En el crucial momento histórico presente se necesita, más que nunca, la unidad de todos los trabajadores, vistan mono o corbata.
Evidentemente, hay que hacer un análisis de clases siempre que se desee conocer la realidad social para intentar cambiarla. No se puede transformar la realidad sin tenerla en cuenta. No se puede cambiar la actual sociedad clasista sin tener en cuenta a las clases sociales. La lucha de clases, como dijo Marx muy acertadamente (sus posibles errores no invalidan sus aciertos), es el motor de la historia humana, por lo menos mientras no se supere la sociedad clasista. Sin embargo, en cuanto a esto, en cuanto a analizar la sociedad clasista, hay que reconocer que el neoliberalismo, es decir, el capitalismo desbocado, nos lo pone cada vez más fácil. Dado que las políticas neoliberales atacan a cada vez más amplios sectores de las clases populares, dado que el neoliberalismo está uniformizando, a la baja, a casi todas las clases proletarias, se cumple cada vez más esa división esencial de la sociedad contemporánea que proclamaban Marx y Engels. La sociedad capitalista se dividefundamentalmente en dos principales clases: el proletariado y los capitalistas. El funcionamiento de la sociedad actual pivota en torno al antagonismo entre estas dos grandes clases. Por supuesto que hay subclases dentro de cada clase, además de algunas clases “periféricas”. Pero el hecho esencial, el que sobre todo define a la sociedad capitalista, es que hay dos grandes clases sociales diametralmente opuestas: una minoría de explotadores (los poseedores de los grandes medios de producción) y una mayoría de explotados (los poseídos, los que deben vender su fuerza de trabajo para sobrevivir).
El neoliberalismo, la huida hacia adelante del capitalismo, la agudización de las inherentes contradicciones del sistema capitalista, está “resucitando” a Marx, mal que le pese. Mientras haya sociedad capitalista, aunque ésta adopte diversas formas, será válido el análisis social realizado en su día por los padres del marxismo. Podremos discutir sobre si las soluciones aportadas por ellos para superar el capitalismo eran válidas o no, siguen siendo válidas o no, pero el diagnóstico de la situación efectuado por ellos sigue siendo válido. Al practicar el librepensamiento lograremos superar sus errores pero sin renunciar a sus aciertos. No podemos, no debemos, darles la espalda a quienes mejor han analizado el capitalismo hasta el momento, a quienes todavía no han sido superados en cuanto a diseccionar el sistema político-económico que ya lleva entre nosotros, los humanos, unos pocos siglos (aunque no tantos como nos quieren hacer creer sus apóstoles). Debemos redescubrir al marxismo, releer sus fuentes originales, aunque de manera crítica. Así es cómo siempre ha avanzado intelectualmente la humanidad: practicando el librepensamiento, retomando el trabajo de nuestros antecesores para intentar mejorarlo. Pero no es posible practicar el librepensamiento si seguimos presos de prejuicios. Debemos procurar liberarnos todo lo posible de ellos. El marxismo, el cual no está exento de contradicciones, de errores, de ambigÁ¼edades, ha sido también, sin embargo, tergiversado, malinterpretado por muchos autodenominados “marxistas”, así como interesadamente demonizado por la ideología de la clase dominante, es decir, por la ideología burguesa (lógicamente, pues la razón de ser del marxismo, la emancipación del proletariado, de la humanidad entera, atenta contra los intereses de las minorías que controlan y dominan la sociedad). Quienes niegan la lucha de clases, las élites que nos gobiernan, la practican continuamente, cada vez más. ¡Y encima pretenden que nosotros, los de abajo, ni siquiera nos defendamos! ¡Nos atacan constantemente y encima pretenden convencernos de que no hay guerra! Sus palabras vienen desmentidas por sus propias acciones. Nos dicen que la lucha de clases es algo del pasado mientras ellos la practican insistentemente en el presente. El Estado clasista capitalista se delata cada vez más, así como la hipocresía de quienes ejercen su dictadura cada vez menos sutil.
Dentro del proletariado debemos incluir no sólo a todos los trabajadores por cuenta ajena activos de todos los sectores de la economía, sino que también a los desempleados (el ejército de reserva proletario como lo llamaba Marx, tan necesario para un capitalismo “saludable”, siempre que no sea excesivo para no poner en peligro el “orden” social capitalista), así como a los estudiantes (futuros trabajadores), así como a los jubilados (que fueron en su día trabajadores activos y que se ganaron con su sudor sus pensiones), así como a todos sus familiares, aunque no tengan un trabajo remunerado. Según nos decía Engels en su día: por proletariado se entiende la clase de los trabajadores asalariados modernos, que ya que no poseen medios de producción propios, dependen de la venta de su fuerza de trabajo para poder vivir. Teniendo en cuenta esta definición, la cual sigue siendo esencialmente válida, un ingeniero es tan proletario como un obrero manual. Tal vez el primero sea un proletario “ilustrado”, más sofisticado, más mimado, menos explotado, pero es también un proletario, él no tiene más remedio que vender su fuerza de trabajo para sobrevivir, como el obrero manual. Es en verdad un “obrero mental” que tiene esencialmente los mismos problemas que cualquier otro trabajador. Y esto es en los últimos tiempos cada vez más cierto. El capital sedujo en su día a una parte del proletariado, a cierta “aristocracia” obrera, para hacerle creer que era algo “especial”, que no formaba parte del proletariado, para, de paso, así dividir al proletariado, pero cuando el capitalista necesita reducir sus costes, para aumentar sus beneficios, no duda, en cuanto puede, en explotar tanto al ingeniero como al obrero. Para el capitalista, el ingeniero, como el obrero manual, como cualquier otro trabajador, es tan sólo un recurso humano más.
El ingeniero, como el obrero manual, como el trabajador de cualquier sector de la economía, vive bajo el terror de perder su empleo y por tanto su sustento. Es cierto que muchos ingenieros viven en casas más grandes y lujosas que las de muchos obreros manuales, pero como éstos últimos, también están atados de pies y manos, pues deben pagar sus deudas a los bancos, pues no tienen más remedio que trabajar a las órdenes de los capitalistas para satisfacer todas sus necesidades, aunque algunas de ellas sean lujos para otros proletarios. Como el obrero, el ingeniero apenas dispone de tiempo libre para disfrutar de la vida. Ambos viven para trabajar. El capitalismo ha “logrado”, en este sentido, “igualar” al obrero y al ingeniero: ambos dependen del capitalista y ambos son explotados, aunque en distintos grados y de distintas maneras. Incluso actualmente muchos oficios manuales tienen más salidas laborales que muchas carreras universitarias. Algunos ingenieros son, ahora que sobran muchos titulados superiores, más explotados que muchos proletarios de viejos oficios. Lo cual demuestra que la explotación sucumbe también ante la ley de la oferta y la demanda. Si el ingeniero o el licenciado, en determinada época, fueron menos explotados que otros trabajadores, esto fue simplemente así por el hecho de que era más difícil contratar ingenieros o licenciados. Ahora que sobran, es posible rebajarles sus salarios, incluso por debajo de algunos oficios manuales, ahora es posible hacerles las cosas que antes se les hacía a los trabajadores manuales que sobraban.
En suma, para el capitalista lo que cuenta es explotar todo lo posible a todo trabajador, trabaje éste con las manos o con la mente, vista éste mono o corbata. Á‰ste es el hecho esencial que caracteriza al capitalismo en cuanto a las relaciones laborales, el cual no debe perderse de vista.
Por su parte, los pequeños empresarios, o más, si cabe, los trabajadores autónomos, son cada vez más parecidos a los proletarios. Ellos tienenesencialmente las mismas inquietudes y los mismos problemas que los trabajadores. Ellos trabajan igual, muchas veces más, que los empleados por cuenta ajena. Ellos, como los trabajadores asalariados, pocas veces pueden enriquecerse, dejar de trabajar y dedicarse a la “dolce vita” (como sí hacen los grandes capitalistas, sus clases aliadas, como la aristocracia, y sus familiares, que son los verdaderos dueños de la sociedad). Tiene mucho más poder un gran empresario que miles de pequeños empresarios. No digamos ya los trabajadores, que no tienen ningún poder. Salvo cuando se unen, pues son muchos más, pues sin ellos no puede funcionar la sociedad.
Bien es cierto que durante algunas décadas dicha división clasista fundamental de la sociedad capitalista se complejizó, que el capitalismo no tuvo más remedio que autocontenerse para frenar la amenaza del “socialismo real” (aunque dicho socialismo fuese muy poco real). Sin embargo, pasado el peligro “comunista”, el capitalismo reanudó su marcha, su evolución natural, volvió a practicar impunemente su hoja de ruta, la cual es su razón de ser: aumentar los beneficios de unos pocos a toda costa, incluso al precio de destruir a la humanidad y a su hábitat, aumentar, sin límites, la explotación, del ser humano o de la naturaleza, “quemar” todos los recursos posibles para obtener el mayor beneficio posible en el menor plazo posible y acumular la mayor riqueza posible en muy pocas manos, en las manos de quienes poseen las grandes empresas y los bancos. La precariedad en el empleo, la inseguridad económica, la amenaza de perder el sustento o de empeorar las condiciones de vida, como mínimo, afectan a todas las clases populares, en mayor o menor medida, tarde o pronto. Ya ni siquiera los funcionarios, que se creían inmunes a la dinámica del mercado laboral capitalista, se libran: ellos también empiezan a sufrir empeoramiento de sus condiciones laborales, bajadas de sueldos e incluso despidos.
No se trata ya sólo de luchar cuando perdemos personalmente el empleo o la vivienda, sino de luchar para evitar vivir siempre bajo la amenazade perder nuestros derechos más elementales. El capitalismo, su lógica de funcionamiento, es, como mínimo, una amenaza permanente para toda la población. El capitalismo se sustenta en el miedo. El miedo del trabajador a perder su empleo, sin el cual no puede sobrevivir. El miedo del capitalista a dejar de ser capitalista, a arruinarse, a ser barrido por otros capitalistas más poderosos. Nadie está a salvo del capitalismo. Ni siquiera los capitalistas, pero especialmente todos los proletarios, independientemente de su grado y forma de proletarización. Debemos ser conscientes de que cada uno de nosotros, los proletarios, quienes vivimos de nuestro trabajo, si no lo somos ya, podemos ser la próxima víctima de las reglas del juego capitalistas. Debemos ser conscientes de que nuestros cónyuges, hermanos, hijos, nietos, abuelos, padres, vecinos, amigos, son también víctimas del capitalismo, como mínimo potenciales víctimas. Los pensionistas deben mirar más allá de ellos mismos y darse cuenta de que sus hijos y nietos son o serán víctimas del monstruo que nosotros, los humanos, hemos creado pero que ahora ya casi no podemos controlar, monstruo llamado capitalismo. Los funcionarios deben darse cuenta de que a ellos también les afectará (ya les está empezando a afectar, de hecho), de que sus hijos no podrán tener las mismas condiciones laborales que ellos tuvieron. Etc., etc., etc.
Todos los trabajadores debemos tener mayor amplitud de miras y darnos cuenta de que el capitalismo, como consecuencia de su filosofía de funcionamiento, perjudica a todo el mundo. La humanidad entera es víctima del capitalismo. Ella lo creó, sólo ella podrá destruirlo.El ser humano necesita recuperar el protagonismo perdido en su sociedad, “robado” por el capital, por los mercados, por la mercancía. La humanidad necesita recuperar las riendas de su propio destino, para lo cual primero debe ser consciente de que las está perdiendo y de que puede recuperarlas. Quienes deben, quienes pueden ser más conscientes son, en primer lugar, pero no en último, quienes más son perjudicados por el actual sistema. El papel del proletariado, su misión histórica, como nos descubrió Marx, es superar la actual sociedad clasista, es emanciparse él y de paso emancipar a toda la sociedad. Á‰l es quien debe tomar ahora las riendas del destino, pues él es quien está siendo más perjudicado por el derrotero de los acontecimientos. La humanidad necesita superar el capitalismo, pero, en primer lugar, sobre todo, el proletariado, quien, además, constituye la inmensa mayoría de la humanidad.
Quiere todo esto decir que, desde la izquierda, entendiendo como izquierda la que defiende los intereses de los trabajadores, de los proletarios (de todos los sectores, de toda índole), debemos fijarnos sobre todo en lo que nos une a todos los proletarios y no sobrevalorar tanto las diferencias que, indudablemente, también tenemos. El derrotero que está tomando el sistema capitalista es global, perjudica a la inmensamayoría de la población, y por lo tanto requiere de una defensa global, de una unidad popular sin precedentes. Tanto el proletario que viste mono como el que lleva corbata está siendo cada vez más explotado, como mínimo amenazado, tanto el obrero industrial como el ingeniero del conocimiento (el obrero mental) sufre cada vez más inseguridad en su trabajo. El desempleo pende como una espada de Damocles sobre todos los trabajadores. Para el capital no hay diferencias esenciales entre unos proletarios y otros. Para él somos todos máquinas de hacer dinero, de creación de plusvalía, aunque dichas máquinas produzcan beneficios de distintas maneras. Para él somos todos simples piezas, diferentes piezas, pero todos piezas, de un engranaje general.
El hecho esencial, el cual nunca debemos perder de vista, es que para el capitalista un trabajador es una máquina de hacer dinero, él no ve a la persona, sólo ve una máquina de hacer dinero. Los distintos proletarios son todos ellos máquinas diferentes de hacer dinero, pero son todosmáquinas de hacer dinero para el capitalista. Incluso el propio capitalista es prisionero del capitalismo: o se somete a sus leyes o se verá superado por otros capitalistas, si no se retira a vivir la “dolce vita” (y aun así puede arruinarse, aun así puede verse afectado por lo que ocurra en la sociedad, la cual está siempre bajo la amenaza de grandes convulsiones). El capitalista, si sigue al pie del cañón, debe matar o morir, aumentar como sea sus beneficios si no desea él mismo proletarizarse, o ser dominado por otros capitalistas. El capitalismo es la ley de la jungla, la ley del más fuerte, la guerra de todos contra todos. Domina o serás dominado. Explota o serás explotado.
Por consiguiente, nuestra primera labor, desde la izquierda real, desde la vanguardia proletaria (porque quien escribe estas líneas, como la mayoría de las personas que las leen, formamos parte de dicha vanguardia, nos guste o no, para bien y para mal), consiste en hacerles ver a todos los trabajadores que todos ellos tienen más en común que lo que les separa, en hacerles ver las similitudes en el fondo, a pesar de las diferencias en las formas. Cambian las formas de explotación, los tiempos y las intensidades, pero no el hecho esencial de que todos ellos son, somos, explotados. Cuando logremos concienciarnos todas, o por lo menos la mayor parte de las «hormigas obreras», sobre lo que nos une, frente a quienes sí tienen reales, importantes, diferencias con respecto a nosotras (puesto que desempeñan un papel radicalmente diferente en el modo de producción, ellos son los dueños de los medios de producción, los dueños de la economía y por tanto de la sociedad, ellos son quienes deciden, nosotras, las “hormigas obreras”, somos quienes obedecemos), es cuando la unidad del pueblo será imparable y lograremos tomar el control de la sociedad, que es lo que se necesita. Tanto el ingeniero, como el funcionario, como el obrero manual, como el empleado del sector servicios, no tienen ni voz ni voto en sus lugares de trabajo. Sólo pueden tomar ciertas decisiones “técnicas” secundarias, pero deben, todos ellos, obedecer y cumplir a rajatabla las grandes decisiones estratégicas tomadas allá “arriba”, muy arriba, por los verdaderos dueños de la sociedad: los propietarios de las grandes empresas, los grandes banqueros, y sus lacayos los políticos.
Quienes pasamos gran parte de nuestra vida en el trabajo estamos sometidos al totalitarismo de las empresas. En el mejor de los casos. Puesto que todavía hay un mal peor que ser explotado: no poder serlo, no tener trabajo. El capitalismo ha logrado que ser explotado en cualquier trabajo sea visto por la mayoría de los trabajadores casi como un privilegio. Es más, ha logrado que muchos trabajadores les hagan el trabajo sucio a los capitalistas, convirtiéndose ellos mismos en los vigilantes de sus compañeros de trabajo, a las órdenes de los de arriba, convirtiéndose ellos mismos en explotadores de sus hermanos de clase. El gran triunfo del capitalismo es la hegemonía cultural, es haber aburguesado a muchos proletarios, haberles hecho creer que si se ponen del lado del opresor (¡ilusos!) ellos se librarán de la opresión. ¿Podría inventarse mejor dictadura que aquella en la que sus víctimas desean no dejar de serlo, en la que sus víctimas, encima, eligen a sus verdugos, a sus dictadores? ¿Podría inventarse mejor sistema basado en la esclavitud que aquel donde sus esclavos acepten dicha esclavitud, que aquel donde muchos de ellos colaboren activamente con ella o aspiren a hacerlo? ¿Qué mejor esclavitud puede lograrse que aquella en la que los esclavos legitiman el sistema de esclavitud cada X años en las urnas? Visto así, ¿no podemos considerar al capitalismo como la cumbre evolutiva del esclavismo, del totalitarismo, como el sistema donde la explotación alcanza su cota más alta de sofisticación, y por tanto de eficacia?
Afortunadamente, nada es perfecto. Las grandes e irresolubles contradicciones del capitalismo, tarde o pronto, de una u otra forma, estallan en mil pedazos. Nos proclamaban, una vez vencido el “comunismo”, el fin de la historia, nos predecían una nueva etapa de prosperidad y tranquilidad ilimitada, y el capitalismo, terco él, se empeña en contradecir a sus apóstoles. Sin embargo, el posible colapso del capitalismo no significa necesariamente su sustitución por un sistema mejor. ¡Deberemos “ayudarle” a colapsar y deberemos trabajar para que el sistema que lo sustituya sea mejor, y no peor! Erradicar el capitalismo significa primordialmente desarrollar la democracia, política y económica. El capitalismo se caracteriza principalmente por ser un sistema donde la economía funciona de manera dictatorial. Quienes poseen los grandes medios de producción imponen (de manera más o menos sutil, cada vez menos sutil) sus decisiones sobre el resto de la población. A medida que el capitalismo colapsa muestra su verdadero rostro antidemocrático. Las élites saben que la verdadera alternativa es un modelo político-económicoradicalmente diferente, pero eso supondría la muerte del capitalismo, eso perjudicaría a las mismas élites que nos dominan. No podemos esperar que quienes nos oprimen, quienes nos llevaron al actual callejón sin salida, solucionen el problema que ellos mismos han creado. La solución, inevitablemente, sólo puede venir de abajo. La solución se puede resumir en una sola palabra “mágica”: democracia.
La democracia real, política y económica, es una necesidad vital para la inmensa mayoría de la población, para la humanidad en su conjunto. Alrededor de la lucha por la democracia debemos unirnos todos los trabajadores, todas las clases populares, por encima de nuestras «pequeñas» e «irrelevantes» (en cuanto al hecho esencial del papel desempeñado en el modo de producción capitalista) diferencias. Se trata de recuperar la conciencia de clase, y no tanto la conciencia de “subclase”. La sociedad capitalista está divididaesencialmente en dos clases: los explotadores y los explotados; los grandes capitalistas y sus cómplices, y el resto, la inmensa mayoría, una mayoría cada vez más inmensa; el 1% y el 99%. Cuando dicha mayoría en conjunto, y no sólo su vanguardia, se conciencie sobre todo respecto del hecho esencial, cuando tome conciencia de que es explotada, aunque bajo distintas formas, en distintos grados, cuando piense que dicha explotación no es inevitable, cuando piense que otra sociedad es posible, además de necesaria, cuando quienes conformamos dicha mayoría nos unamos para luchar contra quienes nos oprimen, la minoría explotadora no tendrá nada que hacer.
La clave reside, como siempre, en la concienciación. En concienciarnos de que estamos siendo todos, casi todos, explotados, de que podemos cambiar el sistema, de que debemos cambiarlo para sobrevivir dignamente como especie. Sin conciencia de clase no hay revolución, pues la revolución es la transformación radical de la sociedad, y la sociedad actual es clasista, está sustentada en la explotación de unas clases por otras, pues unas son poseedoras y otras poseídas. Mientras la lucha de clases la siga ganando el capital, continuará la actual involución. Queramos o no, los proletarios, todos, estamos condenados a la lucha de clases. Hasta que no la ganemos definitivamente no será posible superar el capitalismo, es decir, la sociedad clasista, la sociedad basada en la explotación del ser humano por el ser humano, la sociedad con grandes desigualdades sociales, la permanente guerra de clases. El capital ejerce dicha guerra continuamente, aunque su intensidad fluctúe, aunque sus formas varíen en el tiempo. No puede hacer otra cosa. El capital sobrevive explotando. Sin explotación no hay capitalismo. Aunque sin capitalismo sí puede haber explotación. El capitalismo es un sistema más de explotación, no el único, pero sí el más “inteligente”, por tanto el más peligroso, inventado hasta la fecha.
Tarde o pronto, los proletarios tendremos que defendernos para contraatacar y acabar con esta autodestructiva dinámica. Nuestras armas son la conciencia, la unidad, la organización, la ética, el sentido común, la razón, las palabras, el pacifismo. ¡Somos muchos más que ellos y tenemos razón! Ellos lo saben, por eso se afanan tanto en desunirnos, por eso procuran amplificar nuestras diferencias al mismo tiempo que obviar lo que realmente nos une, el papel esencial que desempeñamos en la sociedad, en su modo productivo, por eso se obsesionan tanto en no darnos la más mínima oportunidad de enfrentarnos ideológicamente a ellos, de igual a igual. Quien tiene razón, o quien cree tenerla, no huye del enfrentamiento ideológico igualitario. ¡Al contrario! Lo necesita fervientemente para acercarse cada vez más a la verdad. La verdad sólo puede abrirse camino mediante el enfrentamiento cara a cara, de igual a igual, con la mentira. Á‰sta, por el contrario, sólo puede sobrevivir censurando a las ideas que compiten con ella, o enfrentándose a ellas con muchas más ventajas. Si quienes dicen que el capitalismo es el único sistema posible, el mejor, el más viable, realmente creyeran todo eso que proclaman a bombo y platillo, no eludirían el debate público. Las ideas anticapitalistas, incluso las antineoliberales, son sistemáticamente censuradas por los grandes medios de comunicación controlados por el capital, o por el poder político controlado también por él. ¡Y no por simple casualidad!
El pueblo, es decir, la inmensa mayoría proletaria o semi-proletaria, unido, jamás será vencido. El 1% no puede hacer nada frente al 99%, si este 99% se une y no le obedece. Obreros industriales, campesinos, soldados, policías, periodistas, ingenieros, licenciados, pensionistas, profesores, estudiantes, intelectuales, artistas, científicos, trabajadores autónomos, pequeños empresarios, funcionarios, desempleados, empleados de cualquier sector,…, proletarios todos, ¡concienciémonos!, ¡unámonos!, ¡organicémonos! ¡Somos el 99%! ¡Sin nosotros los dominados, ellos, los que nos dominan, no son nada! A todos los trabajadores, tarde o pronto, de manera directa o indirecta, en mayor o menor medida, nos perjudica la lógica del capitalismo. Entre todos podemos y debemos superarla. Superarla significa lograr una sociedad más justa, más libre, más racional, más ética, más próspera, más segura, más armónica, más pacífica. Sólo podremos superar dicha lógica si la mayoría tomamos el control político y económico de la sociedad. Y esto sólo es posible mediante la democracia auténtica, lo más amplia posible, lo más extendida posible por todos los rincones de la sociedad. Allá donde haya convivencia humana debe haber democracia. La democracia es el gobierno de lamayoría respetando los derechos humanos elementales de todo individuo. La democracia es el “reino” de la libertad y de la igualdad. Todavía estamos muy lejos de dicho “reino”. Y lo que es peor, nos vamos alejando de él en vez de acercarnos.
La oligocracia capitalista, el dominio de unas minorías, de quienes poseen y controlan los principales medios de producción y el sistema financiero, debe dar paso a la democracia real, al dominio de la mayoría. El interés general sólo podrá realmente imponerse sobre el interés particular de ciertas minorías cuando éstas dejen de dominar. Los dominados debemos rebelarnos y unirnos. Como explico detalladamente en el Manual de resistencia anticapitalista, podemos incluso rebelarnos cada uno de nosotros aunque todavía no logremos unirnos para la acción conjunta, a la espera de la necesaria unión y organización de todo el proletariado. Debemos ir trabajando por esa imprescindible unidad, pues sólo cuando los de abajo, que somos casi todos, nos unamos, podremos vencer a los de arriba, que son (en términos relativos, porcentuales) muy pocos, cada vez menos, pero que detentan mucho poder, cada vez más. Pero, mientras, simultáneamente, cada uno de nosotros, los de abajo, podemos empezar, por lo menos, a dejar de realimentar a este sistema, dejando de votar a nuestros verdugos, liberándonos de su pensamiento único, dejando de colaborar con nuestros enemigos de clase… La rebelión individual es el ladrillo de la revolución social. Cada uno de nosotros puede, ya mismo, empezar a rebelarse, al menos en cierto grado, y empezar a contagiar dicha rebelión a nuestros semejantes. ¡Sembremos alrededor nuestro las semillas de la rebelión, de la concienciación! Otro mundo (mejor) es posible, siempre que lo intentemos, siempre que no nos rindamos de antemano. Cada vez tenemos menos que perder y más que ganar. La única lucha que se pierde es la que se abandona. La peor lucha es la que no se hace. La lucha debe ser individual y colectiva. Ambas luchas se realimentan mutuamente.
Cuando nos demos cuenta de lo que realmente tenemos en común quienes conformamos el 99% de la sociedad, de lo verdaderamente importante, entonces la necesaria unión de todo el proletariado se verá enormemente facilitada. De la concienciación deberemos pasar a la acción. Una parte de ese 99% ya hemos empezado a concienciarnos y a rebelarnos, ¡pero todavía falta que mucha más gente se apunte a dicha rebelión! La revolución no es posible sin la participación activa de la mayor parte de la población. La indignación es necesaria pero insuficiente. Se necesita también la concienciación, la organización, la unión, la acción, para cambiar realmente las cosas. Pero el primer paso crítico es la concienciación. Sin ella no hay nada que hacer. El primer y más importante ingrediente subjetivo de la revolución es la conciencia. A dicho ingrediente deben sumarse otros ingredientes, además de ciertas condiciones objetivas (la necesidad es el motor del cambio). A medida que pasa el tiempo los factores objetivos favorables a la revolución aumentan por sí solos, al menos al margen de la voluntad del proletariado, sin embargo, los factores subjetivos sólo podrán aumentar si el proletariado es capaz de desarrollarlos por sí mismo. Quienes nos vamos concienciando, quienes vamos despertando, debemos también concienciar, despertar, a nuestros semejantes. El rebaño debe concienciarse por sí mismo. Las ovejas negras deben despertar al resto de ovejas. Con toda humildad, pero también con toda contundencia. Como dijeron en su día los revolucionarios “clásicos”, la emancipación del proletariado sólo puede ser obra del propio proletariado. La libertad sólo puede ser conquistada, nunca ha sido, ni nunca será, concedida por los opresores.