Los cantos de sirena nos sedujeron hace unos meses con la cantinela de cierta refundación que los escépticos, entre los que siempre me incluí, no nos creíamos, pero que a la vista de la creciente aceptación del concepto y de la buena predisposición de los gobernantes no nos quedó otra que permitir en nuestro vocabulario, sin otro interés más que su propia realización.
Porque cierta refundación era necesaria, si se me permite el término, aunque no estoy muy de acuerdo con él, porque una refundación exige la reconstrucción desde los cimientos y no era eso lo que la economía mundial necesitaba o lo que se podía permitir, sino que se limitaría a realizar unos pequeños arreglos en aspectos desbocados del libre mercado, por lo que mejor que refundación deberíamos de haber hablado siempre de corrección o domesticación, que es más gráfico.
Sin embargo, todo se ha quedado en agua de borrajas, en palabras que se ha llevado el viento, porque la refundación, corrección, domesticación, o como se le quiera llamar, no se ha producido, más bien al contrario, en cuanto se han comenzado a atisbar ciertos rayos de luz, la luz de la recuperación, que por estos lares hemos llamado brotes verdes, se ha vuelto a caer en los mismos errores que nos colocaron en la situación en la que estamos, y mucho me temo que se redundará en esos errores en lugar de apostar por su corrección.
El problema radica en que cuando las cosas funcionan nadie se atreve a cambiar nada, aunque sea evidente que el destino no es el más apropiado. No importa, todos los dirigentes mundiales parecen estar secándose el sudor de la frente, bajo el lema ‘de la que nos hemos librado’, y pensando en dejar las cosas como están a la espera de una nueva crisis.
Nadie se atreve a afrontar el problema de raíz, un problema que viene dado por el desbocamiento del mercado, ese animal salvaje que debe de ser domesticado, debe de ser amarrado, con una soga larga para que tenga cierta libertad de correteo, pero siempre atado, y bien atado, por organismos supranacionales que lo puedan controlar en un momento dado.
Pero mucho me temo que la esencia del ser humano o del ser político, lo que se prefiera, evita este funcionamiento adecuado. Para poder amarrar el libre mercado en el mundo globalizado de hoy en día, es necesaria la coordinación de diferentes gobiernos, de diferentes países, es esencial que pierdan parte de su autonomía, que cedan parte de su poder, pero eso iría en contra de los intereses del político, que, por definición, busca siempre su mayor cuota de poder.
En definitiva, tantos meses perdidos para nada. La crisis sólo ha servido para expulsar del mercado a las empresas ineficientes, para crear millones de dramas familiares y para que le viéramos las orejas al lobo, pero la memoria, tan fugaz como la propiedad del dinero falso, dejará paso a la banalidad superficial que se había apoderado de nosotros y a la que regresaremos en breve.
¡Qué ocasión hemos perdido!