Todo es energÃa, y todos somos energÃa. Cada objeto y cada persona tienen su propia frecuencia vibratoria. En el caso de los seres humanos, la alta o baja frecuencia corresponde a la calidad positiva o negativa de sus pensamientos, y eso tiene repercusiones sociales y sobre el planeta vivo Tierra, pues todo lo vivo, la vida, es energÃa.
Sabemos que todo cuerpo en el espacio – incluidos los nuestros – emite un sonido acorde con su propia vibración electromagnética, ya que toda  forma de energÃa vibra según su frecuencia interna como sabemos por la FÃsica.
Vivimos en un mundo materializado donde prevalecen los pensamientos negativos, que al ser energÃa electromagnética  de baja frecuencia  repercuten tanto contra nuestra propia salud orgánica y emocional como contra la paz mundial y no por último contra nuestro Planeta de energÃa condensada a consecuencia de la emisión durante millones de años de pensamientos humanos de baja frecuencia vibratoria.
La injusticia global se propaga en todos los continentes. Hambre, miseria, desempleo, desahucios, afectan a cientos de millones produciendo en ellos innumerables formas de sufrimiento y pensamientos de tristeza, soledad y desesperación que emiten al cÃrculo magnético de la atmósfera, donde quedan grabadas y sumadas a todas las energÃas semejantes que ha emitido la humanidad a lo largo de millones de años. Todo eso forma un negro nubarrón que se descarga aquà y allÃ, pues – según la Ley- lo semejante atrae a lo semejante. Una de esas formas de descarga son las guerras que no cesan ni cesarán hasta que el conjunto de los seres humanos no hayamos hecho la paz con nuestros semejantes, “limpiando†asà la crónica atmosférica y trayendo la paz a este mundo. Entre tanto, prevalecen las fuerzas contrarias. AsÃ, el terrorismo económico y el militar  se han hecho crónicos en el Planeta. En la  gran mayorÃa de casos se trata de terrorismo de Estado contra sus minorÃas étnicas, o de Estados terroristas  disfrazados de liberales  y hasta de cristianos y defensores de los derechos humanos que aúnan sus fuerzas contra un tercer Estado igualmente intolerante disfrazado de otra ideologÃa y otra religión. Esta es la polÃtica de agresión a gran escala que a menudo utilizamos las personas individualmente para justificar nuestras agresiones mentales, psicológicas o fÃsicas. Disfrazamos con argumentos nuestros ataques para acallar nuestra conciencia.
El disfraz, sin embargo,  no elimina el dolor que – de paso -uno se infringe a sà mismo cuando actúa contra otro. Y en el caso de los gobiernos, su verborrea y apariencia no suaviza siquiera los daños que siempre infringen a  la población civil. Y en la población civil surgen a continuación nuevos brotes de violencia o terrorismo-respuesta  contra el propio Estado o contra un invasor, originando asà una espiral de la violencia difÃcil de parar porque se van acumulando y entrelazando  de mil modos mucho odio, revanchismo, fanatismo, codicia, deseo de poder, orgullo, pobreza, incultura, ignorancia y desprecio finalmente de las leyes espirituales. Todas esas cargas explosivas se mezclan, se enfrentan y retroalimentan: son los virus de una verdadera   epidemia mundial.
¿Cómo atajar todo esto? Esto ya lo dijo Jesús el Cristo hace mucho: Poniéndonos en paz personalmente y con nuestros semejantes; perdonando y pidiendo perdón  y rechazando cada uno el ojo por ojo aplicando la Regla de Oro: Lo que quieras que te hagan a tà hazlo tú primero a otro», o «No hagas a nadie lo que no quieres que te hagan a tû.
Viendo en qué consiste un ejército, no existe ni existirá nunca  un “ejército mundial de pacificadoresâ€, sino estos que vemos: ejércitos de invasores armados disfrazados de pacificadores. (¿A quién pretenderán engañar esas llamadas «misiones de paz» internacionales?)
Que nadie espere  una organización social ni un paÃs que se libre de la pandemia de la falta de paz y de justicia mientras las mayorÃas crean que eso pueden solucionarlo los gobiernos y las iglesias, se llamen como se llamen. Sin duda es preciso buscar la solución en otro sitio, y uno descubre  con el tiempo que el sitio no está fuera de uno mismo, sino que en el interior de cada persona; que  los virus mentales de la agresión, el odio, el miedo, la ambición, la codicia, el deseo de poder, y semejantes – que son formas del egocentrismo que envenena las relaciones humanas y sociales- se neutralizan desarrollando la conciencia con los elementos contrarios: perdón, bondad, altruismo, compasión, solidaridad, cooperación, sentimientos de justicia y hermandad, y otros de esta Ãndole cuya fuerza- si se comparte por muchos -es la única capaz de cambiar positivamente nuestra convivencia y hasta el campo magnético del Planeta, subiendo su vibración y  haciéndolo asà  de materia más sutil y evolucionada. ¿O acaso es posible otra solución? La Historia de nuestra humanidad hasta hoy mismo muestra claramente que no. ¿Entonces?…