Dicen los expertos en economía que existe un organismo multilateral y supranacional llamado Fondo Monetario Internacional (FMI) que «se encarga de velar por la estabilidad del sistema monetario y financiero internacional», y deben de estar en lo cierto porque hemos visto en las noticias que se han reunido para hablar sobre la situación económica posterior a la crisis.
Una crisis que puede haber pasado, o no, eso queda a gusto del consumidor, pero que se ha relativizado de manera importante, eso es incuestionable. Por tanto, el FMI aparece en escena cuando lo peor ya ha pasado, pero ¿qué ha hecho antes?
Absolutamente nada. Se ha comportado como la mano invisible liberal aunque sin los beneficios subyacentes de ésta, porque la mano de la que hablaba Adam Smith funcionaba en mercados absolutamente libres y ante la crisis lo que más ha habido ha sido regulación, incremento de regulación.
El FMI jamás ha cumplido con la labor que tiene encomendada desde su formación, allá por los años cuarenta del siglo pasado. Dentro de su mandato de velar por la estabilidad financiera tenía que haber buscado un marco regulatorio adecuado para las operaciones supranacionales que se estaban produciendo, en lugar de limitarse a emitir informes, excelentes todos, y a opinar sobre la economía. Para opinar y dar informes ya estamos los pseudointelectuales y los pseudoperiodistas.
El FMI tiene una gran responsabilidad en todo lo que ha sucedido. Al mandato de los grandes países, que aportan la mayoría del dinero de su presupuesto, el organismo no tiene la independencia suficiente como para tomar medidas contrarias a las políticas económicas de los grupos de presión que lo componen, con lo que su existencia es simplemente nominal. Los dirigentes mundiales se llenan la boca diciendo que existe un organismo supranacional y multilateral que se encarga de promover la estabilidad económica y financiera seguros, como están, de que éste hará todo lo que ellos le pidan.
Por tanto, los dirigentes mundiales tienen la obligación moral de aprovechar la situación de crisis económica en la que nos encontramos para dotar de mayor independencia política y económica al FMI, o bien eliminar su existencia, porque funcionando como funciona en la actualidad se limita a ser un gasto innecesario, un gasto que sólo sirve para dotar de credibilidad a las decisiones económicas más rocambolescas.