Los que convivimos con animales y mantenemos una estrecha relación de amistad no necesitamos acudir a ninguna información científica que demuestre que los animales tienen un sistema nervioso similar al nuestro, y que por lo tanto, sienten dolor cuando están heridos o enfermos. Tampoco necesitamos que ningún científico asegure que disfrutan de la vida cuando son felices, y que entristecen ante las adversidades, porque es evidente. Hay quien afirma que no son inteligentes, entendiendo como inteligencia la capacidad de adquirir conocimientos y aplicarlos para resolver determinada situación. Esta opinión es fruto del desconocimiento interesado sobre la vida animal, ya que al rebajarlos, nosotros nos ensalzamos por encima de ellos, otorgándonos el derecho a utilizarlos como esclavos y arrebatarles la vida sin contemplaciones.
El ser humano se ha erigido como el Gran Dictador del planeta, disponiendo quién tiene derecho a vivir y quién no, o qué vida es más importante que otra. Como hemos decidido que nosotros somos los únicos que razonamos, les negamos esta capacidad a los que no se pueden defender con nuestras mismas armas. Nos autoproclamamos “humanos”, es decir, solidarios, bondadosos y caritativos, y negamos estas cualidades al resto de los animales, utilizando el término “animal” con desprecio, como un organismo vivo que solo reacciona por impulso. Pero ¿Prueban nuestros actos que el ser humano es caritativo, solidario y bondadoso? La pobreza, las guerras, la violencia, las injusticias, el desastre medioambiental ¿demuestran que somos tan inteligentes y racionales como creemos?
Resulta curiosa la actitud de algunas personas que necesitan, para cambiar su percepción respecto al trato discriminatorio con los animales, que la ciencia demuestre que son capaces de razonar, de sentir y disfrutar como cualquiera de nosotros. Pero estos individuos ¿necesitan que haya pruebas científicas de todo lo que ellos creen? Millones de personas creen en Dios y le adoran. Pero ¿ha demostrado la ciencia que Dios existe? Muchos de ellos también creen en la Vírgen y la veneran ¿Hay pruebas científicas que demuestren la existencia de la Vírgen? Otras creen en la inmortalidad del alma ¿Ha probado la ciencia que exista el alma y que ésta sea inmortal? Hay infinidad de creencias que no tienen ninguna base científica pero que, aun así, continúan siendo la guía principal en la vida de millones de personas, incluso muchos han dado su vida por esas creencias y se la han quitado a otros. Entonces ¿por qué no reconocemos el verdadero valor de la vida de los animales? Por orgullo, egoísmo y beneficio propio.
A menudo, los que defendemos a los animales, somos atacados por individuos que nos acusan de poner en el mismo nivel a las personas y al resto de los animales. Consideran ofensivo el tiempo que dedicamos a defenderlos, argumentando que “hay temas más importantes”. Llegan al límite de lo absurdo cuando nos requiminan por redactar un texto donde se condena la tortura y muerte de un toro, o de cualquier otro animal, tal y como se condena la tortura y muerte de un humano. Estos que se definen como solidarios, bondadosos, caritativos, religiosos y fervorosos creyentes ¿por qué dejan a un lado su supuesta bondad y caridad cuando torturan a un animal en honor a su Dios, la Vírgen o los santos en sus fiestas populares? Si los animales son “inferiores” y nosotros “superiores” ¿no debemos usar esa supuesta superioridad para protegerlos y socorrerlos?
En 1879, el filósofo británico Jeremy Bentham, después de que Francia acabara de abolir la esclavitud, expresó en su obra “An Introduction to the Principles of Morals and Legislation” (Introducción a los Principios de la Moral y la Legislación) refiriéndose a los animales: «Puede que llegue el día en que el resto de la creación animal recupere los derechos que nunca le hubieran sido arrebatados salvo por la mano de la tiranía. Los franceses ya han descubierto que la negrura de la piel no es una razón por la que un ser humano pueda ser abandonado sin remisión al capricho de su torturador. Quizá llegue el día en que se reconozca que el número de patas, la vellosidad de la piel, o la terminación de hueso sacro, son razones igualmente insuficientes para abandonar a un ser sensible al mismo destino. ¿Qué otra cosa debiera trazar el límite insuperable? ¿Acaso la facultad de razonar, o tal vez la facultad del lenguaje? Pero un caballo adulto, o un perro, es, más allá de toda comparación, un animal más racional, y con el que es más posible comunicarse, que un niño de un día, de una semana, o incluso de un mes. Supongamos, sin embargo, que fuese de otra manera, ¿cuál sería la diferencia? La pregunta no es ¿pueden razonar?, ni ¿pueden hablar?, sino ¿pueden sufrir?”.
Sócrates, uno de los más grandes filósofos de la historia, también razonó sobre los peligros del orgullo y la tiranía: “El orgullo engendra al tirano. El orgullo, cuando inútilmente ha llegado a acumular imprudencias y excesos, remontándose sobre el más alto pináculo, se precipita en un abismo de males, del que no hay posibilidad de salir”. Orgullo, tiranía y arrogancia, características propias del homo sapiens…el Gran Dictador.
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