La praxis, como método transformador de la realidad
Había borrado de mi memoria por completo la concepción del “deber ser”. Supongo que tanto padecimiento que nos ha tallado a fuego la última dictadura militar sangrienta (de tantas que padecimos en nuestra historia argentina), hizo que involuntariamente dejara atrás, por retrógrada, la significación del “deber ser”; tal como nos infundían los uniformados y formadores “intelectuales” de entonces, que amparándose del mismo, justificaban sus atrocidades…
El deber ser, implicaba para los platónicos demiurgos de aquellos siniestros años, una cualidad del arquetipo de individuo insospechado de “subversivo” o “comunista”. El “civil” – como solían denominársele a los ciudadanos, en la jerga militar-, debía dar muestras fehacientes de su filiación como argentino, occidental y cristiano; luego, para aventar sospecha alguna, reafirmar su fidelidad hacia el “orden”, la “patria” y la “familia”. Todo este ideario fundamentalista, se implementaba bajo el repugnante contexto de secuestros y llamadas “desapariciones” de decenas de miles de personas, previas torturas y apropiaciones indebidas – de criaturas recién nacidas bajo cautiverio en centros clandestinos, desprendidas de sus madres por la fuerza-, llevadas a cabo por uniformados y para- militares. La anuencia y bendición de las máximas autoridades eclesiástica a toda esta locura, daba el marco de tranquilidad “espiritual” a toda aquella “persona de bien”. En ese período y como pre- adolecente que era, no podía cabalmente interpretar, a quienes se referían en general, como “persona de bien”. Con el tiempo comprendí, que aquellas lucrativas hipotecas ( préstamos concedidos a través de bancos internacionales a capitales privados argentinos, y ante su incumplimiento por parte de estos últimos, el régimen criminal les premiaba su alianza, socializándoles hacia el conjunto de la población las deudas incumplidas), fueron obtenidas en medio del holocausto y el horror, por los referentes más efectivos del deber ser , fieles a su doble moral: sistemáticamente, el ritual cristiano del ir a misa los domingos, haciendo oídos sordos a las torturas, secuestros y muertes, durante la semana; el silencio y la complicidad con el autoritarismo, facilitando el oscurantismo más retrógrado en el pensamiento y el nulo disenso. Apologetas del régimen siniestro e hipócritas defensores del (deber) “ser argentino”. “Distraídos” espectadores de la pauperización creciente del país a nivel antes inimaginables, con regimentación laboral esclavista. Infaustos peleles, que predicaban en nombre de una sociedad cristiana y anticomunista, el “por algo será”; consintiendo las “chupadas” de personas, por fuerzas represivas del gobierno terrorista de aquel entonces.
¿Hacer o deber ser?
El deber ser, implica su negación: el, no deber ser. Se “debe ser así”, y no de otro modo. Hay uniformidad y un alto grado de autoritarismo, en el deber ser, pues nos está dictando una manera única de ser y sin ambages. La esencia de la libertad, por ejemplo, pierde sentido cuando se antepone el predicado (deber); sobre todo y peligrosamente, cuando el mismo puede ser dictado desde un dudoso pedestal, promoviendo la abstracción, como único método de abordaje hacia la realidad.
Es más compleja la situación mundial – si la intensión es intervenir en ella-, como para emprenderla partiendo de la mera contemplación, con la lógica consecuencia derivada de la misma: una diagramación de entelequias que termina frustrando al más encantado.
En el prefacio del libro, “Epistemología y metodología…”, de Juan Samaja, refiere el autor que “…la experiencia social, sin embargo, demuestra que esas virtudes (de investigador nato), no bastan para que alguien logre llevar adelante “tareas” científicas relevantes: Se necesita, además, que ese potencial se desarrolle a fuerza de práctica, de estudio y aprendizaje de la naturaleza de su quehacer, y de análisis reflexivo sobre su propia experiencia…”[i]. Más adelante, agrega: “El siglo XX ha consagrado la idea de que es más profunda la pregunta por el hacer que por ser. En particular, la Epistemología ha ido dejando de lado la pregunta por “el ser de la ciencia”, para preguntarse “que hace la ciencia” (“que hace el científico cuando hace ciencia” o “que clase de acto es el acto de explicar científicamente”),y en este sentido, la Metodología ha terminado por coincidir con la Epistemología. Su objeto de estudio es, pues, “la ciencia como proceso” y, en este objeto ella coincide con la Metodología y con la Sociología y la Historia de la Ciencia, aunque ingresen a él desde posiciones distintas…”[ii].Un ejemplo moderno de enfoque hacia la acción y en consonancia con el entendimiento de la filosofía, como teoría de la praxis, en el sentido de comprensión que hace posible la transformación. Una transformación que opera sobre la base de la interpretación, bajo una rigurosa y efectiva comprensión (científica, y no ideológica), transformadora del mundo.
Tanto, “la Ilustración”, el “materialismo del siglo XVIII”,” Feurbach”,” el socialismo utópico del siglo XIX”, entendían que la educación por una parte de la sociedad sobre la otra, lograría la transformación del mundo. Basaban dicha concepción, en la idea del hombre como “ser racional y determinado por el medio”, en donde la educación permitiría pasar del “reino de las sombras” o la “superstición”, al reino de la “luz” o la “razón”. La tarea encomendada, sería realizada por los filósofos de la Ilustración: el resto de la sociedad deberá esperar que la consciencia sea moldeada para que los hombres puedan vivir según su naturaleza, es decir, racionalmente. Afirmar que la transformación de la humanidad es producto de la educación, es establecer que una parte de ella (educadores) tiene el privilegio de dirigir la transformación de la otra, en tanto esos educadores, no se transforman a sí mismos…Este ha sido la concepción de la burguesía del siglo XVIII, que se auto-considera principio del desarrollo histórico, negado para sí ese desarrollo.
Ha sido Marx, quien sienta la base que las circunstancias, en tanto no existen en sí y al margen del hombre; no solo lo condicionan, sino que también son condicionadas por él (el hombre, como papel activo en relación con el medio en el que se desarrolla). Afirma que aceptar la dualidad educadores-educandos en el marco de la transformación social, es dividir a los hombres en activos y pasivos. Para el mismo autor, el hombre al transformar la naturaleza y la sociedad, se transforma a sí mismo en un proceso de auto-transformación permanente. La praxis, en vez de ser entendida en el plano gnoseológico, se revela como categoría sociológica, estableciendo las condiciones para una transformación social. El mundo, puede considerarse como objeto de interpretación y como objeto de la acción humana, es decir, de su transformación: “los filósofos solo han interpretado al mundo de diversas maneras; de lo que se trata es de transformarlo”, sintetiza, Carlos Marx, con agudeza en esta frase de su Tesis XI.
El caso de Argentina, sobre el proceso de destitución de la dictadura militar más sanguinaria y perversa de la historia del país, al juzgamiento y castigo de las cúpulas y cómplices responsables del genocidio, se viene realizando a través de décadas de lucha e intervención sobre la realidad, del conjunto del pueblo. Un régimen, que a vista de entonces, llegaba para quedarse, terminó derrotada gracias a la resistencia del pueblo en principio y luego a la intrusión en pleno del mismo. Desde las primeras elecciones democráticas, realizadas en 1983 hasta la actualidad, los sucesivos gobiernos trataron por todos los medios abortar la oleada democrática popular, sobre los juzgamientos a los partícipes del gobierno terrorista militar (no enumeraré las diversidad de maniobras pergeñadas por las distintas autoridades gubernamentales de turno en este escrito, para no tornar tedioso el mismo). Lo que sí quedó demostrado, es que no ha sido desde la interpretación pasiva el método que ha logrado ganar y juzgar a los responsables; más bien, lo contrario. Ha sido la acción dialéctica de intervenir directamente sobre la realidad, sacar conclusiones, mejorar “la puntería”, he intervenir nuevamente con más ímpetu.
Las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, como ejemplo de tenacidad y valentía desde los años más aciagos, lograron reafirmar en su experiencia, que la praxis como método, les ha servido como herramienta fundamental: tanto para concientizar al mundo sobre el horror de lo vivido por aquellos años (logrando inmenso apoyo a su causa), como para llevar a las celdas bajo juicio y castigo a muchos de los responsables de tamaño latrocinio. Ellas mismas, son conscientes que falta mucho más hacia una verdadera reparación histórica. El camino que sembraron, ha comenzado a dar sus frutos.
Seguiremos los trabajadores y el pueblo en general en la experiencia de intervenir en la realidad, con el objetivo de cambiarlo de raíz, cimentando las bases hacia una realización como seres humanos.
No es un desafío utópico, es una necesidad imperiosa.
Foto: eci.unc.edu.ar