Pablo Francescutti apuesta decididamente por incrementar la cultura científica en la sociedad. Profesor e investigador en el Grupo de Estudios Avanzados de Comunicación de la Universidad Rey Juan Carlos, es secretario de la Asociación Española de Comunicación Científica y dirige el VIII Taller de Periodismo Científico y Ambiental, que arranca la próxima semana. Este antropólogo y sociólogo argentino ha trabajado como periodista científico durante muchos años, y analiza la relevancia de este tipo de información dentro de los medios de comunicación.
En la investigación ‘La información científica en los telediarios españoles’, que llevó a cabo en colaboración con la Fundación Antoni Esteve, analiza los telediarios de TVE1, Antena 3, Cuatro y Telecinco a lo largo de todo un año en su segunda edición, y los resultados constatan que, entre todas las cadenas, solo se emite una noticia de ciencia al día. ¿Cuáles son las causas?
La causa es que la ciencia no interesa a la televisión, salvo si le ofrece algo espectacular: vistosos lanzamientos de cohetes, astronautas flotando en la ingravidez, eclipses, asteroides… Imágenes simpáticas o atractivas que reflejan muy poco la amplitud del espectro científico. Por añadidura, en la ‘radiografía’ que hemos obtenido de los contenidos televisivos se aprecia una inclinación por las noticias raras, las curiosidades o los hallazgos sorprendentes, como las experimentos psicológicos relacionados con el sexo, o el presunto descubrimiento del gen de la infidelidad, lo que nos indica que les interesan sobre todo las noticias científicas con un potencial de infoentretenimiento.
Es obvio que estas opciones editoriales no reflejan la riqueza de la actividad científica ni promueven el conocimiento. De todos modos, y para ser justos en el reparto de responsabilidades y no achacar todo a los medios de comunicación, hay que decir que si en los centros científicos se da una política de comunicación pueden colocar mejor sus temas en la agenda mediática. Prueba de ello es la Nasa y su formidable aparato de relaciones públicas, dedicado a regalar buenos imágenes a las televisiones y a facilitar el trabajo a los periodistas. Y en España tenemos al equipo de Atapuerca, que mediante una presentación de resultados muy mediática ha concienciado a los periodistas de la importancia de la paleoantropología y ha conseguido que sea noticia televisiva.
¿Qué temas científicos se hallan ausentes de la televisión?
La química, por ejemplo, prácticamente no aparece en la pantalla, pese a ser un área muy bien situada en España. Posiblemente porque arrastra una mala imagen. Otra ciencia subrepresentada es la física. La matemática también parece difícil de tratar, sin embargo, hace unos años participé en la difusión del Congreso Mundial de Matemática, que se celebró en Madrid, y el evento fue bien cubierto por las cadenas. Otro ejemplo lo pone el éxito televisivo del matemático Adrian Paenza, director del programa argentino Alterados por pi, y ganador de varios premios por su actividad como divulgador científico. Lo que nos dice que no hay disciplinas imposibles de popularizar a través de la televisión, todo es cuestión de encontrar los formatos adecuados y, por supuesto, la decisión editorial de apoyarlos.
¿Cuál es la importancia de la información científica como personas y como integrantes de la sociedad?
En primer lugar, la información científica nos permite mantenernos al día porque tras finalizar los estudios de Secundaria la mayoría de la población no vuelve a actualizar su bagaje científico. En segundo lugar, porque nos informa de cómo respira la ciencia española, cuya financiación depende en un 50% de fondos públicos, y de esa manera nos ayuda a ver en qué medida ese esfuerzo se traduce en resultados concretos. En tercer lugar, porque en la medida que se proyecta una buena imagen de la labor de los científicos y científicas españoles, se crearán vocaciones investigadoras entre los jóvenes y se fortalecerá el consenso social favorable a la ciencia, una cuestión critica toda vez que nos enfrentamos a un recorte en el presupuesto de I+D+i.
¿Cómo afecta la crisis económica al periodismo científico español?
Mucho. En estos momentos acaba de cerrar el diario Público y con él perdemos una de las secciones de ciencia más potente de la prensa española. El País, en donde colaboré largo tiempo como periodista, ha reducido la información científica a la mínima expresión. Los editores responden a la crisis deshaciéndose de lo que consideran de relleno, como la información científica. El oficio de periodista científico parece en peligro de extinción.
De hecho, en la Asociación Española de Comunicación Científica el número de periodistas científicos asociados se va reduciendo respecto de los profesionales que trabajan en los gabinetes de instituciones relacionadas con la ciencia y la I+D. Se presenta un panorama sorprendente: la información periodística pura y dura disminuye mientras que aumenta la comunicación científica desde las instituciones. Me pregunto quién asumirá la cobertura de la actualidad científica que hacen los periodistas especializados, aunque me temo que ese espacio vacante sea cubierto con más infoentretenimiento.
¿Cuál es el perfil de un periodista científico?
Tener una curiosidad incansable es el requisito básico para ser periodista y estar dispuesto a paliarla introduciéndose cada vez más, en este caso, en el mundo de la ciencia. Muchos periodistas especializados en ciencia son licenciados en ciencias ‘duras’. Yo provengo de las ciencias sociales –soy licenciado en Antropología y doctor en Sociología– y llegué a especializarme en esta área por imperativo profesional y no por elección, pero estoy muy contento de haberlo hecho porque me abrió un mundo para mí desconocido.
Si bien el conocimiento científico aumenta exponencialmente, y ninguna persona puede abarcarlo, el periodista ha de tener las antenas abiertas a todas áreas, aunque pueda especializarse en algunas de ellas; y sobre todo, ha de controlar los mecanismos de traducción de los diversos hallazgos a las sensibilidades y códigos de las audiencias. Todo esto requiere una formación continua que no se necesita en otras áreas periodísticas más generalistas. Ese es el reto cognitivo que hay que asumir: el periodista debe esforzarse por aprender la novedad científica antes de contársela a los demás, y eso es un esfuerzo que debería ser valorado por los editores, los lectores y los científicos.
¿Cómo es la relación del periodista con el científico?
Durante largo tiempo ha sido una relación de amor odio. El científico busca controlar la información periodística que se da al público sobre la ciencia; el periodista quiere controlarla él. Es una pugna clásica. La mayoría de los científicos desconocen o no entienden las rutinas informativas, las recetas mediáticas para hacer atractivo un contenido y los criterios que jerarquizan la información mediática, y por eso piensan a menudo que los periodistas distorsionan sus hallazgos. A estos expertos la blogosfera les brinda la oportunidad de dirigirse al público saltándose la mediación del periodista, con mayor o menor éxito según los casos. Dicho esto, cabe decir que con el correr de los años se ha ido creando una relación de confianza y colaboración entre científicos y periodistas especializados –con los generalistas existen más suspicacias– en pos de un objetivo común: hacer llegar las novedades científicas a las grandes audiencias. Es la parte amorosa de la relación.
Las pseudociencias ocupan una parte significativa en nuestros medios. ¿Cuál es su posición frente a estos contenidos y su difusión mediática?
De entrada quiero señalar que en los informativos estudiados no detectamos nada de pseudociencia en los informativos, ni siquiera sobre medicinas alternativas. Esta ausencia nos sugiere que los editores tienen confinados esos contenidos a formatos considerados de infoentretenimiento (programas del estilo de Cuarto Milenio). No sabría decir si estos contenidos han aumentado o disminuido con el paso del tiempo. Lo cierto es que la sección de horóscopos de los periódicos no desaparece. Es evidente que para los editores se trata de un contenido al que juzgan por su capacidad para atraer lectores. Ahora bien, tengo dudas acerca del impacto de las pseudociencias. ¿Hasta dónde se las toma en serio el público? ¿Hasta qué punto no son la mera válvula de escape de ansiedades irracionales que anidan en las audiencias?
Algunos científicos y colegas míos ven en ellas una amenaza a la cultura científica; sin embargo en Estados Unidos la proliferación de las pseudociencias coexiste con la ciencia más puntera. Parece que funcionan como compartimentos estancos: un médico puede practicar la medicina más rigurosa en su consulta y fuera de ella consultar a una vidente. A decir verdad, el avance del fanatismo religioso a través de la imposición del creacionismo y la proscripción de Darwin de las escuelas me parece más peligroso que la oferta astrológica en internet. Hay que seguir poniendo el acento en acrecentar la cultura científica de la población, sin esperar que esto conlleve necesariamente una reducción del público de las pseudociencias.
¿Y de la ciencia ficción qué opina? ¿Cree que desvirtúa la ciencia?
Hay ciencia ficción de las más variadas clases, desde la más fantástica hasta la más apegada al conocimiento científico. Su especialidad es explorar las posibles consecuencias de una innovación mediante la composición de escenarios futuros, y esto, cuando concierne a avances controvertidos, suele incidir en el debate público. En mi tesis doctoral estudié el impacto de la ciencia ficción en el debate sobre el armamento y la energía nuclear y comprobé el papel fundamental que tuvo al proporcionar escenarios e imágenes muy útiles a los distintos polemistas, sea a favor o en contra de la energía nuclear. Con sus imágenes de pesadillas de ejércitos clónicos manejados por poderes inescrupulosos también ha influido en la polémica sobre la genética y la clonación.
En definitiva, la ciencia ficción aviva el debate social acerca del papel de la ciencia, la tecnología y los científicos, y posee una notable capacidad para movilizar la opinión pública, amén de ser fuente de inspiración de muchas vocaciones científicas, como han admitido muchos reconocidos expertos respecto de programas como Star Trek o Doctor Who. La ciencia ficción parecería ser una especie de proyección de la ciencia sobre la imaginación colectiva, una proyección que activa cierta potencia fabuladora y a la vez crítica.
Sofía de Roa / SINC