Cada individuo percibe la realidad según sus ideas o parámetros subjetivos. Estos parámetros o condicionamientos particulares, se forjan a través de la experiencia, que incluye la educación, la cultura, las conclusiones personales y la idiosincrasia particular. Los condicionantes adquiridos van actuando a modo de filtro, de intérprete de las nuevas experiencias, perpetuando una visión o percepción subjetiva de la realidad.
A alguien le puede gustar más una cosa que otra, cada uno tiene sus gustos, su personalidad, sus características, pero la realidad o la verdad solo puede ser una. Veamos un ejemplo que ilustre lo que queremos explicar. Supongamos que una persona contesta enfadado a otra, esa otra persona le dice que se ha enfadado y el primero dice que no. No es posible que ambas cosas sean ciertas, o se ha enfadado o no, no valdría decir “esa es tu verdad”. Otro asunto es cómo descubrir quién está en lo cierto o hasta que punto ambos distorsionan su interpretación de la realidad, pues puede que se haya enfadado pero no tanto como el otro da a entender.
Sin embargo, es una idea muy difundida en la actualidad la de que no existe una realidad o verdad, sino que «cada uno tiene su propia verdad». Esto confunde a la persona que lo piensa, pues supondría que hay tantas verdades como personas, es decir, cada uno viviría en su propio mundo, lo cual enquista a la persona en su visión distorsionada de la realidad. Esta idea nos aleja de la solución de los conflictos y el sufrimiento. Sería más correcto decir que cada uno tiene o vive su distorsión de la verdad o realidad. Ser conscientes de este hecho, nos empujará a corregir esa distorsión.
Muchas de las distorsiones que se hacen de la realidad son similares entre individuos de una misma cultura, de una misma clase social, entre miembros de una misma familia; otras son individuales, y otras son comunes a la humanidad. Las distorsiones de la realidad, que pueden ser más o menos graves, más o menos llamativas, tienen su origen en las ideas sobre la realidad, bien sean creencias, conceptos, conclusiones, ideologías…, que se basan normalmente en suposiciones, interpretaciones erróneas por experiencias mal comprendidas, asunción de las ideas de otros (familia, amigos, grupo social o cultural…). Hay innumerables cuestiones en nuestro día a día que vamos enfrentando sin reflexionar, imitando a los que nos rodean o dejándonos arrastrar por nuestros temores.
El sufrimiento es el resultado de esas distorsiones de la realidad, de la falta de entendimiento de la verdad. Por lo tanto, para resolver el sufrimiento hay que descubrir la realidad que permanece oculta tras el velo de las ideas erróneas, ideas que producen una forma determinada de pensar, de sentir y de actuar, y cuyos errores conllevan el sufrimiento. Por todo ello, podemos darnos cuenta que nos beneficia hacer un proceso de descubrimiento de las ideas erróneas que sustentan nuestra vida.
En este sentido, y sin seguir ningún tipo de creencia, ni tener que adherirse a ningún credo, es muy importante tener confianza o fe en que la vida tiene un sentido. Percibir o sentir que existe la bondad, o si uno no lo siente, razonar sobre su existencia; por ejemplo, si se acepta que existe la maldad, que en realidad es fruto de la ignorancia, debe por lógica aceptarse la existencia de la bondad. Uno mismo puede percibir en sí mismo esa inclinación hacia la bondad, en algunos casos como ligeros remordimientos de conciencia, otras veces disfrutando de la bondad en toda su plenitud, disfrutando cuando se colabora con otros, cuando se ayuda, cuando aporta algo a los demás, cuando siente agradecimiento. Para resolver lo que nos hace sufrir y disfrutar de la vida, es imprescindible sentir esa confianza en la vida, recuperarla si se ha perdido. Como cada uno lo conciba, bondad, verdad, dios, la vida… Pero siempre como algo bueno que nos sustenta, no que nos chantajea, exige o castiga.
Hay diversa maneras de sentir o percibir esa bondad. La más sencilla es hacer caso a esos buenos sentimientos, a esa sensación de que hay algo, algo bueno más allá de uno mismo, aunque no se sepa cómo explicarlo. Otra manera es comprobar el sentimiento de satisfacción que surge cuando actuamos en beneficio de todos (de los demás y de uno mismo al mismo tiempo).
Sabemos que esto no entra dentro de la ortodoxia científica de estos tiempos, pero hemos hecho una comprobación empírica, con miles de pacientes durante años, de que la confianza en la vida, en que todo tiene un sentido, no sólo facilita y hace más agradable el aprendizaje de la vida, sino que es imprescindible para llegar realmente a ser feliz. Como todo, no debe ser una creencia ciega, si no una comprobación personal de que esto es así.
La vida no nos ha traicionado, nosotros hemos dejado de tener confianza en ella.
En el próximo artículo hablaremos sobre el sufrimiento y sus causas.