La OTAN es una herramienta anticuada para la defensa de Estados Unidos y Europa. Además, su inercia ideológica despoja a la Rusia actual de su importante papel en Europa.
La entrada en el primer plano de la escena política internacional de nuevos actores como Rusia, China y algunos Estados iberoamericanos ha introducido una modificación importante en la fórmula utilizada por Bush. Á‰sta, básicamente, consistía en: “primero nosotros y luego los demás”.
El “nosotros” estaba formado por Estados Unidos y algunos países de la Unión Europea, lo suficientemente dóciles como para no discutir las imposiciones de la Casa Blanca. En “los demás” se encontraba el resto del mundo, que habría de plegarse forzosamente, por convicción o mediante la fuerza militar, a los designios de Washington.
Aunque Obama ya no lo percibe así, están apareciendo algunos factores que pueden lastrar esta sensación de innovación. El principal de ellos tiene su corazón en Europa y su mente en Estados Unidos: es la OTAN.
Tiene muy poco de innovación el seguir considerando a la OTAN como el elemento esencial para la seguridad conjunta de Norteamérica y de la Unión Europea, añadiéndole, como suplemento operativo, la misión de estabilizar el mundo, llegando hasta Afganistán si es preciso. El resultado es que se sigue utilizando una vieja herramienta, procedente de la Guerra Fría, para actividades y operaciones que eran inimaginables cuando se firmó el Tratado del Atlántico Norte.
La OTAN no es sólo una superestructura burocrática, política y militar, sino que lleva consigo una notable inercia ideológica.
Una estructura militar no sobrevive sin un enemigo. La extinta URSS fue el enemigo que mantuvo a la OTAN con vida, activa, desarrollada y crecientemente expansiva. Los viejos militares españoles sabemos algo de esto. De tener como principal amenaza para la seguridad nacional al “enemigo interior” del anterior régimen, pasamos a organizar nuestros ejércitos con vistas a frenar en seco a las divisiones acorazadas soviéticas que en su fulgurante carrera ofensiva alcanzaran los Pirineos.
Más que la fidelidad a los llamados “valores democráticos de Occidente”, la OTAN estaba sostenida por la fórmula de los mosqueteros: “Todos para uno y uno para todos”. Por eso no tuvo inconveniente en admitir en su seno a la dictadura portuguesa o a la Turquía de los militares golpistas. Y entre sus aliados de la Guerra Fría no vaciló en contar con dictaduras y regímenes poco recomendables.
La situación ha cambiado y Rusia ha dejado de ser la URSS, mientras reclama el puesto en Europa que históricamente le pertenece. De ahí las dificultades que experimenta la idea de una defensa conjunta del continente europeo, y las propuestas rusas de establecer un sistema defensivo que englobe a la Europa histórica. Engarzar esto con el sistema noratlántico de defensa conjunta parece un problema de complicada resolución.
Están en juego varias tendencias muy poco coincidentes: 1) Estados Unidos desea seguir utilizando la OTAN como elemento esencial de la defensa conjunta de Occidente; 2) La Unión Europea desearía no depender tanto de Estados Unidos para los asuntos de su defensa militar y disponer de organizaciones autónomas europeas; 3) Motivos económicos, sociales y políticos obligan a no aceptar que la Europa histórica siga dividida por una frontera militar que mantenga a Rusia fuera de su núcleo esencial.
¿Cómo se pueden articular elementos tan dispares? Las reuniones que van a tener lugar en diversos foros internacionales nos darán una idea de lo que el futuro reserva a los europeos. Ni siquiera éstos coinciden en una postura unánime. No es anecdótico que el presidente del Estado que ostenta la presidencia de la UE durante el presente semestre sea un “euroescéptico” como Vaklav Klaus. La congénita debilidad europea en política exterior y de defensa, agravada desde la ampliación del 2004, no es un factor positivo a la hora de sentarse a negociar en la misma mesa con Rusia y Estados Unidos. Habrá que observar y esperar.
Alberto Piris