Apenas se salda el principio de la duda. La salud es un bien material pero escasamente considerado en la actualidad y con signos evidentes de devaluación. El resultado de las cuentas pesan mucho más que la de los cadáveres. Hace escasas fechas, un familiar sufrió una caída accidental. En las primeras observaciones y estudios se determinó que la gravedad era menor. Indicaron que su caso debía ser atendido por el servicio de neurología. Á‰ste se encontraba en otro hospital de la misma ciudad. Recabarían su asistencia y servicio a la espera de su llegada. Entretanto el control del enfermo se garantizaba en la UCI -Unidad de Cuidados Intensivos-. Fueron varios días de espera. Finalmente cambiaron de opinión y decidieron efectuar el traslado del paciente. En la ambulancia, durante el corto viaje, la persona entró en estado de coma. Desahuciada, fallece en Cuidados Paliativos a las 36 horas de su llegada al hospital con cobertura neurológica.
Omito, a propósito, ciertos detalles en el respeto a quienes tanto la amaron –incluido el que escribe este artículo- y no desean ningún protagonismo mediático. Sólo el recogimiento. Al día siguiente, casualmente, los sindicatos sanitarios remiten un escrito a la consejera de Salud, solicitando que paralicen las fusiones de las unidades de gestión clínica de ambos hospitales. Se me vino a la cabeza el título de una película del Oeste, La muerte tenía un precio. Cruel ironía la que retrata desde un título del spaghetti western, el fatal desenlace del ser querido. Pero es inevitable –sin restar serenidad en el juicio- conceder ese sentir y pensar maledicente. La muerte es hoy un verdadero hecho social. Y no porque se explicite en el tanatorio. Antes lo es en la desatención que provoca este desconcertante panorama.
Hace cinco años que España, junto a Austria, se encontraba en los primeros puestos en la incorporación de fármacos oncológicos. En los últimos tres años ha habido una reducción del gasto en un 10,6 por ciento. Lo que supone una cantidad de 6700 millones de euros menos en el presupuesto. Ahora nos encontramos en el vagón de cola que también ocupan Grecia y Portugal. El debilitamiento de la calidad de vida y la sustracción en el índice de supervivencia son hechos irreparables. Es La isla del Doctor Moreau –magnífica novela de H.G. Wells- en la que parece haberse convertido la Comunidad Autónoma de Madrid. Su empeño privatizador de cinco hospitales, inaugurados hace cinco años, desata todo de tipo de incertidumbres. La perspectiva de algunas empresas que optan en la puja del contrato, parece venir orientada en la atracción de turismo sanitario de Marruecos y países europeos.
La sombra del amianto persigue a los miles de afectados que durante décadas tuvieron contacto con este material. La perseverancia de los trabajadores de la empresa Uralita, les ha llevado a que se celebre el primer juicio colectivo por la vía civil. Reclaman una cantidad de 2.200.000 euros de indemnización. El protocolo de utilización del amianto está regulado desde el año 1982. Fue utilizado, entre otras actividades, en astilleros e industria ferroviarias. La latencia de esta enfermedad permite que transcurran años desde su exposición hasta su desarrollo. Culminando en patología tumoral o asbestosis. Las consecuencias contraídas en el proceso productivo y la incidencia en la salud de los trabajadores, suelen disociarse argumentado estudios contradictorios que retrasan y dilatan la aplicación de normas reguladoras. Los costes económicos nunca deben apropiarse de la vida, como si fuera un botín. Volviendo a los títulos cinematográficos, es miserable que Por un puñado de dólares especulen con la salud.
Pienso en los gin-tonics subvencionados del Congreso de los Diputados, en laLey de Transparencia, aprobada por el Parlamento andaluz, que excluye a la propia institución que legisla, en los expresidentes de Bankia, de la CEOE, en el extesorero del PP, en el fraude de los ERE en Andalucía, en la turbiedad monárquica… y no puedo dejar de pensar en que mientras éstos y otros más se descalzan las zapatillas de baile cansados de fiesta, para otros la muerte anda de puntillas, esperando su último hálito de vida.