El blog de Santiago González
01NOV201012:13 (elmundo.es)
Las ya famosas palabras de Sánchez-Dragó en su libro de conversaciones con Albert Boadella siguen alimentando la polémica, creo que ya en su punto culminante con la intervención de la ministra de Cultura, Ángeles González-Sinde.
Vayamos por partes. El asunto es lamentable. Sólo hay algo peor que la sobrepresencia del autor en cualquier texto. Es la evidencia de su próstata. No es la primera vez, por cierto, que Fernando Sánchez Dragó incurre en una impertinente exhibición de sus apetencias. El 18 de agosto de 2008 comentaba en su columna de El Mundo una de esas tontas encuestas de verano sobre las españolas y los españoles que más deseos suscitan entre sus paisanos. Materialmente, el autor se desparramaba:
“¿Elsa Pataky? Me chifla. Es, junto a Mamen Mendizábal, Cayetana Álvarez de Toledo y la Aído, una de las cuatro españolas que más me ponen. Seguro que besan de verdad. Bibiana, por cierto, aparece en la lista. Es la última, pero está. Y ya que hablo de políticas, añadiré que tampoco me importaría jugar un rato con la Pajín (me conformaría con lo que su apellido sugiere) o haberlo hecho con la Chacón antes de quedarse encinta. Espero que ninguna de las tres se enfade. Piropos blancos no ofenden y los míos, por desgracia, lo son, blancos, aunque quién sabe. Lo mismo también a ellas les hace tilín y les da morbo cepillarse a un adversario.”
En fin. La pederastia es otro asunto. Siempre he pensado que detrás del menorerismo hay un tipo de hombres que se siente inseguro frente a una mujer cuajada. Á‰l se desdice y niega bajo coartada literaria. No fue real, sino mentira, ficción, en fin, literatura. Pero, ay, la literatura es incompatible con ese horrísono sintagma, “chochitos rosáceos” que poco antes del diálogo crucial tiene con un Albert Boadella muy razonable: “Las mujeres, a partir de los 50, empiezan a tener un atractivo irresistible, adquieren una solidez erótica pausada pero intensa”.
Respeto que la sensibilidad de la ministra la haya llevado a manifestarse contra el escritor. Lo que importa es el cómo Esta ministra de Cultura se reveló negando el saludo al zafio regidor de Valladolid y declarando la SEMINCI daño colateral, como escribió muy precisamente David Gistau en su columna.
Le habría bastado imitar a la ministra de Defensa cuando se encontró con Berlusconi durante el apoteosis periodístico de los amables vernisages que el dueño de Villa Certosa organizaba para sus invitados. Como ministra del Gobierno de España aceptó el saludo del primer ministro italiano. También habría sido correcto que se ahorrara la sonrisa. Bueno, pues en su comentario sobre Sánchez Dragó, la ministra del ramo se ha ahorrado gestos, aunque sus palabras componen un comentario revelador sobre su concepto de la cultura:
“las obligaciones y valores de un escritor no son distintas de las de cualquier otro miembro de la sociedad. El oficio de literato no es un eximente para quienes, con sus palabras, por muy hábilmente que estén ordenadas, ofenden, desprecian, se saltan las reglas de convivencia y pisotean, peligrosamente, valores como la igualdad o la no discriminación”.
¿Qué hacer con ‘Lolita’, la gran novela del menorero Nabokov? ¿Y con ‘Fausto’, ese viejo verde, y, por extensión toda la obra de Goethe? Eso, por no hablar de Sófocles y la indecencia que escribió sobre un chaval que mató a su padre para poder acostarse con su madre y luego se mutiló. ¿A qué podemos condenar a Sigmund Freud, un médico que hizo de aquel chico, Edipo y su famoso complejo la piedra angular de nuestra cultura?
La respuesta a qué deberíamos hacer con Román Polanski por aquel asunto de la niña en casa de Jack Nicholson, es más fácil, al menos para Almodóvar y las buenas gentes de la izquierda cinematográfica. Tampoco Woody Allen suscitó grandes deserciones en ese mundo cuando cometió incesto con la hija adoptiva de su mujer. Entiéndanme, estoy escribiendo de unos patrones morales que no son los míos. Me declaro un admirador del cine de estos dos tipos, pero no de sus personas. Esta es la clave de lo que le pasa a la izquierda en general: no saben distinguir entre la realidad y la metáfora. Recuerden aquel linchamiento que organizaron contra Miriam Tey, directora del Instituto de la Mujer cuando una editorial de la que era copropietaria publicó una novela del escritor Hernán Migoya, titulada ‘Todas putas’ cuyo protagonista era un violador. ¿Considera la ministra que ofendía y despreciaba a millones de ciudadanos esta exposición de fotos sacrílegas que subvencionó generosamente la Junta de Extremadura?
Lean, por último, las declaraciones que siguen. Fueron publicadas en El Mundo del País Vasco el 28 de junio de 2008, Día del Orgullo Gay, y fueron hechas por el portavoz de la Coordinadora vasca para la ocasión, Jaime Mendía:
“Defendemos básicamente que la sexualidad del menor no puede ser secuestrada. (…) no se puede convertir hasta los 18 años en asexual. Todas las personas tiene que tener derecho a disfrutar de la sexualidad, también un niño de ocho añitos, al que la sociedad le niega ese derecho” (…) “(Las relaciones intergeneracionales) cada día están más perseguidas penal y socialmente, despertándonos un día sí y otro día también con más que dudosos éxitos policiales y mensajes mass-media que confunden la práctica de una sexualidad con el abuso, el asesinato y la delincuencia sexual (…) Lo que sí tenemos muy claro es que cuando una persona tiene algún tipo de sexo, algún tipo de relación con cualquier persona, aunque sean menores, no tiene porqué hacer daño a nadie.”
Aquel año, el desfile del Orgullo Gay contaba con la presencia estelar de la ministra de Bibiana Aído o de de Ministrini, que han llevado a rango legal la venta de píldoras abortivas a menores, salvo (es de suponer) que se las haya trajinado Sánchez-Dragó. Ni una sola voz de la izquierda se hizo oír contra esta obscena apología de la pederastia.