Sociopolítica

La política de la felicidad: Un libro de Derek Bok

Un expresidente de la Universidad de Harvard, Derek Bok, intenta crear un nuevo campo que reúne, a partir de datos empíricos, unas ciertas actividades que originan «felicidad», o cuando no se dan esas condiciones, la frustración o el descontento. El hecho es que, con su libro «The Politics of Happiness: What Government Can Learn From the New Research on Well-Being», lo que sea la felicidad se vuelve un asunto en el que se pueden dictar políticas gubernamentales y propiciatorias. Los funcionarios de gobierno dizque pueden, desde este nuevo campo de estudios éticos, «diseñar y evaluar» políticas para la felicidad, ya no sólo un bienestar material, sino aquellas cosas que pueden originar matrimonios sólidos, amistades profundas, altruísmo, el fin de los desvelos y el estrés, desórdenes de sueño, de modo que se estimulen en el mayor número de ciudadanos el pensamiento creativo y las pasiones sanas.

, 262 ps., por Derek Bok»]

Para plantearse una definición de felicidad, Derek Bok, en una Introducción y once capítulos, se plantea lo que los investigadores han descubierto en torno a lo que tranquiliza a la gente y cuán confiables son tales hallazgos y si pueden utilizarse en el diseño de políticas públicas. Se plantea cómo la desigualdad, los problemas de crecimiento económico, las amenazas irremisibles de conflictividad financiera inciden en cualquier respuesta y en el impacto que tienen en los matrimonios, familias y personas en general. Hay que educar para la felicidad y el alivio del sufrimiento y hay que mantener la atención en la calidad del gobierno que se tiene y la educación social que permea los procesos intersubjetivos si es que al gobierno compete hacer algo. El cree que sí y que, con el quehacer público en torno a la educación y la salud, se puede reformular positivamente los indicadores que dan la pauta para que sean elevados los niveles de felicidad
posibles.

Es interesante un libro como éste en el contexto de muchas investigaciones en las que se destaca que los EE.UU. no está entre los primeros diez países en que, pese a su prosperidad, la gente dice que no se siente contenta con sus vidas. Por ejemplo, en un estudio realizado por la «Organization for Economic Co-Operation and Development» (OECD), que consideró 30 naciones con gobiernos democráticos, se halló que los países del Norte de Europa tienen más altos niveles de felicidad que los EE.UU. Dinamarca, Finlandia y Holanda, clasificaron como las naciones más felices de la lista. Felicidad fue esencialmente definida como «subjective well-being, life satisfaction».

Aún cuando el bienestar económico general de las naciones con mayor puntaje, jugó un rol significativo, hay muchas otros factores que considerar, según el economista Simon Chapple, de la División de Política Social del OECD, quien puso en orden y análisis el informe. [World’s Happiest Places: 2009]

Sin embargo, Derek Bok dedica muchas de las mejores observaciones de su libro a meditar en torno a que los seres humanos suelen ser «poor judges of what makes them happy, contradict expectations», deficientes intérpretes de lo que realmente es felicidad. Alguien puede decir en una encuesta que se siente feliz hoy, a la semana, su opinión puede ser que es el más infeliz de los seres en la tierra. Y las encuestas pueden ser contradictorias unas con otras, no sólo en términos de una periodicidad específica, sino en sus resultados de mediano plazo. La organización inglesa «The New Economics Foundation» concluyó, al evaluar a 143 países (equivalentes al 99% de la población del planeta), que «Costa Rica es el país más feliz del mundo, la República Dominicana es el segundo, seguido de Australia» y los EE.UU. ocupó el lugar 114, así como Zimbawe en el Africa el lugar 143», lo que haría la nación con gente más desdichada [The New
Economics Foundation’s happiness index].

El estudio de 2007 pretendió medir «tres variantes: expectativa de vida al nacer, nivel de satisfacción de los habitantes y las prácticas ecológicas en cada país». Nick Mars, uno de los autores del informe, dijo que el país más feliz del planeta en términos de esos parámetros resultó ser Costa Rica ya que la expectiva de vida al nacer es 78.5 años; el 85% de los costarricenses encuestados dijo que están «felices y satsfechos con sus vidas» y que el país está próximo a la meta de «alcanzar un balance entre lo que se consume y lo que los recursos naturales ofrecen». Mas, ¿cuánto durará este índice de felicidad que le adjudican los británicos cuando al país se le está añadiendo, día con días, «la creciente pobreza, las barreras burocráticas, normas legales negligentes», «la criminalidad en Costa Rica no sólo está incremetándose, pero volviéndose peligrosamente violenta y cada vez más y más organizada», su gobierno
gasta más de lo que gana y de ahí su alto déficit fiscal. Su tasa inflacionaria es por mucho la más alta de América Central y probablemente de América Latina: «10% in 2002 and 2003, acceleraring to more than 13% in 2004, six times as high as Paraguay. No change in sight for 2005» [.A. Kappatsch: «Costa Rican Reality»]

Cuando el mismo informe, incluye a la República Dominicana como el segundo país en la Lista de la Felicidad, río con incredulidad. Como si me dijeran que cantar y bailar un «merengue» o una «bachata», es el summum bonum de la dicha total. «178 countries were surveyed in 2006, compared to 143 in 2009. The best scoring country in 2009 was Costa Rica, followed by the Dominican Republic and Jamaica, with Tanzania, Botswana and Zimbabwe featuring at the bottom of the list». Y en el susodicho informe de la «New Economics Foundation» (NEF) en 2006, se halla que, en la tarea de determinar un HPI o índice promedio de felicidad «como medida de eficiencia ambiental para el apoyo al bienestar en determinado país», Colombia ocupa un sexto lugar y los EE.UU., en el fondo, en un pésimo lugar 114.

Mas Derek aclara que tal vez no es «felicidad» el término adecuado para lo que simplemente pudiera ser «una medida de eficiencia ambiental de apoyo al bienestar». Uno puede tener un país de paisajes idílicos, un paraíso geográfico y aún con pleno de recursos materiales potencialmente explotables para la prosperidad, pero la gente puede que viva  miserablemente y frustrada. Vivir muchos años (expectativa de vida o ancianidad) puede ser una pesadilla, porque envejecer en miseria y desamparo no contribuye a la felicidad personal.

Si uno hojea la Lista «2009 Happy Planet Index», entre los primeros diez países más felces, a excepción de Vietman, todos los países más felices son latinoamericanos y caribeños (Cuba ocupa el honroso séptimo lugar; México, el lugar 23). Los países que EE.UU. clasifica como «Ejes del Mal», enemigos potenciales del mundo libre, e.g. Irak, Irán, Turkía, Líbano, etc. clasifican mucho mejor que los EE.UU.

Esto tiende a confirmar lo dicho por Derek Bok en su libro y lo dicho por el Dr. Tony Delamothe en un editorial publicado en «British Medical Journal» en 2005, en el sentido de que «típicamente, los individuos llegan a ser ricos durante el tiempo de sus vidas en países como EE.UU., Inglaterra y muchos países, pero no felices.

Para adquirir felicidad, en un sentido intersubjetivo, se requieren sólidas redes de familias y nexos comunitarios». Una buena parte de lo que contribuye, como nexo comunitario, a forjar familias sanas y dichosas es el bajo desempleo. No tener en qué ganarse la vida dignamente produce familias disfuncionales, delito e insatisfacción personal. Las economías tienden a ser estables cuando el desempleo es menor al 4.5%, como en Holanda. ¿Pueden ser los EE.UU. una economía estable cuando la cifra de desempleo es mayor el 9%? Claro está, las cosas pueden cambiar si las gentes son educadas para el optimusmo y la ética de trabajo.

Antes de la crisis económica global, cuando Dinamarca era considerado el país más feliz de Europa, con el más alto producto bruto por persona en el mundo y una alta productividad, el Fondo Monetario Internacional deíca que el dinamarqués promedio tenía un ingreso per cápita de $68,000, en 2009 todavía lo tuvo, la gente se decía feliz. Futuras encuestas cambiaron los índices de respuesta. Y el hecho que, aunque uno esté bien económicamente y su país en progreso, la felicidad también depende de lo se observa allende a las fronteras propias. En la época de la globalidad, el conocimiento de la inseguridad del mundo (sea el calentamiento global, las epidemias fuera de control, así las guerras o las mafias) afectan lo que se ha de llamar felicidad.

La pregunta básica de Bok es: «What truly makes people happy?» Que nos hace realmente felices dentro de la generación o momento histórico que nos toca vivir. El se da cuenta que, en décadas recientes, el estadounidense vive cada vez más apegado y confiado en la televisión y la industria del entretenimiento; pero con menos deseo de abrazar a sus familias. Tampoco la prosperidad individual ha servido para elevar el índice de felicidad durante el pasado medio siglo. Nos dice: «Happiness has changed so little over decades of increasing prosperity». Cuando el ingreso per cápita de los estadounidenses fue $47,335 anuales, «the U.S. got an above-average score of 74», estaba en un nivel mayor en felicidad que en 2009 cuando ocupa el 114 lugar en la lista de los dichosos.

El expresidente de Harvard Unversity, quien es autor «Our Underachieving Colleges: A Candid Look at How Much Students Learn and Why They Should Be Learning More», piensa que entre los problemas de la juventud infeliz, aún aquella que tiene acceso a la educación superior, una de las carencias se explica por el desinterés y declive en los cursos y lectura de los Grandes Libros. Bok es honesto y claro al proferirlo. Vivimos en una sociedad que tiende al hedonismo y le falla a la búsqueda de lo que designa como «a more positive view of the American purpose». Ya no hay planteamientos a largo plazo, sino inmediatistas y las preguntas de esa encuestas sobre economía de la conducta son afines: «¿Disfrutaste algo ayer? ¿Te sentiste orgulloso por algo disfrutado ayer? ¿Se le ha tratado con respeto ayer?» Vaya basura para definir lo que es percepción de la dicha.

El libro de Derek Bok parte de premisas de moderado liberalismo. No pretende ser utópico, ni meramente utilitario, aunque asigne una función vital a las políticas gubernamentales en la promoción de satisfacción personal, no asociadas a la sabiduría convencional que suele rechazar la ingerencia gubernamental y basar las sociedades felices en la mera adquisición de altos ingresos. El propone la intersección de economía y sicología. La economía debe comenzar con el ánfasis en la reforma del sistema del cuidado de salud (imagino que a los republicanos conservadores ha de enojarle ésto) a fin de que se resuelvan asuntos que competen a «sleep disorders, depression and chronic pain, afflictions that are low-profile but widespread, accounting for a great deal of unhappiness».

Está consciente de que esta nación es muy difícil pasar leyes, en acorde a un sistema político, que ha hecho un paradigma de la ciencia y un fetiche del crecimiento económico. El acceso a la educación es todo un entramado económico que privilegia a los pocos con la calidad, lo mismo un adecuado sistema de cuidado infantil. Las polítcas ambientales están cautivas de las conveniencias de los Grandes Intereses Industriales, de modo que se maxime consumo y placer que deje lucro. En Norteamérica no se piensa en el matrimonio como un «nirvana» y a los niños se les penaliza durante su crecimiento como adultos. La prédica de valores cristianos y victorianos para la familia es una gran hipocresía. El conservadorismo libertario se pasa quejándose del «Nanny State out of control». Estado intruso y Papá Benefactor.

En un libro previo, «Universities in the Marketplace: The Commercialization of Higher Education», Derek Bok se quejaba de que en los EE.UU. la tendencia es que no se instruya a los universitarios para que aprecien más plenamente ni el mérito de los Grandes Libros ni acerca de lo que realmente hace a la gente feliz. Las leyes y decisiones judiciales que promueven igualdad racial y derechosos de los inmigrantes son cada vez menos populares. El país vota la exclusión antes que por la inclusión y la dfiversidad, con poca sensibilidad por el dolor ajeno y el mérito.

Ciertamente, del libro de D. Bok lo que más me ha impresionado es su recomendación a que se tomen en cuenta las variantes de sicología aplicadoa para determinar lo que sea conveniente para apoyar iniciativas gubernamentales de tipo económico en nación donde el Sueño Americano no es ser feliz, sino tener, no es comprender, sino lucrar y jactarse de emprendimientos individuales que pudieran ser más fáciles y llevaderos, combinándolos con solidaridad.

En mi concepto, el peor de los índices de infelicidad se relaciona a la ansiedad como asunto de salud mental. Los Institutos Nacionales de Salud Mental en los EE.UU. dicen que «en determinado año, casi el 26.2% de los estadounidenses de 18 años o mayores a esta edad — cerca de 1 de cada 4 adultos — sufren de un diagnosticable desorden mental», que son la causa principal de discapacidad en los EE.UU. y Canadá en personas entre las edades de 15-44. Por esta razón, hay alrededor de seis millones de hombres en los EE.UU. que sufren «a depressive disorder-major depression, dysthymia (chronic, less severe depression), or bipolar disorder (manic-depressive illness) every year»; aún más, aproximadamente 20.9 millones de adultos en los EE.UU., o cerca del 9.5% de la población en las edades de 18 o más, cada año tiene un desorden de carácter («mood disorder») cada año que va de la ansiedad distímica, la bipolaridad o una depresión mayor.
[Cf. ver: The Numbers Count: Mental Disorders in America: NMH]

¿Puede ésto reflejar a una nación feliz? Y peor hecho es que, como dijera el Dr. Hector Gonzalez, de la Wayne State University, la mitad de esos diagnosticados con una depresión mayor no reciben tratamiento [Depression: NIHM] Y ésto arrasta un problema más grave: la conducta suicida ante el estrés, entre aquellas que tienen factores de riesgo. La conducta suicida no es una reacción normal a la ansiedad. Socialmente, se vuelve una probabiliad o riesgo disproportionado al suicidio entre ancianos o personas con desórdenes de impulsividad (entre quienes la serotonina es baja). En 2006, el 14.2 ancianos (gente mayor a 68 años) de cada 100,000 se suicidaron y 10.9 personas, no ancianas, en la población general de cada 100,000. De los hombres blancos, mayores a 85 años, en la misma proporción, son 48 de cada 100,000 los que se quitan la vida. En 2006, el suicidio fue la undécima causa de muerte en los EE.UU. con 33,300 suicidios. [Cf. ver
«Suicide in the U.S.: Statistics and Prevention: National Institute of Mental Health»].

Por otro lado, recordemos una hipótesis propuesta por Caroline Mckenna, Michael J. Kelleher y Paul Corcoran, en sus estudios sobre «Suicide, homicide and crime in Ireland: What are the relationships?» [Archives of Suicide Research, Volume 3, Number 1 / March, 1997] y Uberto Gatti, Richard E. Tremblay y Hans M. A. Schadee, nos dice después de explicar que, tras utilizar el «Putnam concept of civicness» y estudios empíricos de esta hipótesis hechos en Norteamérica: «Civicness was negatively associated with homicide only in the south, where it was also positively associated with suicide. Death by drug overdose was mostly explained by wealth» [Cf. ver «Community Characteristics and Death by Homicide, Suicide and Drug Overdose in Italy: The Role of Civic Engagement»: Volume 15, April 05, 2002].

Es interesante que, en su análisis de los situación de la felicidad, Derek Bok utilice estos indicadores en vez de las encuestas que preguntan «¿tuvíste sexo satisfactorio ayer?» ¿Que tal si respuesta es no? ¿Qué tal si es sí, pero lo tuvo con una prostituta, o en un viaje turístico a algún paraíso sexual de Oriente? ¿Qué tal si el hombre o la mujer pasa por la crisis del divorcio, o la adicción al sexo u otras obsesiones sexopáticas? ¿Cambia el índice de felicidad en una familia ante una crisis conyugal? Sin duda que lo se contesta condicionado por el «disfrute de ayer» ha de cambiar sucesivamente según pase el tiempo. Nacionalmente, se realizaron cerca de 4.2 divorcios por cada 1,000 parejas casadas en 1998. Esto significa que casi la mitad de todos los marimonios se desbaratan y, en los estados del Sur de los EE.UU. son 50% más que el promedio nacional. Dato que habría que tomar en cuenta cuando se hace una encuesta.

Y la geografía y la religión deben tomarse en cuenta también cuando vayan los preguntones a hablar de la felicidad conyugal, ya que los Estados del Noreste estadounidense, con relativamente familias de más altos ingresos y eminentemente miembros de la religión católico-romana, tienen una tasas menores de divorcio, aunque no reconocen la legitimidad del divorcio. No obstante, en los llamados «Bible Belt states», dominados por denominaciones protestantes ffundamentalistas (que proclaman la santidad del matrimonio) el divorcio es más frecuente, así por ejemplo Oklahoma y Arkansas. Ahora bien, nadie le gana a Nevada, la meca del divorcio. [Cf. ver: David Crary, «Bible Belt Leads U.S. in Divorces», Associated Press, November 12, 1999].

Cuando uno lee un libro como éste y presume a su autor al autor como un académico de mérito, uno se pregunta si realmente pasa por toda la gama estratificada de la gente de quien tiene una expectativas de felicidad, o de disconfort, de modo que pueda servirlas con sus recomendaciones. Al teorizar en torno a la felicidad, se esperan especificidades por medios de datos empíricos, ya que no se puede hablar estrictamente sobre la política de la felicidad, con bases metafísicas, al menos no exclusivamente. Hay que reseñar los efectos de la desorganización y la inconformidad social en distintos sectores demográficos de modo que puedan darse alivios o treformas en áreas como cuidado de salud o justicia cri minal, amén de orientación de familias y normas sobre economía social. Entendemos que los EE.UU. es un país multicultural y énico.

Los EE.UU. continúa siendo el prinicipal carcelero del mundo, no sólo por las cifras, sino por el número, sino por la cifra per cápita. Para 2007, ésto significa 2.3 millones de personas en cárceles y prisiones. Unas 762 prisoneros por cada 100,000 residentes en el país. El afroamericano sobrerepresentado como prisionero, siendo el 13% de la poblaciónn total en el país, sont 35.5% de todos los privados de su libertad, una tasa de encarcelamiento que equivale a uno de cada 20 y más del doble que lo reos de la etnia hispánica y seis veces más que la tasa de blancos encarcelados [Cf. ver: «Sentencing: US Jail and Prison Population At All-Time High Again Last Year»].

Suponiendo que es el consumo de drogas ilegales la razón principal que explica el número, la pregunta inevitable es porque este sector busca este tipo de escape y que relación tiene con su percepción de la felicidad. Mas hay que preguntan más a fondo, ¿por qué 7.2 millones de personas en los EE.UU. o están en la cárcel, o están en libertad bajo palabra, en 2006, por ejemplo, lo que equivale al 3.2% de todos los residentes o uno de cada 31 adultos., según el Departamento de Justicia. Tomando en cuenta sólo el número de reos en prisiones federales, EE.UU. tiene más prisioneros (1,587,403) que los que tiene China, Rusia, Brasil o la India, que son naciones con poblaciones mayores a la estadounidense. No sólo es éso. EE.UU. no sólo construye prisiones en su país, donde desde 2004 un promedio de 1,000 personas por semana ingresan a los penales, sino internacionalmente. Y casi el 60% de los encarcelados por ofensas, sin que ésto haya
cambiado desde la pasada dévda, son minorías étnicas o raciales. [Cf, ver: «How Bad Is The U.S.?»] Hecho es éste que ha llevado a pensar: «Que en EE.UU. se sobrepsan los horreres de Hitler y Stalin y que la otrora Tierra de la Libertad se ha convertido en la tierra de las prisiones».

En California, el gasto por emcarcelamiento de ciudadanos (la mayor parte inmigrantes) es mayor que el presupuesto que financia la educación de los ciudadanos. Lo que se implica, nacionalmente, es que «La Industria de las Prisiones en los EE.UU. es uno de los negocios de más rápido crecimiento en la nación». Sorprende que Derek Bok al hablar de felicidad y el sentido de sentirse libre, no perseguido ni menospreciado, no hable de ésto.

El último punto al que quisiera referirme, como buen indicador de pérdida de felicidad, es la cantidad de población en desamparo habitacional y pobreza en el país más rico del mundo. La gente estadounidense se refiere a la Era del expresidente Reagan como los Felices ’80s, pero esa fue la adminstración que recortó los servicios sociales a la gente más pobre y, al final con deterioros económicos en una economía articial, de plástico y endeudamiento, aumentó el número de personas indigentes, sin un techo bajo el cual vivir. Una cifra conservadora explica que habría entre 200,000 y 500,000 estadounidenses en desamparo («homeless») [Cf. ver: «Homelessness in the United States»], cifra que al aumentar se cuantifica en 3.5 millones de personas que experimenta desamparo habitacional en un año dado. Este desamparo, por igual, mienta un índice de infelicidad que se expresa por violencia.

En ciudades estadounidenses donde se ha detectado mayor números de personas sin hogar, se ha investigado que la violencia doméstica es una de als causas principales del desamparo. En un estudio realizado por Ronert Rosenheck, «Homeless Veterans, in Homelessness in America» (1996), se concluyó que el 40% de los varones desamparados habían servdo en las Fuerzas Armadas del país, comparado con el 34% de los varones adultos en iguales condiciones de desamparo. Y entre ellos está ese cálculo aproximado del 20 al 25% de la población desamparada adulta que sufre de alguna forma seveta o persistente de enfermedad mental.

Más triste aún es que la mayor parte de las familias que buscan ayuda pública, por ejemplo, cupones de alimentos, son las familias con niñosm sendo que la tasa de pobreza infantil de los EE.UU. es la mayor entre la mayoría de otras naciones industrialzadas. Por eso no extrañaría, que en la década pasada 9.3 millones de niños recibieran los famosos «food stamps». Al menos, 12 millones de niños estadounidenses o de minorías estaban en hambre o riesgo de padecerla en determinado momento y 2 millones de personas experimentarían «homelessness during one year». [Cf. ver: «Homeless & Hunger Statistics & Facts»: Proyecto NYPIRG].

De acuerdo, con el Homelessness Research Institute hay evidencia de que el desamparo entre la población anciana aumentará por 33% en 2020 y a más del doble para 2050. El año pasado (2009) el Departamento de Asuntos para Veteranos calculó que hay más de 200,000 veteranos que sufren cada año desamparo habotacional. «Veterans are particularly at risk of falling into homelessness», por lo que para ellos existe una propuesta legislativa titulada Senate. 1547, the Zero Tolerance for Veterans Homelessness Act of 2009 Aunque entre 2005 y 2008, los logros han sido principalmente entre el llamado «chronic homelessness» (que se redujo nacionalmente en un 28%) aún quedan 124,000 de ellos, dice la «National Alliance To End Homelessmess», pero, advierte que hay más cárceles para delincuentes que refugios para los pobres por lo que la cantidad de desamparados temporeros, no crónicos, seguirá en sus tasas millonarias en el País de la Felicidad.

Mi pregunta para Derek Bo: ¿Felicidad de quiénes o para quiénes? Y me preguntaré, desde la parte filosófica, menos empírica de mi curiosidad: ¿Cómo se puede hacer el bien de la humanidad, a través de políticas públicas, dando la cuota realista del goce máximo de la felicidad que se pueda, sin disminuir la felicidad de los demás? ¿Cuán cierto será lo que dijera Gustavo Dorz, en el sentido de quie «al conocer las cosas que hacen a uno desgraciado, ya es una especie de felicidad?»

Sobre el Autor

Jordi Sierra Marquez

Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.