Andaba el Maestro ocupado en preparar bien la llegada del Otoño. Se entretenía en el estanque, limpiaba alcorques, podaba ramas secas, en espera de la gran poda de invierno. Pero Sergei se daba cuenta de que andaba algo preocupado por la partida del Noble Ting Chang, llamado por su padre a su residencia en Shangai.
– Maestro, – le dijo Sergei -, aunque quizás no andes de humor para contar historias con esto de la marcha de Ting Chang a su casa, pero a mí me gustaría que me contaras un cuento.
– Vamos allá, -liebre tierna -. En la corte de Tamerlán se celebró un banquete de gran esplendor y los más importantes personajes se aprestaban a participar. Eran enormes las colas, los guardas y las escoltas. Pero, entre ellos, acertó a pasar un humilde ermitaño en el que nadie reparó, quizás por la sencillez de su túnica.
Al ver la puerta abierta, el anacoreta se adentró y fue caminando hasta el comedor en donde vio casi todos los puestos ocupados menos los de la cabecera. Y hacia allí se dirigió, sentándose sin más. El maestro de ceremonias se acercó indignado y le espetó:
– ¿Quién eres tú? ¿Acaso tú eres más importante que el Primer Ministro?
– Mi rango es superior que el suyo, -respondió-.
– ¡No me lo puedo creer! ¿Te consideras más importante que el Gran Visir?
– ¿Cómo te lo diría? Mi rango es todavía muy superior.
– ¡Me va a dar algo! ¡Este hombre no sabe nada de nada! Es un ignorante que se cree superior al mismo Emperador.
– Así es, en efecto. En el escalafón que tú utilizas y que te hace padecer tantos quebrantos, mi rango es muy superior al del mismo Emperador, Conductor de los creyentes.
– ¡Las sales! ¡Las sales porque me voy a desmayar! Por encima del Emir de los Creyentes sólo está el mismísimo Alá. Por encima del Cual no existe nada. ¡Has entendido? ¡Nada!
– Ahora lo has descubierto. ¡Mira que eres corto, chambelán! Ahora ya puedes estar tranquilo y dejar de molestarme. Nada, esa es mi identidad.
J. C. Gª Fajardo