La belicosidad no es monopolio de la cultura tecnocrática, aunque la agresividad competitiva sea una especialidad moderna. Qué hay, o qué ha habido en el hombre histórico que ha creado la guerra como una institución. Qué confianza puede tenerse en una sociedad de Estados que gasta, por término medio anual, 30.000 dólares por soldado y 500 por estudiante. Cuando nos percatamos de que el hombre prehistórico, que se sentía amenazado por la naturaleza, ha dado nacimiento al hombre histórico, que ha terminado poniendo en peligro la vida del planeta, debemos cuestionarnos sobre el mismo proyecto “hombre histórico” y echar mano de su experiencia de seis mil años.
Tenemos unos ocho mil documentos históricos que nos cuentan del optimismo de los vencedores para instaurar su paz. Todos ellos repiten la misma cantinela: “Ahora, finalmente, tendremos la paz”. Y reiteran que “ésta es la guerra que acabará con todas las guerras”. Y, mientras la tinta está todavía fresca, los cañones del vecino están ya dispuestos a contradecir estas afirmaciones.
Estos documentos muestran la inmensa ceguera humana, pero también su ingenuidad. Resulta que lo que ahora va a acabar con las guerras es la “disuasión atómica”, o la “guerra de las galaxias”, o el “nuevo orden mundial”, basado en la ideología de una sola cultura victoriosa. Se olvida que los vencidos se levantarán para ajustar cuentas, y la guerra volverá a comenzar. Pensemos en los indios de América, en los kurdos, en los judíos, en los palestinos… y en toda la historia. La victoria no lleva jamás a la paz; lleva a la venganza.
Después de seis mil años de experiencia histórica, es irresponsable no querer replantearse el problema de si no estará errada la dirección misma de la civilización. Pero si nosotros ahora no tenemos la capacidad intelectual y la fuerza espiritual de plantear el problema a este nivel, no creo que seamos dignos de ser llamados “intelectuales”, “pensadores” o “responsables”.
Conocida es aquella frase de Einstein: “Con la escisión del átomo, todo ha cambiado excepto nuestro modo de pensar”. La inercia de la materia -después de Kepler, Newton y Einstein- se puede calcular más o menos. La inercia de la mente es mucho más pesada. Seguimos pensando con categorías anacrónicas que no corresponden a la situación actual. ¿Tiene que ser bélica toda la civilización humana?
No olvidemos que la cultura de la certeza, inaugurada en Occidente por Descartes, lleva a la civilización de la seguridad, ideología predominante en la sociedad moderna. Vivir en la inseguridad y en la incerteza es intolerable para la racionalidad, pero es incluso agradable en el amor.
El desarme cultural va mucho más allá de la disposición a la escucha y a la tolerancia. El desarme necesario, so pena de catástrofes apocalípticas, es una mutación cultural hacia la que ya apuntan los hombres más sabios de nuestra época.
El átomo es el chivo expiatorio para mantener nuestro nivel de vida. Tenemos necesidad de más energía, porque hemos roto los ritmos terrenos. Por cada italiano hay una tonelada de residuos atómicos. Y si Chernobyl nos alerta sobre un peligro, se pensará sólo en construir otra central un poco más segura. Esta es la mentalidad tecnocrática: buscar soluciones sin ir jamás a las causas.
Pensar únicamente en soluciones de seguridad es repetir de nuevo la reacción que hemos encontrado en los tratados de paz: a quien tiene una espada se le opone una lanza; a quien posee un sistema de seguridad se le opone otro sistema electrónico que anule el primero; a un misil de una cabeza, otro con una docena de ellas; a un incremento de la criminalidad, más policía… Pero de este modo no se consigue la paz.
Es el esquema mecanicista del pensar, reforzado luego por la ley física de la acción y la reacción. Es la ley del talión, del restablecimiento del orden a base de infligir un daño equivalente.
La justicia no consiste en volver al status quo ante, como si la realidad no fuese viva y dinámica; no es “redención”, sino “renovación”. De ahí que en el orden político no se trate sólo de hacer pagar al culpable, ni de escarmentar a los posibles transgresores de una cierta situación, sino de crear un nuevo orden de cosas.
Raimon Panikkar
Nacido en Barcelona en 1918, hijo de padre indio y madre catalana, se ordenó sacerdote y residió durante veinticinco años a caballo entre Estados Unidos (impartiendo clases en universidades como Harvard o California) e India. Convertido en una autoridad internacional en espiritualidad, historia de las religiones y diálogo intercultural, reside en Tavertet desde 1982. Fruto de su influyente trayectoria como filósofo son libros como “El Cristo desconocido del hinduismo”, “La nova inocencia”, “El silencio de Buddha”, “Invitación a la sabiduría”, “El espíritu de la política” o “Iconos del misterio”.