Existe la polÃtica económica, que es aquella que hace uso de la economÃa para justificar las decisiones polÃticas, existe la polÃtica corporativa, que es aquella que llevan las empresas y que preside todas sus actuaciones, existe la polÃtica de diálogo, que es la que obliga a consensuar todas las decisiones que se toman, y existe la polÃtica del calzador, que es aquella que recurre al sempiterno ‘o aceptas por las buenas o por las malas’.
El gobierno español desconoce los conceptos básicos de la economÃa ortodoxa, carece de todo tipo de polÃtica corporativa, presume de polÃtica de diálogo, más o menos realista, pero utiliza ahora la polÃtica del calzador para amenazar a los empresarios.
Y es que el diálogo social está encallado, tras la cena oficial de anoche en la Moncloa las partes han aceptado que el acuerdo es prácticamente inalcanzable debido al inmovilismo de todos los involucrados, tanto de los sindicatos como de los empresarios.
Los primeros olvidan la situación crÃtica en la que nos encontramos y niegan la necesidad de realizar una reforma laboral global, recurriendo a la demagogia del despido libre sin entender que el mercado laboral es mucho más que el despedir o no despedir.
Los segundos se encuentran al borde del precicipio y temen que la crisis se alargue en el tiempo con lo que la supervivencia de muchas empresas está en el aire, asà que intentan reducir sus gastos vÃa cotizaciones sociales, concretamente en cinco puntos porcentuales.
Y ante estas dos posiciones extremas se encuentra el gobierno, incapaz de ofrecer una tercera vÃa, una opción válida para las dos partes, limitándose a satisfacer a los sindicatos, a los que debe mucho en materia electoral, ignorando las necesidades de los empresarios.
Cualquier negociación se debe cerrar con cesiones de las dos partes involucradas, asà que ya es hora de que tanto sindicatos como empresarios estén a la altura y se olviden de sus posiciones extremas para llegar a un punto intermedio, a la par que el gobierno deberÃa de dejar de amenazar con la polÃtica de calzador, errónea de toda erroneidad, si se me permite la expresión.