Determinado por tres rectas, los puntos de intersección son los vértices y los segmentos de rectas determinados son los lados del triángulo. Sólo queda adjudicar un nombre a cada punto de los vértices de un polígono, designados por letras mayúsculas A, B, C. En este caso, se reemplazarán por I (Iglesia) y todo lo relacionado con ella, B (Banca) y P (Política). Para su perfecta construcción, hay que cuidar minuciosamente el entretejido, sin descuidar la relación que guarda el punto inicial con el que finaliza, pues comprenderá el polígono adecuado que interesa ejecutar.
Cada cual con su influencia particular, establecen una conexión de total dependencia, con la que culminan en una interacción que se desarrolla en su interior y cuyo perimetraje, que conforma su estructura, impide el acceso para la observación y valoración de los acontecimientos por parte de la existencia exterior, que es el ciudadano de a pie y que es imprescindible para esa vida interna.
Es curioso el peregrinaje que entre estos tres puntos se da, pues el Gobierno otorga grandes sumas de dinero a la Iglesia Católica, la Banca precisa del Gobierno como garantía a sus no tan acertadas inversiones, o malversaciones en el peor de los casos, mientras ésta misma admite que políticos sin conocimiento de economía, y en ocasiones de Política, la gestionen.
Los riesgos que corre esta estructura es que no es estable, y siendo conocedores de ello, nadie asume el riesgo de caminar sobre la línea oscilante cuando la situación no es controlable; pero sí sobre lo que le permite erigir esta obra maestra, que incluso teniendo en cuenta esa actitud deshonesta sobre el ciudadano, se plantea cimentar sobre estos tres puntos de apoyo.
La Iglesia, por otro lado, poco aporta al respecto, salvo seguir imponiendo sus creencias, igual de rancias que siempre, y enfocando su teología como ayuda a superar los problemas con la fe. Sin otro particular que pueda oxigenar lo que todavía esperamos de ella, ( si es que ha llegado a plantear algo) pide la caridad del Gobierno que, a su vez, es la de la Sociedad que agrupa ese Capital, para que, sin el consentimiento del no creyente en secta alguna y no en el verdadero dios, ( quien crea en algo, pues es respetable y mi intención no es la de negar ni afirmar nada con esta reflexión) beneficie a un entorno el cual no aporta nada, vive de la voluntad exigida y pretende que ascendamos con nuestro creador libres de pecados. Hoy en día se necesita algo más físico y menos espiritual, como poder alimentar a una familia y no marcar con una X en la declaración de la renta, para aportar esa limosna a la Iglesia.
De ahí en adelante, no tenemos más obligación, por necesidad, que convertirnos en funambulistas y caminar por la cuerda que nos tienden, con el riesgo de caer al vacío y sin red. Pero es un riesgo que nadie asumirá por nosotros, y eso nos hace más fuertes ante adversidades, convirtiéndonos en mayoría, incrementando la fuerza de unión ante lo que habitualmente nos rodea y que cada día es más minoritario y sin credibilidad.