Desde el punto de vista de las inversiones financieras y del gran tráfico económico internacional África parece no existir. Sin embargo, provee de materias primas a los países más desarrollados de Europa. No podemos olvidar que más del 65% de las materias que se precisan en la Unión Europea para mantener su nivel de desarrollo, su crecimiento económico y su estado de bienestar social provienen de países empobrecidos del Sur, entre ellos de África.
Sus hombres afluyen en busca de puestos de trabajo en la vieja Europa que los colonizó durante siglos, que extrajo cerca de cien millones de sus mejores hombres y mujeres para enviarlos como esclavos a América y a los estados del Ándico. Y regresarán a sus países como regresaron los españoles para colaborar en el formidable desarrollo de sus países de origen.
El desarrollo de Europa y de América hubiera sido impensable sin la aportación vital del continente africano. Hoy día se mantienen allí regímenes inestables, poderes fuertes y guerras en más de una decena de países para poder seguir extrayendo el oro, los diamantes, el coltan, el petróleo, el litio, maderas preciosas, oro, azúcar, café, pesca, y un sin fin de materias primas esenciales para sostener el nivel de producción y consumo de las antiguas metrópolis colonizadoras de Europa que los colonizaron y esquilmaron en nombre de las tres “ces”: cristianizar, civilizar y comercio.
El eurocentrismo, la evangelización cristiana y la islamización creciente nunca podrán reparar el daño causado durante siglos en nombre del etnocentrismo absurdo y monstruoso que no supo respetar sus culturas y adaptarse a ellas, como en su día lo hicieron con las grecorromanas, o persas y de Mesopotamia. Un día se alzarán los descendientes de esos pueblos aherrojados y explotados para reclamar la reparación debida. Los crímenes contra la humanidad no prescriben y en África se llevaron a cabo auténticos genocidios y exterminios de pueblos que después diezmaron y encerraron en artificiales fronteras, de acuerdo con la conveniencia de los colonizadores.
Francia, Gran Bretaña, Portugal, Holanda y Bélgica, principalmente, serán reos de crímenes contra la humanidad ante los tribunales de los pueblos democráticos. Al igual que sucederá con las reclamaciones de los pueblos indígenas del Continente americano desde Alaska a la Patagonia.
Los comentaristas sociopolíticos se preguntan si África podrá salir adelante. Con 53 estados soberanos y varios conjuntos regionales con pueblos y tradiciones históricas y culturales diferentes tiene una población cercana a los mil millones de hombres y de mujeres que se han dado a sí mismos una organización continental, la Unión Africana, pero que todavía no permite que se hable de ellos como de la Unión Europea.
El ejemplo del camino recorrido por una decena de países asiáticos lo podrían seguir algunos países africanos en las próximas décadas. Para ello necesitan de dirigentes íntegros y bien preparados que coloquen a la educación y la salud como prioridades esenciales de sus políticas nacionales. Que erradiquen las guerras y transformen las armas en arados, como hicieron Japón y Alemania durante los últimos cincuenta años dando lugar a los famosos “milagros” económicos y sociales que las colocaron a la cabeza de los países desarrollados, a pesar de haber sido destrozados en la última Guerra Mundial.
Otro ejemplo a ponderar es el de China: nunca hubiera despegado económicamente y emprendido el camino del renacimiento sino hubiera sido por un político clarividente en la década de los setenta, Deng Xiao Ping.
“Gatos blancos, gatos negros, lo importante es que cacen ratones”. Y vaya si los cazaron con el paso de una rígida económica marxista a una “economía socialista de mercado”. Hasta el punto de que, antes de una década, será la segunda potencia económica del mundo cuando el eje geopolítico se afirme en el Océano Pacífico y el sudeste asiático reemplacen al Atlántico como espacio de encuentros.
De ahí que el entendimiento entre los Estados Unidos y una Unión Europea fuerte y organizada políticamente sean fundamentales para apoyar los desarrollos socioeconómicos de Latinoamérica y de África. Es preciso un diálogo intercultural e ínter económico entre todos los pueblos y culturas del mundo para alcanzar ese otro mundo más justo y solidario que es posible porque es necesario.