Por una de esas cuestiones insondables que rezuma la economía globalizada de nuestra era, la muerte de Osama Bin Laden por disparos de un grupo de élite del ejército estadounidense, ha conseguido reactivar la economía del país norteamericano en unas horas, con revalorización del dólar, descenso del precio del petróleo y subidas de las bolsas.
Y todo ello gracias al estado general de optimismo que se ha instalado en el imaginario colectivo estadounidense con la muerte su enemigo número 1, con las patéticas imágenes de ciudadanos celebrando su muerte en las calles, lo cuál ha permitido que los inversores, ávidos lectores de la psicología de los pueblos, comiencen a apostar, de nuevo, por una economía en crisis.
Porque si, como dijo Valdano, el fútbol es un estado de ánimo, la economía lo es aún más, lugar común de optimismos encontrados y desencuentros pesimistas, las expectativas racionales se confunden con las expectativas emocionales, si una sociedad cree que la economía va mal provocará, inconscientemente, que efectivamente vaya mal, mientras que si, al contrario, piensa que va bien provocará, inconscientemente que efectivamente vaya bien.
No hay duda de que hay cientos de matices adicionales a añadir a esta argumentación, pero la inminente, la que se extrae de la muerte de Bin Laden tiene más que ver con el estado emocional que con el raciocionio económico.
Un raciocionio económico que nos llevaría a pensar que Estados Unidos derivará parte de su presupuesto en defensa, ese que se ha ido incrementando a medida que fracasaban las operaciones para detener a Bin Laden, ahora, a otras partidas de mayor importancia estratégica para el país, como pueden ser la educación, actualmente sólo para las élites, y la sanidad, sólo para quien se lo pueda permitir.
Sin embargo, no hay que dejarse llevar por optimismos falaces, Estados Unidos tiene graves problemas de balanza comercial y de déficit fiscal, unos problemas que vienen de lejos, y que no se resolverán con la muerte de Bin Laden.
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