Cada uno según sus posibilidades y a cada cuál según sus necesidades, esta es la carta de presentación de la socialdemocracia como ideología, al menos, en principio, aunque los vericuetos del pragmatismo del día a día hacen que estos preceptos inamovibles se acomoden en función de las necesidades y las posibilidades, no ya de los ciudadanos, sino de los dirigentes de turno.
Cuando la crisis económica se inició los más audaces apostaron por la refundación del capitalismo como la única vía de escape al hundimiento del que todavía estamos siendo víctimas, pero nadie se planteó que la verdadera refundación necesaria era la de la socialdemocracia que, en el fondo, había sido la gran perjudicada de toda esta debacle.
El neoliberalismo económico tiene la excusa perfecta para justificar cualquier catástrofe, a saber, «rigideces de los mercados», ya que en sus mandamientos la libertad absoluta de los mercados figura como la única vía de salvación de nuestras almas pecaminosas. Por tanto, el neoliberalismo económico, ese nombre tan bonito con el que de un tiempo a esta parte de llama al capitalismo de toda la vida, no fracasó, simplemente fue víctima de la usurpación de libertad por parte de los gobiernos.
El verdadero fracaso fue el de la socialdemocracia, un modelo económico basado en el control de los mercados para evitar que las ineficiencias sociales generen excesivas brechas sociales y que sucumbió ante el olor del vil metal, cejando en sus funciones y permitiendo la expansión excesiva de los mercados en cuasi libertad.
Es la socialdemocracia la que necesita refundarse, retomar su esencia solidaria y demostrarnos que todavía existe, porque hemos llegado a un punto en el que todos piensan en el dinero y nadie en las personas, los mercados se frotan las manos ante los recortes sociales que siguen consiguiendo mientras que la socialdemocracia se limita a escribir al dictado sin oponer ninguna objeción, más allá de un quítame de aquí esta tilde.