En una resaca anticipada, de esas que afectan sin haber dormido el tiempo suficiente, merece la pena echar un vistazo a la jornada de huelga en la educación española que acaba de terminar, un paro justificado desde el paroxismo radical de la austeridad mal entendida en el que está cayendo el Gobierno de Mariano Rajoy con el único objetivo de agradar a los mercados en lugar de buscar el interés de su propio país.
Porque el Gobierno confunde eficiencia con recorte, mintiendo con nocturnidad y alevosía a la ciudadanía, sabiendo que lo que dice es falso pero creyéndose su propia mentira, entrando en un bucle sin final. Argumenta que los recortes en educación son fundamentales en base a la falta de calidad de nuestro sistema educativo. Aceptando lo segundo es imposible resolverlo con lo primero, en lugar de reducir la partida presupuestaria dedicada a educación lo único que habría que hacer es hacerla más eficiente.
Y es que no podemos obsesionarnos con el cortoplacismo de la reducción inmediata del déficit, sobre todo si ello implica hipotecar la formación de nuestros jóvenes y, con ello, el desarrollo de nuestra sociedad. Cada euro que se desinvierte en educación es una grado de desarrollo menos, un retroceso en la evolución social de nuestro país.
De las crisis sólo se sale invirtiendo más en educación, en investigación, en inversión de alto valor añadido, ya salimos antes de una crisis apostando por la vía rápida del «ladrillo» y todavía estamos sufriendo las consecuencias, por lo que mejor haría el Partido Popular en buscar otras soluciones de recortes (defensa, por ejemplo) menos dañinas para el futuro de nuestro país.