda libertad imponiendo su monopolio de valores asociada al fascismo, asociada al nazismo, asociada al salazarismo, asociada a las monarquías absolutistas, asociada al pinochetismo, asociada al franquismo…etc., tiene la arrogante desvergÁ¼enza de exigir «una libertad en exclusiva y especial» para sí, para ella poder seguir imponiendo sus valores con los que minan los fundamentos sobre los que se sostienen los sistemas políticos democráticos: las libertades individuales y los derechos humanos. ¿Nos damos cuenta de que con ese privilegio les abriremos  la brecha por la que los gobiernos españoles y nacionalistas acabarán siendo dirigidos desde el Vaticano?

Y entonces la Constitución y los Derechos Humanos qué pintan aquí. ¿Contemplaremos indiferentes la avalancha de la ofensiva contrarrevolucionaria del fundamentalismo religioso hasta quedar idiotizados, enmudecidos y privados de placer o llegará un momento en el que nos movilicemos para defender lo que ahora tenemos: los derechos individuales?

Bien, y si ya somos libres, a cuento de qué esta corporación clerical pide libertad, una libertad especial para ellos. ¿No estarán confundiendo libertad con privilegios?, pero entonces la igualdad de todos ante la ley quiebra en su fundamento democrático, anti-aristocrático y antiautoritario y se restauraría una especie de sociedad privilegiada. Nuestros derechos serían anulados por los derechos de la libertad religiosa. Lo que no pudieron conseguir ni el nazismo ni el franquismo ni tan si quiera los Austrias ¿lo conseguirá la Iglesia Católica con su libertad religiosa, renaciendo así de las cenizas de esos totalitarismos? ¿No es hora de movilizarse?

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Nota de la redacción:

El arzobispado de Toledo reclama 30.000 euros a un sindicalista por hablar de los crímenes de la Iglesia.

Sobre el Autor

Jordi Sierra Marquez

Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.