Las reuniones del G-8 me recuerdan a ésas de raíces anglosajonas en las que los antiguos alumnos de éxito hacen un aparte para compartir sus logros, mientras critican a aquellos pobres ignorantes que no supieron hacer otra cosa que malgastar su vida y convertirse en auténticos perdedores.
De poco sirve un grupo de países reunidos a la par que se vanaglorian de lo ricos que son, y de lo bien que les va. Allí sólo se debate de ‘problemas de ricos’, de esos a los que ni siquiera aspira el 70% de la población mundial, que vive bajo el yugo de la pobreza.
Así es imposible realizar ningún cambio social o económico, ya que estos 8 países están más preocupados de conservar lo que ya tienen, que de fomentar medidas liberalizadoras y potenciadoras de mercados emergentes que permitan los verdaderos avances a nivel global.
Porque ya va siendo hora de que se hable de la verdadera lacra del siglo XXI, de como una sociedad capaz de generar recursos suficientes para todos, se empeña en regodearse en la escasez, esa que potencia el beneficio económico, pero que se olvida de algo tan esencial como el bienestar social.
La única solución posible sería un G-9, en el que se reunieran los tres países más ricos, los tres países de mayor crecimiento económico, y los tres países más pobres. Ahí, en la divergencia, se cultivaría el éxito de nuestra sociedad.