Sería Pedro Sánchez el dirigente que estaría al frente del PSOE en las elecciones del 20 de Diciembre. Porque el Partido Socialista había decidido sacrificar un peón para salvar de la calamidad a su exitosa dama. La gran esperanza andaluza que estaba llamada a llevar la nave socialista a atracar de nuevo en La Moncloa. La leche en verso, vaya. De modo que, sin saberlo, Pedro Sánchez se embarcaba en un viaje en canoa que iba directamente a la enorme cascada del 20D.
En su discurso se presentaba como el paladín contra el populismo mediático y contra la corrupción del Partido Popular.
De ahí el sacrificio de otros peones, como fueron Tomás Gómez y su compañero Antonio Miguel Carmona. Pero la corrupción salpicaba tanto a Partido Popular como a PSOE y esas medidas eran insuficientes para silenciar a la opinión pública. Sus argumentos se le podían lanzar a él casi punto por punto.
Es que, cuando se le da un arma a alguien que no sabe usarla, puede dispararse en el pie. Eso fue lo que ocurrió con el peón guaperas.
El asunto de la unidad de España, por ejemplo, lo resolvía con un tibio: Sí, estamos a favor, pero tenderemos puentes a los independentistas. Provocando la división del partido y el consiguiente disgusto.
En esto llegaron los debates decisivos
Unos debates que nos mostraban un candidato incapaz. En el primero de ellos no pudo vencer a Soraya Sáez de Santamaría que evitaba sus débiles embestidas con insultante facilidad. Debía ser más beligerante y enérgico en el que celebraría contra Mariano Rajoy si es que quería remontar las encuestas. Un debate que, si bien iba perdiendo en su primera mitad ante la indiferencia con que Rajoy obsequiaba sus provocaciones, acabó remontando.
En el descanso aparecieron los asesores socialistas que parecieron decirle algo así como: «Pedro, o sacas de sus casillas a Rajoy o vete despidiendo» de modo que el socialista embarró el debate. Lo que, a mi juicio, hizo que acabara remontando hasta el empate.
En esto llegó el esperado desastre
La cascada se cernió inmisericorde contra la canoa proporcionada en el congreso socialista en forma de los peores resultados socialistas de toda su historia. Imagino a Susana Díaz en una gruta remota y secreta sentada en un butacón de cuero marrón con las piernas cruzadas y acariciando un gato de angora que reposa en su regazo mientras le brilla la pupila.
Pedro Sánchez, aún aturdido entre los restos del naufragio, ha visto luces brillantes en el horizonte y nada desesperadamente a la orilla.
Una luz morada a la izquierda. Más allá hay otras dos, una naranja y otra azul, que tampoco pierde de vista.
Al ver las luces, la sonrisa de Susana Díaz se va achicando y la de Pedro Sánchez se ensancha a medida que se deja bañar por la luz que solo él sabe.