Por enésima vez, la Sociedad española al completo se enfrenta ante el debate sobre el controvertido velo islámico, el hiyab. Voces a favor, voces en contra; unas amparándose en A o en B, otras amparándose en C o en D. ¿Cuán complicado puede hacerse un debate sobre una realidad que, a mi juicio, está siendo analizada desde el punto de vista más enrevesado, arcaico y menos pragmático del que, particularmente, se puede tener constancia?
El último caso en nuestro país ha sido el de la niña en el instituto de Pozuelo. De nuevo, voces a favor y voces en contra, debate abierto en los medios y en las Administraciones Públicas, partidos políticos en contraposición; ¿qué tiene la Sociedad española que decir ante el uso del hiyab, los límites donde éste pudiere -o no- usarse o lo que éste representa y deja de representar?
A mi juicio, en el acalorado debate que está trascendiendo lo que sería un caso aislado y que se está convirtiendo -otra vez más- en cuestión de interés nacional, el análisis está echando mano de argumentos que poco -o nada- debieren que tenerse en cuenta y, por el contrario, se están ignorando argumentos que mucho tendrían que decir, tanto a favor como en contra.
¿Qué errores está cometiendo la Sociedad y las Administraciones en el enfoque que se debe tomar a la hora de tratar el tema del velo islámico, o hiyab?
1) El primer error, y a mi juicio, el más importante, es el de comparar culturas.
2) El segundo error, no menos importante, es la tergiversación y malinterpretación de nuestra Constitución.
3) El tercer error, en este caso, sería la atribución de valores y representaciones subjetivas sobre objetos y costumbres que no necesariamente representan lo que se predica de éstos.
4) El cuarto error, enlazado con la introducción, es la falta de pragmatismo.
5) El quinto -y último error- es la falta de tolerancia, que vendría a ser la burbuja que engloba, tácitamente, los cuatro puntos anteriores.
Voy a proceder a explicar, desde mi punto de vista subjetivo y personal, pero tratando de esbozar una opinión objetiva y abstracta, los cinco puntos anteriores:
– Uno. Dos culturas diferentes no se pueden comparar; o mejor dicho: poder, se puede, pero por deber, no se debiere. Por poner un ejemplo práctico, no se puede comparar la Sociedad estadounidense con la Sociedad alemana; a su vez, ésta no puede ser comparada con la Sociedad eslava; por inducción, ésta no puede ser comparada con la Sociedad oriental, ni ésta con la islámica, ni la islámica con la española. Lo que en una Sociedad está permitido -o no- o ‘bien visto’ -o no- jamás puede compararse con lo que se permite o se ‘ve bien’ en otra, y mucho menos para señalar con el dedo y afirmar, exentos de cultura y conocimiento, «es que ahí no te permitirían esto o lo otro». Sencillamente, cada Sociedad se ha construido en base a unos hechos históricos, una moral y un determinado progreso, por lo que comparar en un mismo instante de tiempo dos sociedades distintas se caer ingenuamente en un sinsentido.
– Dos. Limitándonos a nuestro territorio, nuestro país, España, debemos dirigir la mirada con dignidad y respeto a la que es nuestra Carta Magna, nuestra Constitución de 1978, uno de los iconos de la Democracia en nuestro país tras treinta años de Dictadura en los que, todo sea dicho, nuestro país se ‘descolgó del carro’ respecto a otros países que siguieron avanzando en sus respectivas democracias (de ahí que comparar culturas sea, entre otros asuntos, un error). Nuestra Constitución establece que España es un país aconfesional, si bien es cierto que el peso de la Iglesia Católica sigue cargando sobre los hombros de los españoles, incluso en pleno año 2.010 -por desgracia-. Empero, con o sin preponderancia de la religión católica, la Constitución establece un marco de libertad religiosa para el individuo, es decir: nuestro Estado acepta la religión -la que sea- y la libre práctica de ésta, en los lugares correspondientes.
– Tres. Lo que cada símbolo religioso representa es algo tan sumamente subjetivo, ya no sólo a nivel de Sociedad sino a nivel individual, que este hecho no debería ni ser tomado en cuenta. Caemos en el constante error de asociar el hiyab islámico con el desprecio hacia la mujer, con las limitaciones de sus libertades, con la opresión sobre sus derechos… y esto no es en absoluto cierto. Hay muchas mujeres del mundo islámico que visten su velo, tal y como les marca su religión y su tradición, incluso de manera voluntaria, y están en pos de carreras universitarias, buenos trabajos, o conviven en ‘santo’ matrimonio con parejas que las respetan por lo que son, personas con igualdad de derechos y obligaciones. De nuevo, no podemos aplicar la moral judeo-cristiana que durante siglos ha imperado en ‘el viejo continente’ a las conductas y símbolos de otras culturas distintas, y mucho menos en base a suposiciones y asociaciones, carentes de fundamentación práctica y empírica.
– Cuatro. Falta de pragmatismo a la hora de enfocar los hechos, las comparaciones, a la hora de establecer fronteras que marquen ‘lo que sí vale’ y ‘lo que no vale’; si X está motivado por esto, es válido, sin embargo, si está motivado por lo otro, no lo es. Análisis centrífugo, navegando constantemente dentro de bucles cargados de comparaciones interculturales, establecer dónde está el huevo y dónde está la gallina, apuntar con el dedo a la excepción que derriba la regla, etc. con el fin de hacer un ‘gazpacho fenomenológico’ sin salida ni entrada. A efectos prácticos, una vez aceptada la libertad religiosa, ¿qué dificultad tiene asumir por parte de un Estado ‘progresista’ el que una persona decida, ya sea por voluntad propia o por tradición familiar, llevar una prenda que le corresponde llevar? ¿por qué hay que comparar constantemente con lo que hacen otros colectivos sociales, buscar el ejemplo ‘clásico’ que empuja a vulgo a decir, sin conocimiento de causa, «es que a él sí se lo permiten»? A efectos prácticos, un burka que sólo permite ver los ojos a -a través de una rejilla- es un fenómeno que violaría la ley si éste se porta en un juzgado (este caso nos debiere sonar familiar); sin embargo, con estos mismos efectos prácticos, ¿qué ‘verdadera violación’ de la ley o del reglamento supone llevar un velo por tradición en una instancia pública donde se acude a aprender?
– Cinco. Obviamente, esto nace de una falta de tolerancia y una carencia absoluta en la comprensión ‘más allá de la propia nariz’. Es la moral de rebaño, el civismo de las hienas, la ley más instintiva que induce a las bestias a mostrar los dientes ante algo que les es extraño, lo ‘invasor’; seguimos mirando al ‘diferente’ como ‘diferente’, y en muchos casos, somos incapaces de asumir que la integración de dos culturas es un proceso bidireccional y que requiere de reciprocidad: el anfitrión debe facilitar ‘a priori’ todo lo que el huésped debe, en la medida de lo posible, aceptar ‘a priori’. No existirá jamás una correcta integración de culturas mientras que no se comprenda, no se mire ‘más allá’ del propio ombligo, no se muestre una determinada predisposición a aceptar las diferencias que nos hacen ‘iguales’, pues la realidad se puede observar, indistintamente, desde ambos lados del cristal.
En base a los cinco puntos expuestos, la conclusión se deja ver muy clara y concreta: en ningún caso podemos comparar la Sociedad musulmana con la nuestra para con ello emitir juicios de valor de cuál es ‘mejor’, ‘peor’ o ‘más normal’; no se debiere transgredir la Carta Magna española, la Constitución, y retroceder en el tiempo para pasar a poner restricciones en lo que es la libre expresión de un fenómeno, la religión, perfectamente amparado y tolerado; no se puede cargar de ‘simbolismo’ al signo, pues a nuestras instituciones públicas acuden personas con crucifijos, tatuajes o vestimentas que ‘simbolizan’ ideologías y creencias de lo más variopintas -y controvertidas-; no se puede hacer gala de tan enrevesada falta de pragmatismo, practicidad y sentido común en virtud de solucionar conflictos, pues la testarudez y la ceguera son malos aliados a la hora de tomar decisiones neutrales, de las que debería cargar el pensamiento de soluciones eficientes y diplomáticas, no cargadas de polémica ni ideologías subjetivas, enrevesadas; y, cómo no, hacer gala de la más elegante tolerancia, pues las fronteras se dibujan allá donde cada uno desea fijar su mirada.
Respecto al hiyab, y sobre todo, en relación al último caso que ha saturado los medios de comunicación, mi postura es clara, sobria e inamovible:
– Comparar culturas es un hecho que, sin que éstas impliquen violaciones de los derechos humanos, está fuera de lugar.
– Nuestra Constitución ampara la libertad religiosa.
– A efectos prácticos, lo mismo es un velo que un crucifijo o un lunar tatuado en la frente.
– Desde el pragmatismo, el hiyab no hace mal a nadie, es únicamente un símbolo religioso.
– Debemos ser tolerantes con las demás comunidades siempre que éstas no ejerzan sus derechos en prejuicio de los nuestros.
Como última reflexión, quizá debiéramos echar la mirada a nuestro propio ombligo y preguntarnos por cuántos casos hay en nuestro país, de españoles-para-españoles, en los que a las niñas se las enseña a ser las perfectas amas de casa-esposas-madres, donde familias tiranizan a sus hijas bajo la moral y la tradición de la religión cristiana y el ‘santo matrimonio’, y a cuántas mujeres se las estigmatiza si, llegado un punto, ‘deshonran’ la tradición de la familia. Hacia estos sectores más retrógrados de nuestra propia Sociedad, nadie les pide cuentas; y, a mi juicio, esta tiranización-estigmatización es estratosféricamente más ‘grave’ que todo lo que se le pueda reprochar a un simple pedazo de tela, cuando, señores, al colegio se va a estudiar, no a rezar.