Malala Yousafzai
Existen momentos de expresión incontrolable.
En los que, ni tan siquiera, las fuerzas estatales, las influencias culturales o, incluso la amenaza violenta pueden detener el torrente de emociones que rompe las paredes del silencio.
Entre las personas con tal sentimiento imperativo, aparecen algunas predestinadas a dar ejemplo a las demás.
Malala es una de ellas.
Ella solo quería ser feliz, pero la represión que vivía su entorno se lo impedía. Sueños con helicópteros y Talibanes la atormentaban. Su única válvula de escape era ir a la escuela, pero, ni tan siquiera eso le era posible.
A los 11 años, su torrente emocional se desbordó, transformándose en palabra, la más fuerte de las aguas emocionales; Abarcando, en su expansión, miles de kilómetros de distancia desde su Mingora natal, y siendo reconocido con el Premio Nacional a la Paz, por su país, Pakistán.
Tal acción espontanea molestó a ciertos individuos que se basan en un Libro Sagrado para ejecutar sus actos terroristas. Me pregunto de qué manera han leído tales individuos, porque en ningún Sura aparece que, para seguir el mandato divino, haya que tirotear a una niña que expresa su emoción y la injusticia que la rodea . Tampoco aparece que no puedan usar su vestido favorito o que no puedan aprender. Más bien, deberían recordar el momento en que el profeta volvió a la Mecca con un ejército de diez mil hombres y perdonó la vida de todos los que ansiaban el cese de la suya, invitándoles a convivir en un ambiente de paz y armonía.
Esta sociedad me recuerda, cada vez más, a ese juego en el que comienzas diciendo una frase al que tienes al lado y, al final, esa frase resulta ser todo lo contrario a la de inicio. Sí, el “Mundo escacharrado”.
Afortunadamente, en esta amalgama de incoherencias, existe una herramienta increíble llamada internet, capaz de hacer que las palabras de una niña lleguen a la conciencia colectiva intactas.
Obviamente, siempre existirán mentes perversas que transformarán su realidad, llena de bondad, en algo demoníaco; Y harán uso de ellas para aterrorizar a muchas otras niñas que sientan lo mismo que Malala. Pero, por mucho que lo intenten, siempre aparecerán personas como ella, encargadas de mostrar la verdad al mundo, incluso con el riesgo de sus propias vidas.
Mientras es trasladada al Reino Unido, en un avión ambulancia proporcionado por los Emiratos Árabes, sigue luchando por su vida. Demostrando, una vez más, esa fortaleza y valentía completamente inusuales para una niña de 15 años. Su país, aunque sufragando los gastos del traslado, sigue sin condenar públicamente las atrocidades cometidas por el colectivo Talibán, poniendo de manifiesto, precisamente, la antítesis a lo demostrado por uno de sus habitantes más jóvenes.
Es nuestro deber, ahora, aprender de su ejemplo y apoyarla. Para que el derecho innegable a cualquier niño de ser feliz se pueda cumplir.
PAZ.