Tomo prestado el título de la próxima novela de Salvador Moreno Valencia, de publicación inminente y lectura obligada, para resumir, por adelantado, la reunión del G-20 que se celebra estos días en Pittsburgh.
La Santa Compaña «es una procesión de muertos o ánimas en pena que por la noche (a partir de las doce) recorren errantes los caminos de una parroquia. Su misión es visitar todas aquellas casas en las que en breve habrá una defunción», y no lo digo yo, lo dice la Wikipedia, que goza de buena reputación.
A Pittsburgh ha ido toda una procesión de ánimas en pena, que todavía ostentan el poder en sus respectivos países pero carecen de la actividad vital de los vivos, los cuáles se diferencian de los muertos en que los primeros tienen ideas novedosas mientras que los segundos se limitan a repetir las mismas ideas que tuvieron de vivos.
Y han decidido visitar la casa en la que habrá una defunción en breve, la casa del capitalismo el cuál ha salido gravemente herido de la crisis, aunque no muerto todavía, al menos.
Porque aunque todas las voces reputadas insisten en que lo peor de la crisis ya ha pasado a mejor vida las consecuencias de las mismas todavía están por aparecer, porque una cosa es la recuperación de las cifras macroeconómicas y otra bien distinta la recuperación de las economías de los individuos que conforman los países.
De poco sirve que el PIB crezca, si luego el desempleo sigue en tasas tan elevadas, de nada sirve que el comercio internacional se restablezca, si luego todo se da por importaciones y no por exportaciones, y de poco sirve que los beneficios de las grandes empresas se recuperen si luego el salario real de los ciudadanos se mantiene inalterado.
En Pittsburgh se va a escenificar una nueva pantomina carente de significado real, como ya pasó en las otras reuniones, que prometieron mucho pero que no ofrecieron nada más allá del vacío de las palabras fatuas.
Unas palabras que hablarán de consenso, de regulación y de coordinación multilateral, pero que en el fondo querrán decir cesión de los débiles, regulación para los menos influyentes y proteccionismo.
Una procesión de ánimas en pena que van a visitar a un muerto, unos dirigentes internacionales que ofrecen visita de pleitesía a un capitalismo herido de muerte.