Sociopolítica

La tiranía de la empatía y la sensibilidad

[…] el reclamo de la solidaridad y la fraternidad en detrimento de la responsabilidad individual y el autorrespeto; la expansión de lo público y la intervención en la vida de las personas, la socialización y la participación ciudadana, como forma de criticar y contrarrestar el individualismo, la autosuficiencia y el amor propio. – Fernando R. Genovés

En época de burbuja de propuestas políticas, de choque entre propuestas disruptivas y de respuestas conservadoras, preservadoras del sistema, existen elementos que van simbolizando -casi como una institución social- cómo se debe hacer propuesta política. Hablando en plata, nos fiamos más de gente que nos mira a la cara que quién rehuye la mirada, también, normalmente, de quién va mejor vestido y cuidado que el que no. Esos elementos han ido evolucionando con el tiempo como indicadores de fiabilidad sobre el desconocido que tenemos en frente que nos sugiere seguirle, aceptar su argumento o cualquier cosa. A esto me refiero: han surgido normas de efecto similar en las propuestas políticas. Se pueden leer en muchos de los comentarios en los blogs o en los diarios; también, cómo no, de las libros de economistas u otros científicos sociales.

democracia real ya

Foto: Javi S&M

En este sentido, veo claro que si uno se quiere ganar al público, o tener al menos una oportunidad de hacerlo, conviene en, primero, mostrar una disconformidad casi exaltada con el sistema actual; no me refiero al bipartidismo, sino incluso, a algo más profundo: la democracia representativa, el estado de derecho y el capitalismo. Si uno «odia» alguno o los tres ítems entonces podrá ser escuchado por las masas. Seré sincero, creedme que leo mucho y de muchos sitios, y aún no he visto político y sólo unos cuantos intelectuales apoyarse para salir del engendro que sufrimos hoy en alguno de esos tres ítems. Comprendo que un socialista o comunista no puede estar de acuerdo con el capitalismo; sin embargo, nada le impide estarlo con alguna de las otras dos consignas restantes. En todo caso, en el mejor de todos ellos, se usa alguna de las tres subsidiariamente, como accesorio, de algún elemento realmente atractivo o de una propuesta chocante y rompedora. Sorprende aún más que los que desean una salida de la crisis y un arreglo institucional sin romper con el sistema apenas tampoco se dispongan a defender como algo esencial alguna de estas consignas. Dicho esto, veamos lo que sí triunfa.

Aludir a los instintos altruistas humanos, a la honradez, a la pesadumbre por las personas que lo pasan mal, la empatía y, en resumidas cuentas, el llanto. Esto está muy bien pero no nos proporciona claves con que solucionar los problemas. Yo quiero respuestas, proposiciones que pueda validar o falsar, contrastar, comparar, etc. No sentimientos en el vacío. No creo que ganemos nada ahondando en la depresión colectiva y haciéndonos cada vez más susceptibles hasta perder de vista lo evidente. Pero esta tendencia hace el camino más fácil a los demagogos que no tienen por qué sentir nada, sólo tienen que fingir y conquistar el corazón de la gente, y por eso va ganando terreno. Cuando algún político -me reservo indicar su nombre- dice que gestionará sin tener en cuenta la economía significa que hemos llegado al colmo de los colmos. Reflexionando un poco nos está persuadiendo de un gobierno basado en el despilfarro del dinero y trabajo ajeno y de la arbitrariedad total, es decir, de cierto autoritarismo aun sumergido en aguas en empática calma. ¿Dónde se deduce esto? Muy simple. Si yo en mi casa no tuviera en cuenta criterios económicos ninguno, tendría a bien, si me quiero desplazar a algún sitio siempre ir en coche cuando puedo ir andando o en bicicleta, incluso ¿por qué no? ir en helicóptero. El resto se deduce que un político no gestiona su patrimonio, sino el de personas que desconoce como usted o yo. En consecuencia, si este tipo de discursos cala hondo en gran parte del electorado cuando debería suscitar el más fuerte y rotundo de los rechazos podemos saber de verdad al monstruo al que nos atenemos.

Por último, cabe señalar qué sucede cuando se niegan los tres ítems que descubrí al principio. Por orden. Si no queremos democracia representativa significa que, o bien tendremos un régimen autoritario o una democracia plesbicitaria donde, como ha sucedido en algún país, se puede votar en referendo ascender a un presidente a rango casi de rey absoluto sin tener que pasar por el parlamento. Si no queremos Estado de Derecho implica que no queremos que haya leyes claras sobre las que podamos planificar nuestra vida sino que queremos depender de la voluntad arbitraria y discrecional de los gobernantes que puedan hacer y deshacer a criterio propio. Si no queremos capitalismo ninguno, significa, o al menos es el único tipo de régimen que así conozco, algo parecido a la difunta URSS, Kenia o Corea del Norte. Así, de primeras, cualquier negación, culpa, de cualquiera de los ítems que parece que hay que denostar es todo un peligro en potencia y, aunque reconozco que podemos aventurarnos a nuevas teorías políticas, desde luego, no son teorías que se expliquen en base a atávicos sentimientos y con eso ya funcionen.

Sobre el Autor

Jordi Sierra Marquez

Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.